viernes 29 de junio de 2007
¿Desmotivación laboral? Un camino a la esperanza
Miguel Martínez
É STA va a ser la primera vez que un servidor escriba un artículo por encargo. Les cuento: Una amiga, periodista de formación pero formadora de profesión -disculpen el juego de palabras- , se encuentra impartiendo un curso sobre inteligencia emocional a un grupo de mandos intermedios de una importante empresa del sector metalúrgico. Para aquellos de mis queridos reincidentes que lo desconozcan, la inteligencia emocional es, grosso modo, la habilidad del ser humano para interpretar los sentimientos –tanto propios como ajenos- equilibrándolos y utilizando esta capacidad para crear y mejorar las relaciones interpersonales. Según parece, y así lo creen multitud de empresas, el dominio de la inteligencia emocional facilita las relaciones laborales lo cual, a su vez, ocasiona ventajas en el funcionamiento interno de las empresas y redunda en el incremento no sólo de la producción sino también de la calidad, pues desde el ámbito de la inteligencia emocional puede incidirse en conceptos tales como la motivación, la comunicación, la empatía, la asertividad, etc… Y resulta que esta amiga –imagino que precisamente por ser amiga de un servidor- suele utilizar artículos de quien les escribe en sus clases como base para la realización de diversos ejercicios, y me proponía esta misma tarde que redactase un artículo que ayudase a ver el trabajo con optimismo a aquellos cuya tarea laboral es monótona, a los que día tras día pasan su devenir laboral en el aburrido puesto de una cadena de montaje, sabiendo que su perspectiva diaria ante el puesto de trabajo es, invariable y exclusivamente, atornillar la quinta tuerca de la izquierda –según se mira- hasta que ésta haga tope en su respectiva rosca, y a los que, sin llegar a tener cometidos tan rutinarios, desempeñan su tarea creyéndose que no son más que un simple número dentro de la empresa; un engranaje chiquito y escuchimizado que apenas contribuye en la realización del producto final. Así me encomendaba esta amiga este artículo, una columna que, según sus propias palabras, fuese un “camino a la esperanza” para tantas y tantas personas sujetas a un trabajo que no les aporta más que el exiguo –o no- salario que proporcione cierta sustancia, cada fin de mes, a una maltrecha –o no- cuenta bancaria. Y pensando que, sin duda, muchos de mis queridos reincidentes probablemente se encuentren en esa misma situación, en la que uno se siente poco más que el servil vasallo del tirano de su jefe, o desempeñando cometidos más simples que el mecanismo de un botijo, les ruego me acompañen en este intento de convencerse, no sólo de que podría ser mucho peor -imagínese cómo se ha de sentir uno que se emplee de kamikaze en un avión de combate japonés al que, para más INRI, le obligan, la legislación de seguridad y salud laboral es implacable y no admite excepciones, a desarrollar su actividad con un molesto e inútil casco-, sino de que usted tiene herramientas en su mano para cambiar esa situación y convertir un puesto de trabajo que otrora fuera insulso y aburrido, en un medio saludable y mucho más llevadero de llevar a cabo sus más ansiados anhelos. En primer lugar debiéramos convenir en que trabajamos para vivir y no a la inversa. El trabajo ha de servir para hacernos lo más plácida posible la vida. No sería justo, ni para nosotros mismos ni para los que nos rodean, que el trabajo nos absorba energías que debiéramos reservar para nuestro ámbito personal, y en ningún caso debiéramos traernos, desde la empresa hasta nuestro hogar, más trabajo o problemas que los que allí se nos generen. Esa máxima, que es sagrada en algunas profesiones como el toreo –ningún matador se lleva al toro a su casa para darle unos capotazos, o para acabarlo de rematar en la salita de estar mientras su folclórica de turno le prepara la tortilla de patatas- debiera ser incorporada a todas ellas. De la misma manera que usted, mi sufrido atornillador de tuercas en la cadena de montaje, no se lleva a casa el torno, el destornillador y la tuerca para seguir atornillando, deje allí todos los problemas e inconvenientes que le provocan su puesto de trabajo. De lo contrario sería como si usted, en sus ratos libres, hiciese horas extras cuyo importe jamás percibirá (cuidado con que Hacienda no interprete que es trabajo “en negro”). Si pese a todo esto usted se lleva voluntariamente el trabajo y los problemas a casa, lo que no debiera hacer -por pura congruencia- es quejarse. En tal caso debiera sentirse afortunado de tener de un trabajo que le cautiva tanto como para dedicarle a él horas que en justicia no le pertenecen. Si usted es de los que piensan que su trabajo es tedioso y monótono, que su jefe es un negrero que sólo sonríe cuando le tira los tejos y que le gustaría cambiar de aires, pero que, al