jueves, junio 28, 2007

Ignacio Camacho, Capello y la Eneida

viernes 29 de junio de 2007
Capello y la Eneida

POR IGNACIO CAMACHO
«Venceréis, pero no convenceréis»
(Unamuno)
EN el mundo de la alta empresa a los ejecutivos que obtienen grandes beneficios se les premia con un bonus, acciones de la compañía y a veces hasta un puesto de vicepresidente, pero en el fútbol, donde se mueve más dinero que en muchas sociedades mercantiles, se puede despedir a un entrenador que acaba de ganar un campeonato porque unos directivos que son simples forofos consideran que el juego del equipo victorioso es demasiado aburrido para sus exigentes paladares de aficionados. A Fabio Capello, contratado por su probada experiencia en éxitos rápidos, le han dado el finiquito en el Madrid con la misma velocidad con que él cumplió el objetivo que le habían fijado. Al menos al italiano sólo le han acusado de falta de brillantez en sus métodos; a su antecesor Del Bosque lo liquidaron por considerarle a él mismo demasiado feo para las expectativas estéticas del selecto banquillo del Bernabéu.
Estos exquisitos que confunden la tribuna del estadio con los palcos de La Scala se pasaron cuatro años sufriendo dolorosas derrotas aderezadas por las primorosas filigranas de los galácticos de Florentino Pérez, y en su angustia llamaron a Capello como quien llama a un médico de urgencias. Estaban huérfanos de triunfos y querían recuperar viejos valores: el sacrificio, la entrega, la ética del sufrimiento frente a la estética del lujo. El centurión, reputado cirujano de hierro con gafas de Armani y trajes de Brioni, aplicó sus recetas sin anestesia ni remilgos; se trata de un tipo muy competitivo y tosco de maneras que reserva la belleza para su colección de pinturas y la elegancia para su cuidada vestimenta milanesa.
En un fútbol hiperprofesionalizado, sacraliza la eficacia a costa de suprimir la diversión, desterrar la creatividad y prohibir la fantasía. Juego físico, expeditivo, áspero, de agonía y pelotazo, de esfuerzo y presión, sin retórica ni aderezo. Con eso se puede ganar y perder igual que de cualquier otra manera, pero Capello gana, y por eso en su tarjeta de visita pone «allenatore vincente» y cobra seis kilos por temporada. Si el fútbol fuese sólo un espectáculo lo correrían a gorrazos por esos campos de Dios, pero además es una competición, un negocio, una pasión y a veces mucho más que todo eso. Importa ganar, y no hay en él mayor espectáculo que la victoria. Como en política. Por eso solía decir JB Toshack, filósofo de whyskería, que el de entrenador del Real Madrid es un puesto político. Político, no diplomático.
Capello vino para ganar y ganó; como ha hecho siempre, aquí y en Italia, que alguien le ha llamado para ceñir de laureles las sienes despobladas de los grandes equipos en horas bajas. Con disciplina y fe en que el éxito hace fuertes, como dice Virgilio: possunt quia posse videntur. Fueron capaces porque lo parecían. Pero Ramón Calderón y su gente, que prefieren el «Marca» a la «Eneida», han echado al centurión porque creen que ya no son tiempos de lucha. Ahora corren el riesgo de parecer incapaces, y hasta de serlo.

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