lunes, octubre 23, 2006

Libre comercio unilateral

martes 24 de octubre de 2006
No a Mercosur
Libre comercio unilateral
Porfirio Cristaldo Ayala

Los gobernantes, funcionarios y sindicalistas pierden poder con el libre comercio dado que éste libera al mercado de la influencia política. Los políticos ya no pueden dirigir el comercio, ni otorgar subsidios y protecciones a cambio de votos o coimas.

La unión aduanera formada por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay hace 15 años resultó un fiasco. Brasil y Argentina continuaron con sus mercados cerrados y protegidos. El mercado ampliado de 200 millones de personas fue un engaño para Paraguay y Uruguay, que perdieron competitividad y se estancaron. Por temor a contradecir a Lula y Kirchner, Uruguay decidió no negociar un TLC con EE UU., y al igual que Paraguay, sólo busca algunas concesiones comerciales y de inversiones.
Uruguay y Paraguay, sin embargo, no necesitan negociar tratados de libre comercio con los grandes bloques del mundo ni seguir sometidos al Brasil y Argentina. Los beneficios del libre comercio que no encontraron en el Mercosur los pueden lograr de inmediato, sin protocolos bilaterales ni negociación alguna, con solo eliminar unilateralmente sus propios aranceles, trabas y protecciones. Las ventajas para sus pueblos en término de crecimiento económico serían inmensas.
Esto fue lo que hizo Gran Bretaña en 1840. Los ingleses, hartos de intentar la liberación recíproca de sus mercados con Francia y otros países, decidieron eliminar unilateralmente sus barreras arancelarias. Gran Bretaña pronto se convirtió en la primera potencia y el centro del mundo financiero, podía comprar materias primas a bajo costo para su industria y los consumidores accedían a productos y alimentos más baratos. El resto del mundo los imitó después.
Los más favorecidos por el libre comercio unilateral son los pobres, los jóvenes y los desocupados. El auge de las exportaciones crea abundantes oportunidades de trabajo y se pueden adquirir bienes importados de mejor calidad y a menor precio que los nacionales. Pronto aumenta la producción, la inversión, los ingresos y el nivel de vida, mucho más que con un TLC.
El libre comercio unilateral beneficiaría particularmente a Paraguay, país que no tiene costas sobre el mar, reduciendo drásticamente el costo de bienes de capital y materias primas, y mejorando la competitividad de su economía. De ahí la prosperidad está a un paso, solo requiere ampliar las libertades económicas, dar una sólida protección a los derechos de propiedad y fortalecer el estado de derecho.
Pero si el libre comercio unilateral es tan bueno, ¿por qué es poco menos que imposible aplicarlo? Porque afecta los intereses de poderosos grupos, incluyendo a políticos, funcionarios públicos, empresarios y sindicalistas privilegiados. Los gobernantes, funcionarios y sindicalistas pierden poder con el libre comercio dado que éste libera al mercado de la influencia política. Los políticos ya no pueden dirigir el comercio, ni otorgar subsidios y protecciones a cambio de votos, favores o coimas.
Pero los que más se oponen al libre comercio son los grandes empresarios. Estos dicen querer el libre comercio, pero se refieren solo a la exportación, no a la importación. Se niegan a competir con bienes importados, temen perder sus privilegios, subvenciones y la tutela estatal. Solo buscan que el gobierno les consiga el acceso "preferencial" de sus productos a los grandes mercados y advierten que la eliminación de los aranceles traerá la "invasión" de importados, la destrucción de la producción y la pérdida de numerosos empleos.
¡Mentiras! No puede haber "invasión" ni destrucción de la producción, ya que para importar es preciso exportar. No habrá importación si no se exporta. Las empresas que no pueden competir cerrarán, pero sus trabajadores encontrarán otros empleos mejor pagados. Los empresarios que pronostican catástrofes si se eliminan las protecciones y pierden sus mercados cautivos, no son realmente capitalistas, sino mercantilistas. No entienden que en una economía de mercado la razón de ser de la producción es el consumo, no la producción. La economía busca el beneficio de los consumidores, no de los productores. El arma más potente que tiene la humanidad para acabar con la pobreza y el atraso es el libre comercio. No es necesario esperar que EEUU y la UE accedan a liberar el comercio, se puede y se debe establecer unilateralmente. Pero solo podrán hacerlo los pueblos, porque sus gobernantes jamás lo harán.

© AIPE

Porfirio Cristaldo Ayala es corresponsal de la agencia AIPE en Paraguay y presidente del Foro Libertario.

Intifada

martes 24 de octubre de 2006
Carta de París
Intifada
Carlos Semprún Maura

El objetivo evidente, aunque siempre ocultado, es que durante uno de estos ataques violentos con porras, piedras y "cócteles Molotov" algún policía cometa una imprudencia y dispare para defenderse, pero no con balas de goma sino reales.

A pocos días del 27 de octubre, aniversario del comienzo de los disturbios del año pasado en toda Francia, o mejor dicho en todos los suburbios con fuerte población de origen africano, todo el mundo espera una repetición de dichos disturbios. Y aún más violenta, si eso fuera posible. Para lograrlo, bandas organizadas agreden sistemáticamente a policías, preparándoles incluso trampas, y atacan a policías aislados, no más de dos o tres a la vez. El objetivo evidente, aunque siempre ocultado, es que durante uno de estos ataques violentos con porras, piedras y "cócteles Molotov" algún policía cometa una imprudencia y dispare para defenderse, pero no con balas de goma sino reales. Si alguno hiere así a algún chaval –o si lo mata, mucho mejor–, sería la mecha que provoca la explosión. Pese a la evidente diferencia de las situaciones, se nota que todo ello se inspira de la intifada palestina.
La agravación de la situación en los suburbios tiene diversas explicaciones, y muchos dan abundancia de razones "sociológicas" para evitar de hablar de lo esencial: la extensión del islam radical en esas zonas. No es la única explicación, pero es la más importante. La "getoización" de esos suburbios desde hace más de 25 años no se debe a la voluntad malévola de las autoridades, sino al hecho de que los indígenas galos se negaba a convivir en las mismas casas, o barrios, con los magrebíes y los negros por infinidad de motivos, sin excluir el racismo. También es cierto que hay más paro en esas zonas que en otras y, sobre todo, infinitamente más tráfico de droga que en cualquier otro sitio. Y, francamente ¿para qué buscar trabajo cuando siendo "camello" ganas más, trabajando veinte veces menos? ¿Para qué ir a la escuela cuando el hermano mayor te hace participar a ese sabroso negocio de la "economía subterránea o paralela", como dicen los finolis?
Y es precisamente sobre esa base, al margen de la ley, como se extiende el islam radical, los imanes "locos de Alá", colaborando en muchas ocasiones con los cabecillas de las bandas. Y nadie, nunca, jamás, habla del peligro islámico salvo en los informes confidenciales de la policía.El domingo por la tarde unos cuarenta muchachos encapuchados y armados con barras de hierro vaciaron un autobús y lo quemaron, en Grigny. Alegres y festivos, otros comenzaron a incendiar coches; no tres, como dice El País, sino treinta. Todas las condiciones –sobre todo la cobardía, la ceguera y la hipocresía de los políticos y de los medios– están pues reunidas para poner en bandeja a los "barbudos" nuevas conquistas del islam radical en Francia.

De la reordenacion al salvamos lo que podamos

martes 24 de octubre de 2006
Sector energético
De la reordenación al salvemos lo que podamos
Emilio J. González

Lo peor, como país, sonlos problemas que vamos a tener a partir de ahora con nuestros socios europeos, y puede que, por derivada, con Estados Unidos, como consecuencia de una actitud del Gobierno.