fin y al cabo, es un empleo seguro que le permite pagar puntualmente la hipoteca y darse algún que otro capricho tiene usted dos opciones: Una, mandar al baboso de su jefe a tomar por saco –o por ese otro orificio que ustedes saben y del que los humanos disponemos para una corta diversidad de actividades- y buscar algo que realmente le atraiga. Ustedes me dirán que eso es difícil y un servidor –que mandó adonde antes les decía un puesto de funcionario en un ministerio, sencillamente porque le aburría pasarse ocho horas diarias cotilleando entre las intimidades económicas de los contribuyentes- les dice que sí, que no es fácil, pero que quien algo quiere algo le cuesta, y que si usted no lo intenta, es porque su situación se encuentra ubicada en la segunda de las opciones a las que anteriormente me refería y que a continuación les detallo. Si la seguridad de su aburrido trabajo le seduce más que la perspectiva de cambiar de aires y la incertidumbre que conlleva cualquier cambio laboral, no le queda más remedio que reconocer que esa seguridad le proporciona la estabilidad necesaria como para hacer que el trabajo no sea una preocupación, pues es algo que usted ya tiene resuelto. Dése la enhorabuena por no estar usted tan mal, o, mejor dicho, de estar usted tan bien como para no tener que verse obligado a buscar un nuevo empleo. Y si esto es así, incluso usted, que lleva 20 años atornillando la puñetera tuerca en la puñetera cadena de montaje, puede llegar a la conclusión de que es afortunado porque –en virtud a la primera premisa dada en este artículo- es capaz de permitirse vivir con un trabajo sencillo, que no le consume recursos, ni físicos ni intelectuales, que podrá emplear en su vida privada –recuerde que ni su vida es su trabajo, ni su trabajo su vida- dedicándose a cualquier actividad que sí le resulte atractiva y que sí le proporcione un motivo para levantarse contento por la mañana. Búsquese un pasatiempo atractivo en el que pueda desarrollar todo ese talento que usted posee y que no necesita invertir en su profesión, aproveche sus ratos libres y estudie aquello que siempre quiso estudiar, aprenda aquello que siempre quiso aprender, en definitiva, viva todo cuanto pueda, especialmente, en cuanto se quite su ropa de trabajo y salga a la calle. De los problemas del trabajo, una vez haya finalizado su jornada laboral, que se ocupen el negrero de su jefe y el pelota de Ramírez (no se me ofendan aquellos de mis reincidentes que, llamándose Ramírez, jamás le hayan hecho la pelota a su jefe, pues este comentario no iba destinado a esos Ramírez sino, exclusivamente, a Ramírez, el pelota). De otra parte, si usted es de los que disfruta tanto con el trabajo que no entiende cómo existen los que están deseando que suene la sirena para salir disparados a disfrutar de su vida privada, dése asimismo la enhorabuena, que ya ve cómo está el patio y no todos gozan de su suerte. En cualquier caso son muchos los caminos que conducen a la felicidad, y es cuestión de cada uno elegir por cual de ellos quiere transitar en función del que le resulte más grato o menos latoso. Existen otros métodos -menos ortodoxos y que no dependen sólo de uno mismo- y que rara vez funcionan, pero por probar tampoco se pierde nada. La lotería es un ejemplo. Un buen pellizco en los juegos de azar suele solucionar todos estos problemas, incluso puede resultar saludable el mero hecho de la adquisición de un decimito o un cupón semanal, pues nos permite, semana tras semana, soñar con lo que haríamos si resultásemos agraciados. Tiene el inconveniente de que puede usted cansarse de soñar y esto sí que es realmente peligroso. Además, en el caso de que tuviese razón Calderón con lo de “la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, ya me contarán ustedes cómo defendemos que de lo que se trata es de vivir la vida si resulta que ésta no es más que un sueño… En fin, que van a perdonarme mis queridos reincidentes tanta divagación, pero puedo asegurarles que la voluntad de quien les escribe reside en una causa noble como lo es convencer a los que se sienten desmotivados en su trabajo que algo pueden hacer al respecto. A aquéllos de ustedes que no hayan podido descubrir ninguna recomendación que les funcione para paliar su desazón laboral, siempre les queda el recurso de meterse en política. Que ya se sabe que los políticos están para hallar soluciones a los problemas, y que, si bien no siempre son capaces de solucionar los problemas de la sociedad, sí suelen solucionar los propios con excelente eficacia. ¿O no?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
un video muy divertido de un coaching grupal con música. la idea es componer una canción en grupo.
está claro que el buen humor y las actitudes constructivas hacen un buen clima laboral.
http://sinerzia.com/es/musicaina.php
saludos
Publicar un comentario