viernes 29 de junio de 2007
La tragedia del Líbano y la falacia de un gobierno mentiroso
José Meléndez
C UANDO el gobierno de Rodríguez Zapatero envió al Líbano 1.100 soldados españoles como contribución a la fuerza de interposición dispuesta por la ONU en esa zona conflictiva, hizo creer a la opinión pública que iban en misión de paz y el propio presidente lo aseguró, afirmando que en el Líbano, un país paradisíaco que pertenece al reducido número de naciones que tienen símbolos forestales –luciendo un cedro en su escudo y su bandera- no hay guerra. Los soldados españoles iban poco menos que en unas vacaciones exóticas, a confraternizar con los israelíes –a los que poco antes Zapatero había puesto de chupa de dómine y había exhibido un pañuelo palestino en un mitin socialista- , los sirios y los milicianos prosirios de Hizbolá. Los cincuenta años de tiros, cañonazos y bombardeos entre los sirios, los israelíes, los palestinos y los propios libaneses, divididos en maronitas, sunnies, chiitas, drusos, árabes musulmanes, cristianos, ortodoxos y cristianos turcos, que han costado muchos miles de muertos y han obligado a varias intervenciones de las fuerzas de la ONU y de Estados Unidos, en las que han perdido la vida cerca de trescientos cascos azules, no eran mas que el producto de la estrategia del Partido Popular para borrar su gran pecado de la intervención en la guerra de Irak. Algo parecido ocurrió con el envío de tropas a Afganistán, porque Zapatero se ha visto atrapado entre los diatribas contra la guerra de Irak, que tan buenos réditos electorales le han dado, y el cumplimiento ineludible de las obligaciones internacionales de España, como miembro activo de un mundo occidental, cada vez mas amenazado por el fanatismo islamista y las minorías rebeldes que emplean el terrorismo para sus peculiares causas. Pero ese insostenible equilibrismo entre la realidad y la impostura, entre el precio honroso que hay que pagar por las causas nobles y las burdas componendas con fines sectarios, tenía forzosamente que venirse abajo. Y así ha ocurrido. Han sido las vidas de seis muchachos, casi adolescentes, que habían sentido la llamada de la vocación militar con todo lo que ésta representa de honrosa entrega a ideales que están por encima de cualquier falacia, las que han desenmascarado a un Zapatero que, a tres días de la tragedia, todavía no había abierto la boca porque no sabe que decir. Esa postura cobarde y huidiza, a la que ya nos tiene acostumbrados el presidente, contrasta con las de su ministro de Defensa, José Antonio Alonso, quien dio la cara desde el primer momento y ha explicado sin rodeos ni ocultaciones todos los detalles de la tragedia, entre ellos el mandar a una zona bélica un contingente militar sin el adecuado equipo defensivo.. Y produce nauseas el ver que un personaje tan atrabiliario y poco creíble como José Blanco, que no pertenece al gobierno, salga en defensa de su líder poniendo las culpas de la tragedia en el Partido Popular –como siempre- “por su mala conciencia de la participación en la guerra de Irak, que es la causa de todos estos problemas”. Esa afirmación, tal y como están las cosas, es bastante para descalificar de por vida a un político y a una persona. O sea, que la baza de la guerra de Irak, en la que no murió ni un soldado español, sigue siendo el único argumento del gobierno y del PSOE. Un argumento falso, porque el gobierno socialista olvida deliberadamente que la coalición de países liderados por Estados Unidos que intervino en Irak tenía el respaldo legal internacional. En la resolución 1.483, del 22 de mayo del 2003, el Consejo de Seguridad de la ONU reconoció “la autoridad, la responsabilidad y las obligaciones de las potencias ocupantes de Irak conforme al derecho internacional. En la resolución 1.511 del 16 de octubre del 2003, la ONU “autoriza a una fuerza multinacional bajo mando unificado para que tome las medidas necesarias para contribuir al mantenimiento de la seguridad y la estabilidad de Irak”. Y, finalmente, en la resolución 1546 del 8 de junio del 2004 ý por tanto apoyada por el gobierno de Zapatero que ya estaba en el poder- se reafirma la autorización a dicha fuerza contenida en la resolución 1.511 y se pide además a los estados miembros que presten ayuda a esa fuerza multinacional “preferentemente con contingentes militares”. Esta política de engaños y ocultaciones no es de recibo en un gobierno democrático y, por desgracia, es la que sigue fielmente el gobierno de Zapatero en todas sus grandes decisiones. El líder del PP, Mariano Rajoy acertó cuando afirmó que el Ejército no es una ONG y cuando interviene, sea donde sea, es porque hay una situación bélica. Y esa situación existe en el Líbano, en Afganistán, en Kosovo y en todas las partes en que están desplegados los soldados españoles, por mucho que Zapatero quiera ocultarlo y quiera disfrazar la verdad con su edulcorado discurso de paz y de Alianza de Civilizaciones. ¿Y que va a hacer ahora? ¿Va a retirar las tropas del Líbano y de Afganistán? ¿Qué haría si el Partido Popular le pagase con la misma moneda y le organizara gigantescas manifestaciones pidiendo la retirada de las tropas?. No se encontrará en una situación semejante, porque en el Partido Popular impera la sensatez y la coherencia, la misma que ha echado a la calle en varias ocasiones a masas de gente para pedir el fin del terrorismo de ETA sin pestilentes componendas. La política antiterrorista de Zapatero, si así puede llamarse, es otro paradigma de su manera de gobernar con ocultaciones, disfrazando sus verdaderas intenciones con la manta acogedora del diálogo y de los esfuerzos para conseguir la paz. Como ha disfrazado sus intenciones de la desmembración de España con su política territorial y ha tapado su soterrada campaña contra la Iglesia católica en nombre de una libertad que no practica porque le ha quitado a la asignatura de Religión su valor académico para concedérselo a la Educación para la Ciudadanía, que es un primer paso para el adoctrinamiento de las mentes juveniles en el sentido que impone la ideología –si es que existe- del socialismo de Zapatero, que cada vez tiene menos que ver con el socialismo moderno. La consecuencia que se saca de todo este cúmulo de falsedades y mentiras es preguntarse si un gobierno con un índice tan bajo de credibilidad es el que necesitan los españoles. Los del centro derecha seguramente dirán que no y los verdaderos socialistas añorarán a Felipe González.
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