Antes incluso de su triunfo electoral del 14 de marzo de 2004, los socialistas ya estaban hablando de proceder a una reordenación del sector energético español en cuanto llegasen al poder. El propio director de la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno, Miguel Sebastián, se refería a una nueva etapa de "consolidación" en esta rama de la industria. Pero lo que empezó como un intento dirigido por el Gobierno de modificar el mapa energético español, hoy se ha convertido en una especie de salvemos lo que podamos mientras estemos a tiempo.
Cuando los socialistas estaban hablando en la campaña electoral, y en los días que siguieron a la convocatoria a las urnas, de una reordenación del sector energético, a lo que se estaban refiriendo era a entregar Endesa a Gas Natural, como ya sabemos desde hace tiempo. Pero, al intentar forzar las cosas contra su propia naturaleza, el Ejecutivo abrió la caja de Pandora en el sector y aquellos polvos trajeron estos lodos. Ahora Solbes empieza a entonar el mea culpa, cuando él tenía muy poca, aunque no sabemos muy bien si en nombre del Gobierno o como advertencia ante lo que puede venir desde la Unión Europea si Zapatero y los suyos persisten en impedir, a cualquier precio, que E.On pueda desplegar su OPA sobre Endesa para dejar que sean los accionistas de la eléctrica española quienes opinen al respecto mediante su decisión de vender o no sus títulos a los alemanes.
Lo que Solbes propone, desmarcándose abiertamente de la línea seguida por Zapatero, al señalar que "el Gobierno debe legislar, no pensando en normas para favorecer una determinada operación", no es ni más ni menos que pedir al Ejecutivo que deje que las cosas sigan el curso emprendido como consecuencia de algo que nunca se debió de iniciar, otra cosa implícita en las palabras de Solbes, porque los males pueden ser todavía mayores a los que ya tienen que afrontar España y su sector energético.
Nuestro país se enfrenta a la posibilidad de sanciones por parte de la Unión Europea, pero ese es el menor de los males que pueden sobrevenirnos, a pesar de que el pago de dichas sanciones tenga que salir del bolsillo de todos los españoles. Lo peor, como país, son los problemas que vamos a tener a partir de ahora con nuestros socios europeos, y puede que, por derivada, con Estados Unidos, como consecuencia de una actitud del Gobierno en la que los elementos de racionalidad son cada vez más difíciles de percibir. El Ejecutivo empezó todo este lío impulsando y favoreciendo la OPA de Gas Natural sobre Endesa, que ha tenido consecuencias inesperadas e imprevistas para todo el sector, y ahora debería empezar a aceptar las cosas como son, el error que ha cometido, en lugar de seguir empecinado en sostenella y no enmendalla en lo que se refiere a E.On.
Hay que tener en cuenta, además, que esa reordenación de que hablaba el Gobierno en lo que está resultando, al final, es en que todo el sector energético español está en peligro y la búsqueda de caballeros blancos que les salven de las posibles OPAs que podrían avecinarse después del efecto llamada que supuso la fallida operación Gas Natural-Endesa. Así, vemos como Iberdrola y Unión Fenosa barajan la posibilidad de una fusión para evitar que un tercer se las trague, como FCC estudia entrar en el capital de Gas Natural para blindarlo y como en Repsol se suceden los movimientos –primero la entrada de Sacyr Vallehermoso en su capital y ahora la búsqueda de una petrolera extranjera que participe también– para impedir que alguna de las grandes petroleras internacionales se la coma sin esfuerzos... por no hablar de todos los movimientos accionariales que están teniendo lugar en Endesa, con Acciona como principal protagonista.Desde el punto de vista del nacionalismo económico, todos estos movimientos pueden parecer muy sensatos, pero en realidad no lo son. Uno de los problemas que ha padecido tradicionalmente el sector energético español ha sido su interdependencia con el sector financiero, que ha limitado sus estrategias de negocio y su capacidad de modernización debido a que sus accionistas bancarios pensaron siempre más en términos de resultados financieros que de las necesidades de un sector vital para la economía española. Pero los bancos, al final, se fueron poco a poco y, con su salida, permitieron al sector energético desplegar todo su potencial y satisfacer con eficiencia la demanda creciente de energía de este país. Sin embargo, ahora que las energéticas estaban casi libres de esos lastres, puede aparecer uno nuevo con la entrada masiva de las constructoras en su capital. Que esto puede ayudar a que las compañías conserven la nacionalidad española, no cabe la menor duda. La cuestión es a qué precio y si, a fin de cuentas, esa "reordenación" era necesaria. Y como la respuesta es que no, ¿no es el momento de que el Gobierno reflexione sobre lo que acaba de decir Solbes?

Bolivar, convertido en chivato

martes 24 de octubre de 2006
VENEZUELA
Bolívar, convertido en chavito
Por Carlos Ball
Cuando vivía en Venezuela la moneda más pequeña era un centavo y la de mayor valor se llamaba "fuerte" (5 bolívares). Ésta era una linda moneda de 37 milímetros de diámetro, con la efigie del Libertador, el escudo nacional y el indicativo de que era plata 900 y pesaba 25 gramos. En apenas dos décadas el centavo ha sido reemplazado por una moneda de 10 bolívares, y el Banco Central de Venezuela acaba de anunciar que acuñará una moneda de 1.000 bolívares, cuando el billete más grande en los años 80 era de 500 y hoy es de 50.000.
He aquí la evidencia de la magnitud del robo que los venezolanos han sufrido de manos de sus gobernantes y funcionarios, y también parte de la explicación de por qué Venezuela aparece en el último lugar de América Latina en el Informe 2006 de Libertad Económica en el Mundo: en el puesto 129 entre 130 países, junto a Ruanda, el Congo y Zimbabue.

Quizás los argentinos, los brasileños, los bolivianos, los paraguayos, los ecuatorianos, los nicas, los panameños y los isleños del Caribe le querrán preguntar a Hugo Chávez, en su próxima visita, con todos sus regalos y promesas, por qué Venezuela era rica cuando el petróleo se vendía a 3 dólares el barril y lo producían y exportaban empresas multinacionales "imperialistas", que convirtieron el país en el principal exportador de crudo: para 1958 llegó a controlar más del 50% del mercado petrolero internacional. Por el contrario, en el siglo XXI las reservas, la producción, la refinación y la exportación petrolera venezolana caen año tras año y, a pesar de que el precio está por encima de los 50 dólares el barril, los venezolanos sufren una miseria africana.

Se repite la historia. Si regresaran quienes conocieron La Habana y Caracas en aquel año 1958 creerían estar, más bien, en alguna de las capitales africanas al sur del Sáhara. Ahí quedan para la historia los verdaderos logros del comunismo castrista y del socialismo del siglo XXI.

La primera devaluación del bolívar en el siglo XX (de 3,35 bolívares por dólar a 4,30) la instrumentó el Gobierno socialdemócrata de Rómulo Betancourt en 1961, luego de anunciar que no se otorgarían nuevas concesiones a las petroleras extranjeras; éstas, que tenían inmensos capitales invertidos en el país, lógicamente comenzaron a repatriar su dinero. Ese fue el inicio de la sustitución de la empresa privada, que busca el lucro, por bondadosas empresas estatales y por aquellas pertenecientes a los amigos del palacio presidencial, que obtienen financiamiento subsidiado de los bancos del Gobierno y protección absoluta contra las importaciones baratas.

Para completar el círculo, los peores ministros de Hacienda –ahora de Finanzas– que tuvo Venezuela en el período democrático anterior a Chávez fueron altos funcionarios de ciertos y determinados grandes grupos económicos, esos mismos que no creen en el capitalismo y la libre competencia sino en la "responsabilidad social de la empresa".

