viernes 29 de junio de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Bailando la yenka
¿Pero quién manda aquí? Lo que está sucediendo con el trazado del AVE y la mina de Serrabal hace que la pregunta no sea retórica. Contemplando los movimientos que se producen en torno al asunto, sería fácil concluir que la decisión depende, por este orden, de Villar Mir, de los sindicatos y, por último, del Ministerio.
Eso es grave, porque tanto el empresario como las centrales representan intereses dignos, respetables, pero particulares a fin de cuentas, mientras que el departamento de doña Magdalena es el encargado de representar al interés público. En definitiva, la existencia de los gobiernos tiene ahí uno de sus principales fundamentos: definir el bien común y hacer que prevalezca frente a los bienes individuales.
En este caso, la Administración ha hecho un esfuerzo de paciencia y diálogo. Por si no fueran poco los estudios de sus propios técnicos, se encargó a un equipo independiente un dictamen, según el cual el perjuicio que se causa a la explotación es mínimo, en tanto que la demora del ya demorado AVE galaico sería muy notable.
El trabajo en cuestión refuerza la autoridad de la decisión de no alterar el trazado, pero incluso sin ese peritaje externo, la opción cumpliría todos los requisitos legales y democráticos. Porque no es verdad que el diálogo democrático exija llegar a un consenso absoluto, en el que todas las partes estén satisfechas. No siempre es posible la unanimidad, y, cuando eso sucede, lo que debe quedar claro es quién tiene la última palabra. Aquí es Villar Mir.
Cuando parece que el Ministerio y la Xunta ponen el punto final al largo culebrón, el empresario pulsa las teclas oportunas y se reabren las dudas. Hace pocos días se celebró una reunión con apariencia de definitiva, donde la Administración descartó el desvío y dio marcha atrás en la descabellada idea de dejar el trazado en suspenso, mientras los sindicatos no se convencieran de que no habría pérdida de empleo.
La firmeza duró poco. Una amenaza de deslocalización, más protestas sindicales, y el Parlamento gallego regresa a la casilla de salida invocando ese consenso universal que sólo existe en los cuentos de hadas. De nuevo el miedo a decidir. De nuevo el olvido de que para un político no siempre es posible optar por lo mejor (eso lo haría cualquiera), sino por lo menos malo, o por lo que perjudique a menos gente.
La pregunta es quién representa en este conflicto a la mayoría, a esa mayoría de gallegos presentes y futuros que precisan el AVE para que su desarrollo no quede desviado durante muchas décadas. Esa mayoría no tiene sindicatos que promuevan movilizaciones, ni empresarios avispados como éste que sepan combinar palos y zanahorias. También está huérfana de administraciones y parlamentos que sepan dónde está el interés general, sin confundirlo con intereses que hacen ruido con pocas nueces.
El problema trasciende a la mina y nos sitúa de nuevo en esa pregunta del principio. ¿Quién manda? Se trata de un pulso entre un empresario acostumbrado a doblegar a los poderes públicos y unas administraciones que dan pasos adelante y pasos atrás, como en la antigua yenka.
El Parlamento dio un paso atrás, y ayer mismo el presidente Touriño daba otro adelante, al insistir en que el tren irá por donde estaba previsto. Villar Mir lo debe estar pasando de lo lindo. Mañana o pasado accionará otro resorte, o pondrá otro barreno para asustar. Es lo que antes eufemísticamente se llamaba un poder fáctico.
jueves, junio 28, 2007
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