viernes 29 de junio de 2007
Reflexiones vulgares sobre la fe
Ignacio San Miguel
E N estas mismas páginas, un escritor y colaborador ha expresado sus dudas y preocupaciones por la índole no muy firme de su fe. Es un mal que nos afecta a muchos. Sin embargo, no deja de haber argumentos sólidos a favor de esa fe. A mí el que más me convence o impresiona es el que llamaría “argumento sociológico”. Me refiero concretamente a los efectos nefastos que la falta de fe ejerce sobre las sociedades del mundo occidental. No se trata en este caso de dudas de fe, sino de retirada drástica de la misma de la mayoría de la población. Y los resultados están a la vista: desintegración de la familia, abortos masivos, decrecimiento de la población, homosexualismo prepotente, etcétera. Si a esto añadimos una incipiente pero tenaz y progresiva islamización, el cuadro no puede resultar mínimamente optimista. Porque sólo a mentes de débil discernimiento se les puede ocurrir que esto constituye un progreso. Y a continuación habría que preguntarse cómo unas directrices ideológicas que nos llevan a resultados tan catastróficos puedan corresponder a alguna clase de verdad. Por el contrario, si las sociedades, manteniendo un código de valores tradicional, apoyado en bases religiosas, consiguen un desarrollo social más sólido, armónico y estable, habremos de concluir que este modelo es el verdadero. Resulta bastante pintoresco pensar que lo verdadero provoque males y lo falso tenga una influencia benéfica. Dirán que esto significa identificar el bien con la verdad, y que esto es pragmatismo. ¿Y qué? Si han leído a William James, el impulsor de esta filosofía, habrán comprobado que tenía una muy penetrante inteligencia. Para mí, no hay mejor demostración de la veracidad de una religión que su conveniencia. Si reparamos en el paralelismo y en la íntima conexión existente entre el mundo espiritual y el material, podremos también razonar que de la misma manera en que un alimento adecuado produce efectos benéficos en el cuerpo y por tanto es un alimento verdadero; y un presunto alimento que lleva al organismo a la enfermedad y a la muerte, tiene que ser un alimento falso; de la misma manera, digo, las ideas que benefician a la sociedad son verdaderas y las que la perjudican son falsas. No sé si al colaborador con dudas le convendrá esta argumentación. Hay otras muchas que le pueden convencer más y mejor. Pero, en los tiempos actuales, y ante la deriva que van tomando las cosas, se presentan adecuadas las reflexiones de James sobre lo que es bueno, conveniente y verdadero. No es casualidad que Francia, el país más laicista del mundo, esté reaccionando en busca de recuperación de los valores tradicionales. Y no se trata de Sarkozy. Si no hubiera sido Sarkozy, habría sido otro. Porque las sociedades pueden despertarse antes de perecer. En cuanto a los misterios de la religión que preocupan al citado escritor por su incomprensibilidad, no hay más que pensar en que una religión sin misterios difícilmente puede ser una religión. Podrá ser una filosofía, una ideología, una moral, pero no una religión. La religión se refiere a Dios y forzosamente penetra en un campo de misterio. Un Dios comprensible no puede ser Dios. Porque lo infinito no llega a ser comprensible nunca a la mente humana. Y como estamos hablando de la religión católica, la simple consideración de que tratamos de la Encarnación del mismo Dios, nos obliga a considerar que ésta no pudo realizarse sin que nada prodigioso la acompañase. Y tratar de reconducir estos prodigios al terreno de lo habitual y de lo fácilmente comprensible es, como queda dicho, contradictorio y, por paradójico que parezca, contrario al sentido común. Si realmente juzgamos un bien el acervo cultural de Occidente y, como es natural, no queremos que desaparezca, no queda más alternativa que rebelarse contra la corriente dominante, lo llamado “políticamente correcto”, y dentro de nuestras posibilidades, realizar una labor de freno. Las tendencias disolventes nos embisten constantemente, herencia de la revolución contracultural de los sesenta. La mayor parte del clero ha aceptado, quién más quién menos, esas premisas, infundiéndolas un falso, fraudulento carácter religioso. No le aconsejo al escritor con dudas que se dirija a uno de estos curas tan “puestos al día”. Fue un santo, Francisco de Sales, quien ponía a los fieles en guardia a la hora de elegir consejero espiritual. Elegid uno entre mil, decía. En los tiempos actuales, lo más prudente es no elegir ninguno, por si acaso. Hay diversos frentes abiertos. En estos momentos, en España, uno de los mayores peligros morales que tiene la sociedad es la asignatura que se quiere implantar como obligatoria en la enseñanza: la Educación para la Ciudadanía. Se quiere aleccionar a las nuevas generaciones en una ideología íntimamente pervertida. Gente extraviada y sin cualificar pretende moldear a la sociedad a su capricho. La obligación de la gente normal es oponerse a esta imposición. Ya está ocurriendo, y se está levantando una buena polvareda. La alta jerarquía religiosa, asociaciones de padres de familia, etcétera, se están despertando. No hay mejor combate en pro de la fe que el que se hace contra la progresía laical y clerical. No necesitamos otra seguridad que la de que nos asiste la razón y estamos siguiendo el camino adecuado. Las dudas debilitan, enervan nuestras facultades y nos llevan a contemporizaciones indeseables. Todas estas son consideraciones vulgares que es posible que no tengan mucha utilidad para el escritor atormentado de dudas. Sin embargo, han estado dándome vueltas en la cabeza y para desahogarme las he puesto por escrito. Si, además, sirven de algo, tanto mejor.
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