Así llegamos, en 1999, a la presidencia de Hugo Chávez, con un bolívar devaluado a 565 por dólar; desde entonces el socialismo del siglo XXI ha hundido su valor real (en el mercado paralelo) a 2.900 bolívares por dólar.

Por respeto a Simón Bolívar, propongo que, así como Hugo Chávez ha cambiado la Constitución, la bandera, otros símbolos patrios y hasta los días de fiesta (el 12 de octubre es ahora el Día de la Resistencia Indígena), cambie también el nombre de la moneda, sustituyendo el de "bolívar" por un más apropiado y devaluado "chavito".


© AIPE
CARLOS BALL, director de la agencia AIPE y académico asociado del Cato Institute.

Marasmo moral y politico en Irak ( y en el mundo arabe)

martes 24 de octubre de 2006
ORIENTE MEDIO
Marasmo moral y político en Irak (y en el mundo árabe)
Por Antonio Sánchez-Gijón
Si los republicanos pierden las elecciones parlamentarias del 7 de noviembre no será por el vertiginoso aumento de la violencia en Irak ni por las bajas norteamericanas, en ascenso, sino por la insolvencia y culpabilidad del Gobierno iraquí.
Tanto el Ejecutivo de Bagdad como las fuerzas chiíes que lo apoyan vienen demostrando desde el final del verano que no sólo son culpables del fracaso de la institucionalización de la vida política, sino que tienen un grado mayor o menor de responsabilidad en las atrocidades que se cometen a diario contra la población civil y los disidentes religiosos y políticos, en un grado comparable con las propias responsabilidades del terrorismo yihadista sunní, la insurgencia baazista y sadamista y la rama de Al Qaeda en Irak, que habían provocado con atrocidades precedentes la actual ola de terror.

El aspecto más inquietante de esto no es la frustración de la política de la Administración norteamericana, sino lo que dice del marasmo en que se agita la sociedad iraquí y de la insolvencia moral de los que pasan por élites de ese país. Lo que es aún más grave, lo que ocurre en Irak es una especie de parábola exacerbada de otros desastres morales del mundo árabe.

Las milicias del clérigo Muqtada al Sader, el llamado Ejército del Mahdi, han protagonizado en los últimos meses atrocidades sin cuento en Bagdad y Amara, y las brigadas Bader, del llamado Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak, del también clérigo Al Hakim, no se quedan atrás en vesania selectiva y actos de terrorismo indiscriminado. Ambas fuerzas están representadas en el Gobierno y ambas operan por medio de sus elementos armados o a través de la policía, completamente infiltrada por sus agentes.

La complacencia o la impotencia del Ejecutivo iraquí se puso de relieve cuando el primer ministro Maliki exigió a los norteamericanos la liberación de uno de los jefes de la milicia Mahdi, detenido después de una de sus sangrientas fechorías.

¿Cuánto tiempo tardará el Gobierno de Washington en verse forzado a reconocer que el Gobierno iraquí no es un aliado, sino que se comporta como un adversario de su estrategia? La mentalidad de este Gobierno, que no es sino la expresión de la mentalidad y el espíritu prevalentes en estos momentos entre las mayorías iraquíes, no se sitúa en el mismo orden psicológico y político que informa la mentalidad de los Estados Unidos, resultado de corrientes culturales y filosóficas que llamamos, para abreviar, "occidentales". Obedece más bien a una mentalidad, entre tribal y de zoco, de la que grandes segmentos de las sociedades medio-orientales se resisten a desprenderse, medrosos ante los desafíos de un mundo globalizado que les va dejando a la zaga.

Es la misma incapacidad mostrada recientemente por la sociedad palestina para construir un pedazo de futuro esperanzador a partir de dos hechos de magnitud mayor: la recuperación de una Gaza libre de israelíes, desde el otoño del año pasado, y el plan israelí de retirada unilateral de la Ribera Occidental con que se estrenó el actual Gobierno de Jerusalén.

Las respuestas palestinas dejaron atónito al espectador mentalizado "a la occidental": hicieron de Gaza la base para una nueva intifada de ataques clandestinos contra Israel, asegurando así, mediante las represalias israelíes, la destrucción de las infraestructuras básicas de la Franja, y eligieron, votando a Hamás, un Gobierno que les devuelve al "Día Cero" de la ocupación israelí. Es como desear que los israelíes no se retiren de los territorios tomados en 1967 y obligarles a comportarse como ejército de ocupación. O como sufrir estoicos la destrucción de medio Líbano por el gusto que Hezbolá se ha dado de darle un susto a Israel. Quédeme yo tuerto, con tal de que te quedes ciego…

La estrategia declarada de los jefes norteamericanos en Irak se ha expresado con tres verbos: "contener, despejar, reconstruir" (hold, clear, rebuild). Consiste (mejor dicho, consistía) en contener localizadamente a los grupos terroristas y la insurgencia, limpiar la zona de rebeldes y reconstruir los elementos materiales y sociales para hacer viable la pacificación de las poblaciones. Las fuerzas que apoyan al Gobierno iraquí, con la complicidad o la interesada neutralidad del propio Gobierno, han optado por una estrategia de aniquilación de los "otros". Lo más irónico de todo es que ya han empezado a matarse entre ellos mismos… Ecos que evocan, como las caracolas nos llevan al mar, la lucha a muerte, hace dos meses, entre policías palestinos de Al Fatah y milicianos de Hamás.
Con todo lo dicho en los párrafos anteriores, ¿cómo justificar entonces el apoyo que algunos dimos a la intervención de la coalición internacional en Irak? ¿Cómo justificar el juicio y probable condena a muerte de Sadam Husein, cuando las fuerzas políticas iraquíes de un signo y otro dan señales de estar embarcadas en acciones criminales que nada tienen que envidiarle? Preguntas pertinentes, sin duda… Pero son otra historia.

Todos contentos, nada resuelto

martes 24 de octubre de 2006
CRISIS COREANA
Todos contentos, nada resuelto
Por Florentino Portero
La primera prueba nuclear de Corea del Norte era un hecho que no se podía obviar. Ya no se trataba de violaciones al régimen de no proliferación, de programas de investigación en curso, de debates sobre si Pyongyang disponía o no de ingenios nucleares, de si decía tenerlos para disuadir pero en realidad no los tenía… Los tiene y los ha probado. Si el Consejo de Seguridad no adoptaba medidas ante un acto de tal gravedad, con el cúmulo de fracasos y escándalos que ha venido acumulando durante los últimos años su desprestigio llegaría a cotas nunca vistas.
La crisis nuclear coreana cobraba además especial relieve porque se había convertido, como consecuencia de la fecha de la citada prueba, en la antesala del debate previsto sobre la crisis iraní, también relativa a la proliferación nuclear. Si no había acuerdo, o era tan de mínimos que resultaba ridículo, el Consejo tendría que enfrentarse al problema iraní en unas condiciones patéticas, sin esperanza alguna de llegar a un acuerdo mínimamente creíble.

Desde una perspectiva estratégica, el que Corea del Norte disponga de armamento nuclear tiene una importancia limitada. No parece que sus dirigentes consideren utilizarlo contra otro estado, salvo en defensa propia, y nadie está pensando en atacarles. Sin embargo, el programa nuclear norcoreano es un problema de seguridad por varias razones:

1) El hecho de que la industria de defensa sea el único activo comercial disponible de Pyongyang, junto con su militancia antiliberal, puede llevar a sus gobernantes a tratar de vender tecnología nuclear a terceros países. En este caso estaría siguiendo la estela de su actividad comercial en el terreno de los misiles, que ha tenido consecuencias muy negativas para la seguridad internacional, pues ha provisto de ellos a países que no están en condiciones de adquirirlos en el mercado normal.

