jueves, junio 28, 2007

Luis Margol, El lenguaje de la tribu

viernes 29 de junio de 2007
PRIMERA PLANA. LA CONSTRUCCIÓN DE UNA CULTURA QUEER EN ESPAÑA
El lenguaje de la tribu
Por Luis Margol
¿Cómo valoran los activistas gays la homologación legal de gays y lesbianas tras la legalización del matrimonio homosexual, en 2005? Conseguido este objetivo, ¿cuál es su agenda para el futuro? ¿Podemos hablar de "lobby", o estamos ante un auténtico movimiento con un programa de transformación social y política radical impulsada de forma coactiva por el Estado?
Todos estos interrogantes son respondidos de sobra en una obra fundamental para todo aquel que pretenda emitir un juicio sobre lo que se ha venido denominando "el lobby gay español".

Desde 1995, la editorial Egales, especializada en literatura y ensayo para gays y lesbianas, viene haciendo una importante labor de difusión de la historia de la homosexualidad en nuestro país, al mismo tiempo que se ha convertido en el principal difusor de la llamada "teoría queer", enfoque hegemónico en los estudios sobre homosexualidad que bebe a partes iguales del comunitarismo paleomarxista de La cuestión Judía (1843) y del ingenuo análisis del complejo patriarcal-capitalista contenido en el borrador de El manifiesto comunista (1848) y en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884).

Tal es la aceptación de este enfoque, deudor también de la reformulación neomarxista realizada en los años 60 por Herbert Marcuse, que en los países anglosajones la denominación "gay studies" ha sido sustituida en muchas universidades por la expresión "queer studies", un desafortunado ejemplo de ideologización académica, o de catetismo intelectual. Mucho de eso se encuentra en Primera plana, editado por Juan A. Herrero Brasas, profesor de la Universidad del Estado de California y autor de La sociedad gay (2001). Sin embargo, es de agradecer que la mayoría de los autores de este libro defiendan con sinceridad lo que acertadamente Herrero Brasas denomina "modelo comunistarista/separatista", que en 1996 ocasionó la escisión del movimiento gay madrileño en dos organizaciones: la Cogam, liderada por Pedro Zerolo, y la Fundación Triángulo por la Igualdad Social. Recientemente se ha constituido la asociación Colegas, defensora de un modelo no sólo igualitario, sino constitucionalista y democrático, muy alejado de la amalgama marxista-multiculturalista, y siempre revolucionaria, que inunda la mayoría de las páginas de Primera plana.

Sería imposible glosar en poco espacio las 42 piezas que componen este libro, en el que predomina el ensayo político de carácter acusatorio y reivindicativo. Como ejemplo, baste mencionar la palabra más frecuentemente usada: "homofobia", concepto que nadie se toma la molestia de definir. No deja de resultar extraño que, a pesar de las credenciales académicas que algunos de los articulistas, y de la discriminación que el editor dice sufrir en la universidad española por su condición de homosexual, a ninguno se le haya ocurrido delimitar este concepto. Homofobia es, simplemente, cualquier actitud o conducta contraria al programa máximo de este movimiento social, que, una vez conseguida la igualdad jurídica, se plantea como nuevas metas la educación –otra de las palabras más empleadas–, la normalización –que tampoco se define, pero que suena a pura censura– y, por supuesto, la transformación de la sociedad, definida a menudo como "dictadura heterosexista" y parte del complejo capitalista.

Otra de las constantes del libro, escrito en una prosa excelente y plenamente inteligible, mérito que sin duda le cabe al editor –por otra parte, la excesiva parsimonia y la semejanza de estilos hacen sospechar un editor omnisciente, lo cual resta credibilidad al volumen, por no mencionar una lectura tediosa y francamente aburrida una vez que el lector ha leído los primeros seis artículos–, es la explicación del proceso político que llevó a la legalización del matrimonio gay en términos casi exclusivamente internos y que siguen al pie de la letra los modelos de D. Rustow y Claus Offe, obviando enfoques más realistas, como el de Charles Tilly.

Es difícil creer que no haya entre los autores ninguno que introduzca una variable diferente o una mínima variación en las hipótesis del modelo usado. Tanto es así, que uno duda de la heterogeneidad de que hace gala el editor en su introducción al volumen. Una cosa es presentar un modelo ideal y otra, retorcer la realidad para producir un ensamblaje perfecto entre una teoría determinada y la praxis, algo que raramente se produce en el mundo natural, y nunca en el social.

Junto a esto, destacan la cansina denuncia al Partido Popular –una media de una mención cada dos o tres páginas– y la consideración de las legislaturas de Aznar como años oscuros en los que el movimiento gay resistió de forma heroica la homofobia explícita del Gobierno, hecho desmentido por la evidencia.

