CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
jueves 28 de junio de 2007
a bordo
El hábito de Greenpeace
Ese viejo proverbio que asegura que el hábito hace al monje tiene una aplicación moderna. Basta con sustituir el hábito por la marca. Bajo una marca acreditada, vistosa, elegante, se pueden pasar de contrabando informes y mensajes que carecerían de credibilidad con otro envoltorio, con otro hábito menos prestigioso.
Es lo que sucede con Greenpeace. Su fatwa sobre el urbanismo galaico hubiera merecido menosprecio o indignación de haber llevado otra firma. Su falta de rigor hubiese quedado en evidencia, sus apocalípticas previsiones provocarían una sonora carcajada general y el empeño de extender la sospecha sobre las autoridades locales merecería una elocuente réplica.
Pero es Greenpeace, y a Greenpeace se le supone una autoridad en materia medioambiental que es más una renta del pasado, que algo ganado en el presente. Quién puede dudar de que la organización protagoniza el despertar de la conciencia ecológica. Son sus primeros activistas los que zarandean a la sociedad y los gobiernos para que detengan el desarrollo insostenible.
Sin embargo, esos méritos de antes no exculpan la frivolidad de ahora. Es frívolo mezclar en un documento pretendidamente serio construcciones ilegales, piscifactorías autorizadas, viviendas deshabitadas que no vulneran ninguna legislación, segundas residencias que al menos hasta hoy son perfectamente lícitas, o puertos deportivos puestos en marcha con todas las de la ley. Con este remexido se hace un paquete, no sin antes ofrecer un panorama político de la costa galaica que hace de Sicilia un convento de una orden mendicante.
También aquí se intenta confundir a los incautos. Por ejemplo, que un regidor sea acusado por la oposición o una asociación ciudadana, no lo convierte ni en imputado, ni en condenado. Una cosa es paralizar un plan de ordenación, y otra que sea un plan corrupto. Para hablar con propiedad hay que referirse a sentencias y resoluciones firmes, pero los investigadores de Greenpeace prefieren no pararse en esos detalles. No es la primera vez.
Hicieron lo mismo cuando lanzaron una arrebatada campaña contra la flota gallega, a fin de expulsarla de determinados caladeros, caladeros que eran ambicionados, dicho sea de paso, por terceros. De nada sirvió entonces que autoridades españolas y gallegas, armadores y sindicatos pesqueros, pusieran en evidencia los datos (las coartadas más bien) que manejaba la organización. Su hábito fue más poderoso.
Que lo sigue siendo se demuestra con la reacción de algunos políticos locales que, en vez de denunciar las tergiversaciones y exageraciones del informe, lo adoran como si fuese la Biblia. No parecen darse cuenta de que, de hacerle caso a las terribles admoniciones de Greenpeace, habría que parar los puertos exteriores de Ferrol y A Coruña, cerrar Reganosa, clausurar los puertos deportivos, cerrar las piscifactorías y detener la construcción de todo lo que sea segunda vivienda.
Si va a ser Greenpeace la referencia autorizada que fiscalice nuestro desarrollo, habría que darle la vuelta al Plan de Reequilibrio presentado por Touriño y Quintana. Ya no se trataría de que la Galicia interior se equiparara a la costera, sino al revés. Los cuantiosos recursos que se van a destinar a hacer cosas, habría que emplearlos en desmantelar lo que a la organización le parece nocivo. Posee un hábito excelente, pero debajo ya no está el ecologismo serio de antes, sino una ecolatría insostenible.
miércoles, junio 27, 2007
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