2) Provoca una grieta en el régimen general de no proliferación y causa dos efectos enormemente dañinos. En primer lugar, deja claro a aquellos gobiernos tentados a seguir el mismo camino que es posible hacerlo sin poner en peligro su supervivencia política. En segundo lugar, pone a los estados vecinos, afectados por la disuasión del nuevo armamento, en la tesitura de tener que revisar en profundidad sus propias estrategias, con lo que en muchos casos se verán abocados a romper el régimen de no proliferación para garantizar su propia seguridad. Sólo disponiendo de misiles con cabezas nucleares se puede superar el efecto disuasor de un vecino nuclearizado con el que se mantienen diferencias importantes.

Los miembros del Consejo de Seguridad reaccionaron con rapidez. Estaba claro que no iban a considerar seriamente el uso de la fuerza. Por una parte, es posición comúnmente aceptada que la fuerza debe ser siempre el último recurso y que hay que dar tiempo a la diplomacia, incluyendo bajo esta actividad la aplicación de sanciones. Pero, además, había razones que desaconsejaban su utilización:

1) Si Corea del Norte se sintiera amenazada podría lanzar un ataque sobre Seúl, ciudad situada en las proximidades de la frontera, con resultados catastróficos. La victoria tendría un coste en vidas para Corea del Sur tan alto que sería inasumible.

2) El régimen de Pyongyang no dudaría en utilizar armamento de destrucción masiva sobre la población de Corea del Sur.

3) El derrumbamiento del régimen político de Corea del Norte llevaría a una catástrofe humanitaria, dadas las condiciones lamentables de los 22,5 millones de habitantes del país. Sin recursos para sobrevivir, buscarían las fronteras con China y Corea del Sur como vías de escape a una muerte por inanición. La gestión de este problema, unido a la reconstrucción política y económica, disuade a las potencias vecinas de cualquier acción desestabilizadora.

4) La crisis del sistema político de Corea del Norte supondría una humillación internacional para China. Fue el Gobierno de Pekín quien apadrinó a las fuerzas comunistas durante la guerra civil, y al nuevo estado tras la división de la península. Su fracaso supondría un nuevo capítulo de la crisis del comunismo y llevaría al régimen democrático de la nueva Corea reunificada hasta la frontera con el gigante asiático. China ha sido y es el protector de esta atroz e incompetente dictadura. Un enfrentamiento en términos militares podría convertirse inmediatamente en un choque con China, algo que está fuera de toda consideración.

Las acciones debían circunscribirse, pues, al ámbito diplomático. Entre las que no llegaron a considerarse estaba solicitar a Estados Unidos que abriese una vía negociadora bilateral con Corea del Norte. Sólo la memez de cierta izquierda europea, particularmente presente en España, puede llevar a pensar que el problema entraría en vías de solución de esta manera. Si no estuvieran tan preocupados por excusar a cualquier compañero de viaje y por culpar a Estados Unidos de cuantos males asolan este mundo, serían capaces de ver que la vía bilateral no está en la agenda del futuro sino en la del pasado.

Cuando Clinton se convenció de que Corea del Norte estaba realmente desarrollando un programa nuclear estableció una negociación dirigida a dar al régimen de Pyongyang satisfacciones suficientes como para abandonarlo. Ese es el origen del Tratado Marco de 1994, que otorgaba a Corea del Norte las garantías que ahora nuestra izquierda señala como solución de la tensión. Pyongyang ya las consiguió y las desechó, violando el tratado. Que no se engañen: lo que quieren son armas nucleares, y los misiles con que trasportarlas.

El hecho fundamental que da sentido a todo el proceso diplomático es el reconocimiento de los cinco grandes de que el régimen de no proliferación nuclear se ha venido abajo. De que en el futuro otros estados van a seguir los pasos de Corea del Norte e Irán y de que, por lo tanto, el mundo será mucho más peligroso que ahora. No hay duda de que los cinco grandes podrían impedir la crisis. Más aún, podrían liderar al Consejo de Seguridad en esta dirección.

Corea del Norte o Irán no son problemas mayores para los cinco grandes si actúan conjuntamente. Sin embargo, las distintas perspectivas nacionales sobre cuáles son los intereses en juego impiden una acción concertada. Rusia y China no consideran enfrentarse a un socio político o económico para salvar el régimen de no proliferación. Los intereses en juego son más importantes que la no proliferación. Francia cree que carece de medios para emprender una causa de esas magnitudes. Estados Unidos y el Reino Unido son conscientes de que solos no harían más que abrir nuevos conflictos. Si el régimen de no proliferación está muerto, de lo que se trata es de gestionar su ruina, para que sea lo menos catastrófica posible.

Cabía aprobar medidas que implicasen el uso de fuerzas armadas, pero nunca en acciones de guerra. Estas medidas debían ser creíbles, porque lo que estaba en juego era el prestigio del Consejo de Seguridad y de todo el discurso multilateral. Como ya ocurrió durante el debate en torno a la resolución sobre la crisis del Líbano, era evidente que lo que aprobara el Consejo no serviría para resolver el problema. Encomendar al Gobierno del Líbano el desarme de Hezbolá es lo mismo que reconocer internacionalmente el derecho de este grupo terrorista a existir y a disponer de unas fuerzas armadas propias, así como de arsenales. De la misma forma, las sanciones que el Consejo consideraba aplicar a Corea del Norte no serían suficientes para hacer cambiar de criterio al Gobierno de Pyongyang, pero darían sensación de eficacia, de que el régimen de no proliferación funcionaba y de que, por lo tanto, no había que revisar deprisa y corriendo estrategias nacionales.

La negociación de la Resolución 1718 (2006) estuvo marcada por la posición de China. Las partes aceptaron que la gravedad de la crisis exigía actuar en el marco del Capítulo VII de la Carta, el relativo a la "acción en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión". No había duda para el Consejo de que la prueba nuclear era una amenaza para la paz. Pero esta amenaza, por exigencia de China y Rusia, quedó matizada con la referencia al art. 41 del citado capítulo: "El Consejo de Seguridad podrá decidir qué medidas que no impliquen el uso de la fuerza armada han de emplearse para hacer efectivas sus decisiones…" Se enviaba un claro mensaje a Pyongyang de que su seguridad no corría peligro.

China, secundada por Rusia, aceptó un conjunto de sanciones que reflejan tanto la voluntad de castigar al régimen de Pyongyang como, a la postre, de protegerlo. Se prohíbe vender armas y tecnologías aplicables a la defensa y se congelan cuentas y activos financieros. Hasta aquí todo era previsible. La clave estaba en la gestión del armamento nuclear. Si Corea del Norte es una amenaza porque puede exportar esta tecnología y porque puede alarmar a sus vecinos hasta el punto de iniciarse una carrera armamentística, la solución pasaría por aislarla, impidiendo el mercadeo de estos ingenios, y por la concesión de garantías de seguridad a los estados limítrofes.

El aislamiento, para ser eficaz, implica la aplicación de acciones de interceptación de buques en alta mar, para tener la seguridad de que nada peligroso sale de ese país rumbo a estados o grupos peligrosos. China salió en defensa de su protegido y se negó a aceptar la aplicación de este tipo de acciones. Al final todo quedó en un llamamiento a los estados miembro para que colaboren en la inspección de cargamentos procedentes o dirigidos a Corea del Norte, por cualquier medio de transporte.

