miércoles, junio 27, 2007

Ferrand, La educacion perdida

miercoles 27 de junio de 2007
La educación perdida

POR M. MARTÍN FERRAND
AUNQUE, durante los años de la I Gran Guerra, fue un notable personaje de la vida madrileña, son escasos fuera de Cataluña los conocedores y lectores de la obra de Josep María de Segarra. Su teatro -«La herida luminosa», por ejemplo- hizo taquillas memorables en toda España, y sus «Memòries», creo que nunca traducidas al castellano, resultan imprescindibles para el entendimiento de la primera mitad del siglo XX y, muy especialmente, de los perfiles de sus más notables protagonistas. Como periodista fue, enviado por José Ortega y Gasset a Berlín, uno de los más brillantes corresponsales de los primeros años de aquella posguerra, y sus artículos, olvidados, nos han servido de gozo a cuantos ratones de hemeroteca nos nutrimos con el talento de un tiempo ya pasado y no necesariamente superado.
Joan de Segarra ha heredado de su padre el amor por la crónica de cuanto, no necesariamente trascendente, ocurre en nuestro entorno. Frecuenta La Vanguardia y está siempre dispuesto a compartir literariamente con sus lectores un buen whisky o los aromas proscritos de un magnífico cigarro. Es, por clavarle en el corcho de las clasificaciones, una rara especie de animal de pluma que, en la superación de epicureísmo catalán -tan brillante, tan discreto-, pone artículos de periódico en vez de poner huevos.
No hace mucho, Joan de Segarra señalaba el extraño caso de la coctelería Boadas. Sus propietarios, para preservar el clasicismo de la buena educación en el interior del local, colocaron en la puerta un cartel con la silueta de un hombrecito en calzón corto y camiseta dentro de un círculo rojo de los que los códigos del tráfico nos han enseñado a interpretar como señal de prohibición. A mayor abundamiento, sobre el cartel, una leyenda: «No és permesa l´entrada amb bermudes ni samarreta». Un cliente, espero que ocasional, de tan exquisito lugar, denunció la prohibición como discriminatoria, ya que no se limitaba en ella el vestuario permitido a las mujeres. El Ayuntamiento de Barcelona, a través de su concejalía de Mujer y Derechos Civiles (!), ha actuado con diligencia y le ha ordenado a la coctelería la retirada de tan -¿anacrónica?- aplicación del derecho de admisión que, por parecidas razones, también andará en veremos.
El caso resultará imprescindible para quienes, sin tardar mucho, traten de averiguar la fecha exacta en que, agonizante la buena educación -social y académica- se extinguieron las buenas maneras. Jugar con la raspadura de limón que navega en el mar de un martini bien seco, gesto litúrgico de civilización y cultura, es incompatible con el uniforme al uso de camiseta estampada y chancletas ruidosas. Parece algo mínimo y elitista, un capricho de excéntricos nostálgicos; pero es el síntoma más claro de lo que nos pasa, de lo que suele saltar a las primeras páginas de los diarios.

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