Muy al contrario, bajo los Gobiernos conservadores el asociacionismo gay fue generosamente financiado por Administraciones del PP (Chueca vivió su momento de máximo esplendor debido, en buena parte, a las generosas inversiones públicas), y en general el Estado fomentó todo tipo de iniciativas de la sociedad civil, sin reparar en que a menudo estos movimientos no han sido sino una mal disimulada correa de transmisión de los partidos de izquierda –sorprende la cantidad de activistas provenientes de la extrema izquierda, otra muestra de sinceridad que no suele aparecer en sus pronunciamientos dirigidos al público en general– que se justifica acudiendo la comunitarismo.

Ni siquiera faltan referencias al ataque terrorista del 11-M, que Leopoldo Alas interpreta como consecuencia directa de la política exterior de Aznar, o a lo que el ex director y presentador de los informativos de fin de semana de Telecinco, Fernando Olmeda, denomina "el escándalo de la compra de voto de los diputados Eduardo Tamayo y Teresa Sáez en la Asamblea de Madrid", noticia que, de haberse producido como la cuenta, nunca apareció en su cadena. Si Fernando tiene alguna evidencia de esto, haría bien en decirlo, en aras de esa intachable ética periodística de la que hace gala cada dos o tres párrafos.

No cabe duda de que el Partido Popular llegó tarde y mal a la resolución de la "cuestión gay", pues no fue hasta 2004 que, por boca de Rodrigo Rato, prometió, durante la campaña electoral, una ley de parejas de hecho de efectos legales casi idénticos al actual matrimonio gay. Una iniciativa silenciada de forma inexplicable por la mayoría de los medios de comunicación de entonces –Olmeda tampoco menciona el hecho, y mucho menos intenta explicar la censura ejercida sobre él en sus programas–, y ante la que los autores de Primera Plana demuestran una nada favorecedora amnesia.

Tampoco faltan las denuncias a los dirigentes de las organizaciones gays del país, a los que algunos califican de "prepotentes", "demasiado ocupados con su propio ascenso personal", "mafiosos, aprovechados, autosuficientes, ladronzuelos, cacos de guante blanco camuflados de militante"; incluso se habla de " banda de gángsters". Con esta rotundidad se expresa el ex sacerdote José Mantero, secundado en parte por Pablo Peinado, quien acusa a algunos empresarios gays, como Alfonso Llopart, socio de Zerolo hasta 2003, de prácticas que para más de uno rondarían la traición; y el propio Herrero Brasas alude a las "acciones y manipulaciones delictivas de una persona conocida de ambos" [Pablo Peinado y él mismo]. También en la "cultura queer", casi todo está en los libros.

De forma acertada, Primera plana está salpicado de textos de ficción a cargo de varios novelistas. Lástima que la mayoría de ellos sean de una calidad ínfima, pues, más que sacar al lector del aburrimiento, lo enfrentan a unos relatos mal planteados y carentes de la más mínima originalidad. Ni siquiera Luis Antonio de Villena, más cursi y trasnochado que nunca, es capaz de hacer una aportación artística haciendo lo mejor que sabe, escribir poesía:

Tirado, sentado en las ergástulas de la sauna, entre
toallas húmedas y aleteantes aves de silente deseo,
basta contemplar la seda de sus muslos ágiles para…

La excepción viene de la mano de Luisgé Martín (antes Luis G.), uno de los mejores prosistas españoles, que firma un desternillante relato inspirado en la homofobia –obsesión antigay de naturaleza morbosa que a menudo oculta una homosexualidad latente– que destilan páginas como Hispanidad. Por suerte para todos, el autor de La dulce ira, una lección de erudición y buen hacer literario, demuestra que a veces la militancia política no está reñida con el buen gusto. Que así sea por mucho tiempo.

En resumen, y como señalé más arriba, Primera Plana debe ser leída mucho más allá del ámbito queer y del activismo gay, pues no sólo constituye un testimonio claro y honesto de las intenciones de los autoproclamados representantes de los homosexuales españoles, sino que proporciona además un inagotable arsenal para todos aquellos que no nos presentamos como punta de lanza de ninguna revolución heredera de la rusa de 1917, sino más bien del individualismo, la libertad y la a nuestro juicio genuina diversidad de los padres del liberalismo. El debate debe comenzar; sólo espero que en el futuro la editorial Egales se muestre igual de solícita y generosa con los críticos de la hegemonía gay de izquierdas que con sus portavoces.


JUAN A. HERRERO BRASAS (ed.): PRIMERA PLANA. LA CONSTRUCCIÓN DE UNA CULTURA QUEER EN ESPAÑA. Egales (Madrid), 2007, 428 páginas.
LUIS MARGOL, autor de la columna Chuecadilly Circus.

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