La eficacia de las inspecciones puede ser muy limitada por un conjunto de razones. La intensidad del tráfico es tan grande que resulta muy difícil de controlar. Los coreanos utilizan buques de distintas compañías y nacionalidades, pudiendo además cambiar la carga de un buque a otro en un punto intermedio. No todos los gobiernos van a colaborar con el mismo interés ni todos se sienten obligados a hacerlo, por la ambigua redacción de la resolución. Es indudable que Corea del Norte lo tiene más difícil, pero podrá seguir exportando sus mercancías.
Es evidente que los estados limítrofes, especialmente Japón, no se van a sentir satisfechos con la actuación del Consejo de Seguridad, ni mucho menos con la aplicación de la resolución. Es por ello el momento para que la diplomacia norteamericana refuerce sus lazos con las democracias del área Pacífico-Índico, conscientes de los riesgos que implica tanto el expansionismo chino como su protección a regímenes como el norcoreano. Washington puede ayudar a estos países a adaptar sus Fuerzas Armadas a los retos inmediatos de seguridad y, en fin, a dar forma al entramado institucional que tiene que permitir a las naciones libres superar las amenazas que se ciernen sobre nosotros en un marco geográfico determinado.

Negro, pero no afroamericano

martes 24 de octubre de 2006
EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
Negro, pero no afroamericano
Por José María Marco
En estos últimos días ha habido movimientos en las candidaturas demócratas para las elecciones presidenciales de 2008. Se ha retirado Mark Warner, gobernador de Virginia, hombre centrista, joven y prometedor; en cambio, ha dado un paso adelante un personaje que hasta ahora se había descartado él mismo. Se trata de Barack Obama, senador por Illinois.
Obama es un hombre joven, nacido en 1961. Tendrá 47 años en 2008, lo que parece prematuro. Pero Kennedy no era mayor cuando se presentó a las elecciones de 1960, y Clinton tenía 46 años cuando se presentó a las de 1992. Los resultados son bien sabidos.

Barack (que, como es bien sabido en España, se parece a una palabra árabe que por lo visto quiere decir "suerte") Obama se destapó en la Convención Nacional del Partido Demócrata con un discurso que le catapultó al estrellato inmediato. Cuando se lee, uno se pregunta por qué. Desgranó allí una serie de tópicos de los que siempre suenan bien: uno de sus abuelos luchó en la Segunda Guerra Mundial; le ayudaron los programas del New Deal; es importante que las tropas norteamericanas que luchan fuera se sientan apoyadas y respetadas por el resto del mundo; la división ideológica de Estados Unidos entre derecha e izquierdas es una ficción, en el mejor de los casos, y, en el peor, una fuente de problemas.

Para entender por qué tal derroche de lugares comunes tuvo un éxito tan descomunal y convirtió a Obama en una figura nacional de la noche a la mañana hay que tener en cuenta el contexto en que pronunció el discurso. Eran momentos de alta tensión ideológica. Más aún, se estaban enfrentando dos conceptos de la identidad y del papel de Estados Unidos en el mundo, encarnados por Kerry y Bush. Con su discurso, Obama volcó una cantidad casi ilimitada de lenitivo en el debate. De pronto, un hombre joven, de un estado importante, se atrevía, en voz medida, elocución elegante y tono que sonaba sincero, a evocar el ideal de una Norteamérica que parecía de otros tiempos: unida, segura, admirada.

En cuanto a sus posiciones, Obama se situaba en el centro izquierda clásico: a favor del aborto y de un mayor control sobre la venta de armas; adversario de las nominaciones judiciales de Bush; a favor de las uniones civiles y en contra de los matrimonios para personas de mismo sexo; a favor de las bajadas de impuestos para la clase media y de la subida para los más ricos. En su corta estancia en el Senado ha apoyado algunas de las propuestas de Bush, como las referidas a cuestiones educativas. Lo que le distingue de otros candidatos de su partido es su historia familiar.

Obama es negro, pero no exactamente un afroamericano. Así se lo reprochó, de hecho, su adversario republicano –afroamericano puro– en un debate televisivo. Obama no desciende de esclavos negros, sino de un keniata y una mujer de Kansas, con Hawai como escenario del encuentro que dio pie al matrimonio del que nacería el futuro político. Como ha escrito el analista Michael Barone, es una historia tan esencialmente norteamericana como la de Tiger Woods.

Desde que saltó a la fama, en 2004, Obama ha recibido frecuentes sugerencias, o halagos, para que empiece a prepararse para la candidatura a las presidenciales. Siempre las había rechazado… hasta que la semana pasada declaró que se lo estaba pensando. La meditación debe de venir de lejos. Obama publicó hace poco un segundo libro de reflexiones y recuerdos, y participó con su esposa en uno de los programas más populares de la televisión norteamericana, el de Oprah Winfrey.

El movimiento es interesante por varios motivos. En primer lugar, demuestra que dentro del Partido Demócrata sigue habiendo gente que piensa que el desplazamiento hacia la izquierda, que en los últimos tiempos parece haber desgastado a Bush, es, a medio plazo, suicida para los demócratas y acabará volviéndose contra ellos. Obama representa una política centrista, una propuesta urdida con tópicos manoseados, bien es verdad, pero al menos alejada de los radicalismos de Dean y compañía.

Por otra parte, tras la retirada de Warner, puede hacer daño a la gran candidata, Hillary Clinton. A diferencia de ésta, también empeñada en situarse en el centro, Obama no tiene una historia tan… turbulenta como la de la ex primera dama. No tiene por tanto que esforzarse por demostrar su pedigrí centrista, tiene la frescura de la juventud y no suscita la animadversión que haría de la Clinton una excelente candidata… para los republicanos. Muchos demócratas lo saben, aunque ella tenga detrás todo el aparato y el dinero que mueve su apellido.

Obama presenta el valor añadido de ser negro y mantener al mismo tiempo una posición realista, nada demagógica. Se niega a seguir dándole a la cuestión racial una prioridad política que ha dejado de tener en la sociedad. Es posible que esté pensando en 2012 más que en 2008, pero el problema entonces sería que tal vez tuviera que enfrentarse a un/a candidato/a demócrata saliente, lo que le pondría las cosas muy difíciles.

Puede que todo acabe convirtiéndose en un bluff, un suflé que se venga abajo en poco tiempo. Es verdad que no abundan los grandes líderes, pero incluso así es difícil apostar por una figura de peso tan ligero, por ahora, como Obama. Ahora bien, el movimiento es interesante.
Por cierto, hay que recordar que el primer senador negro o afroamericano del siglo XX fue un republicano, Edgard Brooke, por Massachusetts.

Musa Dagh

martes 24 de octubre de 2006
CRÓNICAS COSMOPOLITAS
Musa Dagh
Por Carlos Semprún Maura
Se llama Nina Dastakián y Paronián, más armenia tu meurs, se dice en francés coloquial ("imposible", se diría en Lavapiés). Es el nombre de mi mujer. Sin embargo, y como siempre, las cosas resultan algo más complicadas, porque su padre, Sergio Abramovitch Dastakián, tenía una madre rusa y era rubio de ojos azules. Estos datos familiares tienen una importancia muy relativa, pero me sirven para precisar que su pinta británica le salvó la vida cuando, en 1915, en Bakú y otros lugares, los azeríes se dedicaban a masacrar a los armenios. Para los matones azeríes, a primera vista, un rubio con ojos azules no podía ser armenio.
Fueron varias y repetidas las matanzas de armenios en la atormentada historia del Caúcaso –sigue siéndolo–; también en Turquía. Pero la cumbre del terror tuvo lugar durante la Primera Guerra Mundial, de abril de 1915 a julio de 1916, en los territorios turcos del Imperio Otomano: entre 1,2 y 1,5 millones de muertos, sobre todo civiles, con los ya monstruosamente clásicos episodios de aldeas arrasadas, poblaciones desplazadas, multitud de paracuellos perpetrados en Anatolia, etc.

