jueves 28 de junio de 2007
El turno de Zapatero Lorenzo Contreras
Después del trágico episodio bélico que ha costado en el Líbano la vida a seis miembros del contingente militar español, las consecuencias políticas quedan pendientes de los debates parlamentarios, como ya ha empezado a comprobarse. El blindado “desinhibido” para protegerse de los ataques a distancia ha sido objeto de amplia polémica, y más que vendrán. Pero además del tratamiento militar puramente técnico, ha sobrevenido el problema del trato humano y protocolario que las víctimas —porque de víctimas se trata— merecían y no han recibido. Y en ese punto, la conducta oficial e institucional ha sido deplorable. Si se excluye el comportamiento de los Príncipes de Asturias, siempre en este caso a la altura de la tragedia vivida por los familiares de los soldados muertos, el resto de la historia ha sido hasta ahora para llorar en todos los conceptos. Algunos dirigentes, como Zapatero, no estaban llamados a compungirse hasta las lágrimas, pero sí cabía reclamarles algo más de lo que han mostrado en el terreno de los gestos. El mando militar, por ejemplo, no ha dispensado a los caídos, como bien se sabe, el reconocimiento justo que es norma tributar a quienes mueren en una acción de guerra. O sea, no han recibido la condecoración que merecían a este nivel, sino a otro inferior o “de servicio” a la paz. Han entrado en la gloria militar, pero por la puerta de atrás. Y eso no ha sido justo. Han pasado del rojo al amarillo en el orden simbólico de los méritos.
Zapatero, por su parte, es reo de pecado más grave. Y ello, sencillamente, por haberse ahorrado las necesarias palabras que la circunstancia exigía con inmediatez. De nuevo, como en otras ocasiones, había callado. No había sabido ni querido estar a la altura de su representación en el duelo. Al principio, ni siquiera se mostró físicamente, como podría haber hecho a través de una comparecencia televisiva. Ahora ya no ha podido evitar la parlamentaria. Cabría decir metafóricamente que estuvo desaparecido en combate. En el combate al que envió a otros después de sus ilimitadas presunciones pacifistas, tan rentables en el orden electoral.
El ministro de Defensa, señor Alonso, pudo cuidar un poco más respetuosamente su acto de presencia en el campamento “Cervantes” del Líbano. En este caso, ante los féretros dispuestos para su traslado a España, no habría sobrado en la indumentaria del titular de la Defensa un atavío más digno que una camisa de gira campestre. No parecía sino que iba, en efecto, de excursión. En realidad, así era. Ida y vuelta en viaje al Líbano para atender a un “asunto de su negociado”. El principal era ordenar la instalación urgente en los blindados de artificios técnicos contra los proyectiles enemigos de control remoto. Luego se supo que el jefe del Estado Mayor de la Defensa había ordenado, el pasado 7 de noviembre, “dotar cuanto antes” a esos blindados de “medios contra artefactos improvisados”. El “cuanto antes” se ve que tardó en materializarse mientras el peligro flotaba sobre el escenario de los acontecimientos.
Para colmo de inconveniencias, fuentes españolas de la Defensa hicieron saber que ésta no se había quedado sola en el pecado, pues otros países con militares allí desplazados carecían en sus vehículos de inhibidores de frecuencia. O sea, era preciso repartir culpas y así se hizo, “elegantemente”.
Luego, ya en Paracuellos, durante el duelo oficial, quien lo pasó peor, de modo inevitable, fue Zapatero, de igual manera que le corresponde parlamentariamente asumir los peores tragos de este cáliz. Los tiempos van transcurriendo y aquella famosa referencia a la flor en el trasero del presidente ya no parece corresponder a la deseable realidad. Sobre todo cuando, además, y es lo peor, las elecciones generales no piensan dar cuartel.
miércoles, junio 27, 2007
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