sabado 30 de junio de 2007
Llanto por seis soldados…y por España
Miguel Ángel García Brera
L A muerte de seis soldados del Ejército español en el Líbano, donde, como siempre ha sido en la milicia, se buscaba ante todo gestionar la paz entre los que acababan de luchar en una guerra que, no obstante, sigue viva, aunque no siempre en los mismos escenarios, pero sí en defensa de las mismas ideologías e intereses enfrentados, ha sido una dolorosa noticia que toda buena persona ha debido sentir hondamente. En mi caso, de forma especial, pues dado mi especial cariño por Colombia, al hecho de la muerte de seis soldados de España, se une la tristeza de que tres de ellos, naturales de aquel país hispanoamericano, hayan sido asesinados al servicio de otra nación, de referente prometedor, a donde llegaron con la esperanza de superar las dificultades existentes en su patria y huyendo, tal vez, del terrorismo que allí campea y que en la misma fecha daba cuenta de trece o catorce personas, secuestradas por las FARC, que han sido liquidadas, tras sufrir varios meses de privación de libertad. Antes de seguir mi reflexión, como cristiano pido a Dios por el destino de nuestros muertos en Líbano, que no son héroes, porque serlo exige otras determinaciones que no es momento de recordar, pero sí constituyen un ejemplo de personas cabales dispuestas a cumplir difíciles servicios, arriesgando mucho y cubriendo huecos que una sociedad hedonista como la nuestra cada vez tiene mayores dificultades de llenar. A sus familiares y amigos, les acompaño en el dolor y les pido perdón como español, avergonzado de que nuestros gobernantes puedan ser tan irresponsables como para no dotar a la tropa de cuantos medios de previsión existen hoy en los mercados, y que, como expresión del generalizado egoísmo de los políticos, no faltan en sus coches oficiales. El enfrentamiento entre Rajoy y Rodríguez ha sido esta vez de antología. El primero tildando de vergüenza la desinformación y la no asunción de responsabilidades por parte del presidente del Gobierno, y el segundo, huyendo del debate con un simple exabrupto resumido en “De vergüenza es su burda demagogia”. Me ha recordado Rodríguez los tiempos convulsos de la Universidad, donde cada vez que abría un debate en mi aula, los alumnos de izquierdas se erigían en directores del mismo, bien intentando no dejar hablar a los integrados en otros grupos, o yéndose por la tangente cada vez que alguien conseguía meterles, a modo de gol, una frase que les dejaba descolocados por la contundencia de los hechos. Ni mi autoridad en clase, que era mucha, conseguía que, quien no fuera de izquierdas, expusiera con respeto de los otros sus opiniones, ni mucho menos que éstos fueran capaces de responder ni a una sola de las acusaciones que sus grupos políticos o sus ideologías pudieran recibir. Su táctica era la de no darse por enterados de lo que se les acusaba y seguir hablando de lo que les parecía oportuno, a veces en un perfecto diálogo de besugos. En aquellos años aprendí que es misión imposible intentar discutir una cuestión con un izquierdista, en términos de igualdad y asumiendo que ninguno de los contendientes tiene la verdad absoluta y es el debate el momento para aclarar lo discutible. Escuchar a Rodríguez Zapatero, a Pepe Blanco, a María Antonia Iglesias, a López Garrido, a Llamazares o a Carrillo, me lleva siempre a recordar a aquellos alumnos por los que sentí pena, incapaces de abandonar el guión partidista por muy en contra que estuviera de lo que imponían los hechos y el razonamiento adecuado. Ahora resulta que un presidente del Gobierno que, según se ha publicado, estaba advertido por el CNI, y hasta por un ministro libanés, del riesgo de ataque a nuestras tropas, y cuyo ministro de Defensa ya habló también, al comunicar al parlamento el envío de los militares, de esa posibilidad – según trajo muy bien a cuento en una filmación, Sánchez Dragó, en Tele Madrid -, aunque se haya permitido esa especia de chiste que consiste en aclarar que lo que quiso decir era riesgo de ataques suicidas, pero no de la clase del que se ha producido, un presidente del Gobierno que llega a los pésames bastantes horas después de que otros mandatarios extranjeros los hayan dado, se permite el lujo de llamar demagogo a un opositor que le recuerda que Líbano está en guerra y los muertos en guerra merecen algo más que una placa amarilla. Y eso lo dice un presidente que, en la oposición, gritó hasta el oremus porque otras tropas fueron enviadas a Irak por el anterior Gobierno, de donde él las sacó sin mayor motivo que el habido para enviar otras al Líbano, o porque un avión de transporte militar, contratado quizás con la misma cicatería de ahorrar en lo que no se debe, es decir en gastos de seguridad, se fue a tierra con su valiosa carga de bravos soldados de España. Triste España, por la que ya hay que empezar a llorar, esta España, donde el partido en el poder se ha adueñado del lenguaje y lo maneja, según le peta y conviene, sin el menor respeto a la verdad y endosando al oponente precisamente los vicios en que es el acusador quien incurre. Con el lenguaje manipulado, como tapadera, cada día progresa la actitud autoritaria, vestida con pieles de cordero o con modelos de Vogue. Frente a ello, habrá que estar muy en guardia, como lo están quienes empiezan a objetar la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿Habrá alguien que ponga en duda la necesidad de educar a los niños – y yo diría que también a muchos mayores, sobre todo dedicados a vivir de la política – en semejante aspecto? Pues bien ese es todo el argumento de quienes no quieren que los españoles seamos ciudadanos educados objetivamente para convivir en paz, respeto y buenas maneras, sino que nos convirtamos a la falsa religión de la izquierda llamada progresista, y aceptemos sus dogmas sobre la Iglesia, la territorialidad del Estado, el divorcio, el aborto, las fiestas, subvencionadas con nuestros impuestos, del orgullo gay, las decisiones sobre retirar tropas del lugar a donde las envío el anterior Gobierno y llevarlas a otro, la carga en profundidad que patrocina Bermejo para dejar en manos de fiscales, que por ley no son sino dependientes del Gobierno, la instrucción sumarial, con pérdida de la independencia que ahora ofrece el juez instructor, salvo en los, todavía, pocos casos en que está politizado, y la bonhomía de ZP y de su abuelo. Claro que hay que educarse para la convivencia, pero no psoedirigidos para aceptar a ojos cerrados los cambios radicales que, en nuestra Patria, pretende, y ya ha iniciado ZP, dejando atónito al propio Alfonso Guerra que, aunque pensaba que la pasada por la izquierda no permitiría que a España la reconociera ni su madre, no creo que imaginara que no la iban a reconocer los extranjeros, ni siquiera los propios españoles. Al menos cuando mandó, no lo intentó tan bruscamente ni con tal oposición al espíritu tradicional de esta nación.
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