Entonces en Turquía gobernaba el Comité Unión y Progreso, un movimiento ultranacionalista y dictatorial surgido de la organización de los Jóvenes Turcos, que pretendían frenar la decadencia del Imperio Otomano. Habiéndose aliado con Alemania en esa guerra, el pretexto para la liquidación total de los armenios era que éstos podían aliarse con Rusia, que combatía contra Alemania, al menos hasta el golpe bolchevique de 1917.

Armenia estaba entonces, y sigue estando, dividida y sometida: territorio del Imperio Ruso, luego soviético, en sus fronteras actuales, pero con una parte importante de su población en el seno del Imperio Otomano, y ahora en Turquía –bueno, ahora, los escasos supervivientes del genocidio–. Los armenios, pues, forman parte de los pueblos de la diáspora, en total son unos seis o siete millones, de los cuales unos tres millones viven en Armenia, otro millón en USA, un millón y medio en Rusia (fuera de Armenia) y 400.000 en Francia.

Esta importante diáspora se debe, ante todo, al genocidio de 1915, que como es lógico produjo un exilio masivo, pero también a la pobreza del país: en una zona con tanto petróleo, Armenia no tiene. Y esa emigración económica fue incesante: hay armenios en casi todo el mundo. Pero las masacres repetidas, y sobre todo el genocidio de 1915-16, hicieron estallar las cifras, no sólo de muertos, también de refugiados.

Y ese era el objetivo de los Jóvenes Turcos: matar o expulsar a todos los armenios, y quedarse con sus tierras, sus casas, sus comercios, etcétera. Podría resultar curioso, pero no lo es, en estos tiempos de dimisión generalizada de Occidente, que apenas se aluda al aspecto religioso del genocidio armenio, porque los otomanos eran musulmanes y los armenios cristianos, "católicos disidentes", por así decir (no reconocen la autoridad del Papa y tienen su propio Católicos, por ejemplo). En este sentido, no es inútil recordar que en el periodo negro del genocidio el Gobierno, aún otomano o imperial, montó, en nombre de la solidaridad musulmana, "escuadrones de la muerte" kurdos, que participaron muy activamente en la masacre, y no sólo por motivos religiosos: también sacaron ventajas materiales.

Bien sabido es que Kemal Ataturk, tras su golpe de estado de 1921, intentó hacer de Turquía un país laico; y logró algunos resultados, empezando por la nueva Constitución, que poco tenía que ver con las leyes islámicas que regían el Imperio Otomano. Lo cual no le hizo cambiar de opinión sobre el genocidio armenio, no ya basándose en el islam, que recomienda la ejecución de los infieles, sino en un ultranacionalismo que afirma que Turquía, siendo buena, no puede cometer acciones criminales. Fue el mismo "negacionismo" que el de los Jóvenes Turcos, los principales culpables, o el del presidente Erdogán, hoy, que está reislamizado su país a marchas forzadas, con lo cual puede afirmarse que Turquía ya no es un Estado laico y sigue sin ser democrático, incluso si a los USA le interesa tener allí bases de la OTAN o Israel, rodeado de enemigos mortales, prefiere un enemigo a medias.

Entrando en el debate actual en torno a la entrada o no de Turquía en la UE, en el que se utiliza cínicamente el genocidio armenio para denunciarlo o negarlo, según los intereses, yo, que, como creo haber dejado claro, me siento "armenio de adopción" y no pongo un segundo en duda el genocidio, como no pongo en duda la Shoá ni, desgraciadamente, otros genocidios (Camboya, Ruanda, Sudán, etcétera), creo que el reconocimiento hipotético de dicho genocidio por parte de un futuro Gobierno turco sería, desde luego, un dato positivo, pero no suficiente para convertir a Turquía en un país democrático, y por lo tanto laico, en la óptica de los verdaderos valores occidentales: libertad, democracia, laicismo tolerante, etc.

Para discutir de la entrada o no de la Turquía en la UE primero hay que saber qué es la UE, qué Europa quieren los europeos. Y las cosas no están nada claras, o mejor dicho, reina el caos. Un caos relativamente apacible, pero congelado. El "embrujo turco" actual se merece dos comentarios: las reacciones violentas, ultranacionalistas, xenófobas ("los turcos tenemos la sangre pura, los franceses son bastardos", por ejemplo), en una palabra, islámicas, de Turquía ante cualquier exigencia extranjera para que reconozca su genocidio demuestran la intolerancia de la sociedad turca y de su Gobierno. El líder libio Gadafi llegó a afirmar que, cuando 50 millones de musulmanes residieran en Europa, Europa sería suya, sin necesidad de disparar el menor tiro. Pues eso es lo que pretende Erdogán.

Por otra parte, la propuesta de ley de los socialistas franceses que prevé penas de cárcel (¡!) para cualquier periodista, historiador, político o minusválido francés que niegue el genocidio armenio sólo se explica (teniendo en cuenta que Francia ya ha reconocido oficialmente dicho genocidio en el Parlamento, y Chirac, hace unos días, en Ereván) por la voluntad de los socialburócratas galos de prohibirlo todo, de condenar todo, salvo los crímenes del totalitarismo comunista.

Porque estamos francamente hasta la coronilla de que el peor genocidio de todos los tiempos, con más de 100 millones de víctimas, escape a toda censura, a toda ley, pueda ser negado tranquilamente o afirmado sin consecuencias; que goce de un estatuto de amnistía y desmemoria permanentes. ¡Basta ya! Por lo tanto, urge anular todas las leyes que "condenan" momentos de la Historia, que sólo sirven para endurecer la censura del totalitarismo light y exculpar al comunismo del vertido de la menor gota de sangre. ¡Basta ya!, repito.
N. B.: El título de esta crónica está inspirado de la novela de Franz Werfel Los cuarenta días de Musa Dagh, que relata y celebra la heroica resistencia de un puñado de armenios, en 1915, contra la represión islamo-turca. Me ha parecido simbólico.

Cosas del corazon

Cosas del corazón
23 de Octubre de 2006 - 11:57:02 - Pío Moa
Malefakis: "Pío Moa fue comunista, incluso tiene un libro sobre sus experiencias terroristas Recuerda a la conversión de San Pablo, escribe bien, pero sus argumentos son los mismos que ya utilizaba Franco"
Una "conversión", la mía, demasiado larga, penosa y razonada para poder relacionarse con la de San Pablo. ¿Y los miles de conversiones de distinto signo habidos en estos años, tan repentinas y sin explicación o razonamiento alguno? Eso debiera llamar más la atención de un historiador, pero a Malefakis le da igual. Quizá sea la edad.
Y mis argumentos no son los de Franco, sino los de la democracia, masacrada por los que él llama republicanos. Según prueban sus documentos, no la propaganda franquista.
"El campo de la economía. Hoy esa es la cuestión más importante del mundo."
Ni lo era durante la república ni lo es ahora. La cuestión más importante era y vuelve a ser hoy la de la democracia. Los que invocaban e invocan la economía como la cuestión decisiva han sido casi siempre quienes han llevado a tantos países a la ruina reglamentada. Y de paso al hundimiento de las libertades.
"Es cierto que la República no fue perfecta y que hubo una tendencia de elevarla a los altares. Cometió errores, muchos, pero mi corazón sigue estando con la República".
¡Por fin, la luz! A Malefakis los "errores" de la república le parecen siempre disculpables. Ni se molesta en discernir entre la república democrática del comienzo y la república desbordada primero por las izquierdas, luego asaltada y finalmente destruida por el Frente Popular. Su "república" es el Frente Popular. Nada que hacer: donde manda el corazón, a paseo la inteligencia y la verdad. Puestos a eso, ¿y el corazón de los antirrepublicanos? ¿No cuenta?

Entrevista a un buen juez

Entrevista a un buen juez
23 de Octubre de 2006 - 18:00:34 - Luis del Pino
Reconfortante entrevista la realizada por Esther Esteban, en El Mundo, al juez Gómez Bermúdez. Reconfortante porque resulta tranquilizador leer cosas como que "la Ley jamás se puede torcer al arbitrio de una coyuntura política determinada" o "la única garantía que tiene un ciudadano de que el juez no va a ser arbitrario es que el juez aplique la Ley, le guste o no". Parece mentira que vivamos en un país donde puedas sentirte reconfortado leyendo cosas como ésta, es decir, que vivamos en un país donde sea noticia que un juez haga unas declaraciones llenas de sentido común. Y de sentido jurídico.
Estamos tan acostumbrados a casos en que la Ley no se respeta, en que se pisotea, en que se intenta torcer y retorcer a voluntad de la circunstancia política, que es casi inevitable sentirse agradecido cuando ves que un juez se comporta como un juez. Bien es cierto que lo que trasciende al gran público son siempre los escándalos, y no la labor abnegada y profesional de centenares y centenares de jueces que trabajan en la sombra de forma discreta, honesta y eficaz. Pero, sea como sea, lo cierto es que ha habido tantos de esos escándalos judiciales que lo que debería ser un país de ciudadanos se ha convertido, en la práctica, en una comunidad de vasallos que dan casi por supuesto que el poderoso ejercerá su poder, que el juez se pondrá al servicio del poderoso y que la Ley se ajustará a lo que al poderoso le convenga.
Y, en estos momentos, existe la sensación generalizada de que el Gobierno está utilizando toda su capacidad de presión sobre los jueces para rendir la Ley ante los terroristas, como paso previo a la rendición de todo el Estado. Se agradece, por tanto, que jueces como Gómez Bermúdez den un paso al frente y transmitan a los ciudadanos que existe una Justicia todavía independiente que no se va a dejar poner al servicio de nadie.

En el punto de mira de Al Qaeda

martes 24 de octubre de 2006
Europa
En el punto de mira de Al Qaeda
GEES

España es más que vulnerable ante los objetivos del terrorismo islámico. La conexión que el PSOE hizo entre estar en Irak y el 11-M y la subsiguiente retirada de aquel país ha servido para adormecer nuestras conciencias.

La opinión generalizada entre los autodenominados expertos españoles en terrorismo, amén de nuestros servicios de inteligencia, es que Al Qaeda había dejado de ser una organización para convertirse en una ideología. Sin embargo, los servicios secretos británicos, americanos y franceses acaban de concluir que Al Qaeda, en tanto que organización articulada, centralizada, con una cadena de mando definida y una estrategia operativa clara, sigue existiendo. Es más, aseguran que tras pasar por unos años difíciles gracias a la presión de la lucha antiterrorista, el soporte que han encontrado en Pakistán y las generosas ayudas financieras que continúan recibiendo del Golfo le han permitido reorganizarse.
Otra idea que goza de consenso entre quienes de verdad saben es que Europa se ha convertido en estos momentos en el objetivo número uno de Al Qaeda. Hay principalmente tres razones para ello. La primera es que les es más fácil que intentar atentar en suelo americano, dado que las medidas de protección se han desarrollado mucho menos en este lado del Atlántico. En segundo lugar, la población musulmana en Europa le permitió a Al Qaeda la creación de redes de apoyo y células de ataque, muchas de las cuales han podido sobrevivir. Era cuestión de tiempo que se restablecieran los canales de comunicación. Hay que recordar aquí el papel esencial que jugó el sirio de origen pero nacionalizado español a través de matrimonio con española, Setmarián. No sólo es el autor intelectual del manual más leído sobre cómo llevar adelante la yihad contra Occidente, sino que fue encargado directamente por Bin Laden de trufar de yihadistas las principales ciudades europeas. Y en tercer lugar, muchos de los jóvenes que llegan como emigrantes a Europa ahora han estado ya expuestos a las teorías del extremismo islámico en sus tierras de procedencia, lo que les vuelve carne de cañón fácil para renovar las filas de los terroristas suicidas.
Hay más razones, como la presencia en tierra musulmana con soldados, lo que vale tanto para Irak como para Afganistán, y, en el caso de España, la figura mítica de Al Andalus, tierra del Islam de la que fue despojada por la fuerza, parte integral del Califato y terreno donde librar la yihad. Si uno se da un paseo por las páginas web del yihadismo, se dará cuenta de que no es una broma.
Los británicos, según la reunión ministerial extraordinaria de este mismo fin de semana, estiman que hay unos 14.000 jóvenes en Inglaterra dispuestos a apoyar la yihad personalmente, de los cuales 1.500 son considerados muy peligrosos y se les tiene sometido a vigilancia y control por parte del servicio secreto interior, el MI5. En contra de lo que se pensaba antes, ahora se han descubiertos lazos significativos entre lo que se creía un fenómeno de terrorismo local y Al Qaeda, a través de Pakistán. El Ministerio del Interior galo maneja cifras aún mayores.
En España apenas sabemos nada. Sólo que los dirigentes moderados de algunas asociaciones musulmanas han sido descabezados recientemente en beneficio de personas más extremistas, inspiradas y sostenidas por el wahabbismo saudí; que los jóvenes que proceden de Marruecos y vienen a España a trabajar también se traen puesto, cada vez más, sus sentimientos antioccidentales; y que la segunda generación es mucho más radical y rechaza nuestros valores mucho más que sus padres. Como ha ocurrido en todos el resto de Europa.España es más que vulnerable ante los objetivos del terrorismo islámico. La conexión que el PSOE hizo entre estar en Irak y el 11-M y la subsiguiente retirada de aquel país ha servido para adormecer nuestras conciencias; la delicadeza con que se trata a ETA impide un discurso claro frente al peligro del terror islámico en el que, dicho sea de paso, la izquierda apenas cree. Y, sin embargo, nos miran, nos estudian y en algún momento, cuando más les convenga, actuarán. Salvo que lo impidamos antes.GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

El ruido de los pactos

martes 24 de octubre de 2006
Ofertas socialistas
El ruido de los pactos
Cristina Losada

Ya todos los consensos parecen iguales. Una neblina tras la cual se esconde el tajazo que el gobierno le ha asestado al único consenso importante, el que quedó plasmado en la Constitución.

Al gobierno le ha entrado un furor pactista. Un deseo por enredar con algún pacto las piernas de la oposición. Ya intentó uncirla al carro de la cesión ante ETA. Fracasada in extremis aquella operación, ahora le extiende ofertas de pacto con solicitud y frecuencia sospechosas. ¿No era tan requetemalo el PP? ¿No se había pactado con otros su exclusión? ¿No habitaba en el cubil de la derecha extrema? Ah. Eso lo dirán los días pares, que los impares tocan otro son. Pero si los cantos que ahora entona el socialismo gobernante para atraer al adversario no son de sirena será únicamente porque ni De la Vega ni Pepiño ni Zapatero presentan la melodiosidad y la belleza de las mitológicas Lidia, Partenopea y Leucosea.
Las manos que tiende el PSOE a cuenta de la inmigración, de la corrupción urbanística o de cualquier otro problema que aparezca a la vuelta de la esquina demuestran la incapacidad del gobierno para hincarles a todos ellos un diente resolutivo. Son un síntoma de su ineficacia. El gobierno de ZP se rige por un principio semejante a aquel que sentó Napoleón: si quieres solucionar un entuerto lo solucionas y si no, creas una comisión. Zapatero, cuando no puede arreglar algo, se saca un pacto de la manga, que siempre resultará más fácil que atajar los cayucos y otras mareas, incluida esa tan sucia que arrastra dinero de los ayuntamientos a los bolsillos de los partidos y a otros sacos sin fondo. Y aún encima, queda bien. Porque aquí se tienen en gran estima los gestos unánimes y los alardes de consenso. Y la apariencia hace perder de vista la esencia. O sea, el hecho de que detrás del gran acuerdo no hay nada. Nada duradero.
Se tragó el sumidero ambiciosos y no por ello buenos pactos, como el de la Justicia, que impulsó el PP. Seguiría después ese mismo curso hacia la alcantarilla el Pacto Antiterrorista, iniciativa del PSOE. Es más, sabemos ahora que Zapatero lo violaba al mismo tiempo que lo proponía y estampaba su firma en él. Pues nada. Los pactos entre el gobierno y la oposición se han ascendido al rango de fórmula mágica. La atención se ha desplazado hacia el hecho de estar de acuerdo, en detrimento del contenido del acuerdo. La cultura del consenso, alimentada durante la Transición, ha terminado por hacer estragos. Y tanto querer consensuarlo todo ha devaluado el consenso. Ya todos los consensos parecen iguales. Una neblina tras la cual se esconde el tajazo que el gobierno le ha asestado al único consenso importante, el que quedó plasmado en la Constitución.
Las ofertas de pacto que ahora prodigan los escuderos zapaterinos constituyen una representación destinada a ocultar el vacío. Pero son algo más. Claro que pretenden resucitar la imagen dialogante y buenista que gastó al principio el señor de la sonrisa. Y reforzar el latiguillo de que los del PP son los señores del no, a los que nadie aísla, sino que rumian solos por gusto. Pero este es un gobierno que ha roto el pacto fundamental, que desea firmar acuerdos inanes y publicitarios sobre lo accesorio. Este es un país donde se ha de consensuar cualquier cosa, menos aquello que garantizaría en todo el territorio la libertad, los derechos individuales y la igualdad ante la ley. Y esta es una nación donde se puede esperar todo tipo de pacto, salvo uno similar al que ha unido en Alemania en una gran coalición a los dos partidos rivales.El ruido de pactos que ahora producen los tambores del gobierno trata de cubrir el crujido de fondo del sistema. Y es por ello que los del PP han de taponarse los oídos y amarrarse al mástil, como hizo Ulises. Pues tales notas dulces no están destinadas a sacarlo de su soledad, esa que a algunos de entre ellos se les hace amarga, sino a seguir llevando a este país hacia los arrecifes tontamente hipnotizado, como escribía Elias Canetti, por "la prisa por estar allí donde se encuentra la mayoría". Además: no es aceptable pactar con quienes tienen tratos con los terroristas.

El carné de buen salvaje

martes 24 de octubre de 2006
Elecciones catalanas
El carné de buen salvaje
José García Domínguez

Pero no saber que lo de Mas ya se le ocurrió a la propia ERC durante la República, y con el mismo sano afán de limpiar Cataluña de murcianos y otras hierbas, eso no tiene perdón de San Pompeu Fabra.

Resulta que la única gran idea originalísima y rompedora que ha emergido en la campaña catalana es un simple plagio doméstico, más falso aún que el gótico de la fachada de la catedral de Barcelona. Sin embargo, nadie se quiere dar por aludido en ese asunto; nadie, ni siquiera los de la Esquerra, que serían los legítimos legatarios del caramelo envenenado. Pero como esa colla, a más a más del Avui, sólo lee La Vanguardia, también se ha dejado embaucar con el cuento de que el "carné del buen inmigrante" sería un invento de Tony Blair. O sea, una cosa uropea; ergo, tan civilizada como respetable. Y van y se lo creen. ¡Qué tropa! Porque mira tú que les gusta darle vueltas a la noria de la memoria histórica a los de Carod.
Bueno, pues para una vez que los nietos de Cambó le pisan una genialidad al mismísimo president mártir, esos enciclopedistas ni se enteran. Y es que bien está que hayan olvidado al joven Companys que se entretenía obligando a gritar "¡Viva España!" a los separatistas de Unió que pretendiesen traspasar el umbral del Ayuntamiento. Al cabo, amnesia por amnesia, también los convergentes decidieron borrar de los libros de texto a su Puig i Cadafalch besando a Primo de Rivera, cuando partió hacia Madrit para darnos un golpe de Estado. Pero no saber que lo de Mas ya se le ocurrió a la propia ERC durante la República, y con el mismo sano afán de limpiar Cataluña de murcianos y otras hierbas, eso no tiene perdón de San Pompeu Fabra.
Cómo olvidar aquellos editoriales gloriosos de La Vanguardia de la época, exigiendo "la dureza inflexible de los antepasados" y "la implacable severidad antigua" con los recién llegados. O al llorado Companys, flamante Gobernador Civil de la provincia, decretando que "maleantes y elementos indeseables se están haciendo pasar por parados". Cómo desmerecer "Viaje en el transmiseriano", obra cumbre del maestro de periodistas que responde por Carlos Sentis. Qué dignas del Pulitzer aquellas serenas descripciones de las procaces charnegas que vivían "en estado de naturaleza", y más aún las de sus hombres, tan a duras penas distinguibles de los monos del Zoo, según su vibrante pluma.
Pero, sobre todo, cómo desconocer la magna obra del Govern de la Esquerra con aquellos primeros inmigrantes. Por ejemplo, la pionera Tarja d´Obrer Aturat (Tarjeta de Obrero Parado): quien no la llevase encima se exponía a ser repatriado a Murcia sin más miramientos ni dilaciones. O la no menos ejemplar Comissió Pro Obrers sense Treball, que ya entonces expedía certificados de "buena conducta" a los hoscos levantinos y aragoneses que comenzaban a infestar los arrabales de la Ciudad de los Prodigios.Que la propuesta es "electoralista" a acertado a decir el siempre lacónico Montilla. Sí, Pepe, sí, electoralista de 1931.

La farsa acaba en Europa

martes 24 de octubre de 2006
Debate sobre ETA
La farsa acaba en Europa
Juan Carlos Girauta

Estamos a punto de vestir de comunión al etarra Bilbao y de darle una fiesta sorpresa en McDonald’s a De Juan Chaos, y lo único que molesta al gobierno es que las víctimas no se sumen a las celebraciones al grito de ¡Viva la paz!

El País, la SER y el gobierno Rodríguez, valgan las varias redundancias, han querido practicarle a Rajoy este fin de semana el abrazo del oso. Paralizante y mortal, el plantígrado progre intentaba con el estrujón enderezar la inminente moción europea, definitivamente torcida para sus impulsores, los blanqueadores de la ETA.
Han podido convencer a muchos, y ya tiene mérito, de la perfidia de los populares. Que si quieren más muertos, que si necesitan a la ETA, que si la paz acabará con su discurso. Han podido presentar a esta derecha nuestra –socialdemócrata, leve, a la izquierda de Blair– como una cueva de fascistas con los que ninguna formación democrática debería pactar nada.
Esta bonita operación de intoxicación masiva, esta colza ideológica es posible aquí y ahora porque el país está sometido a permanente adoctrinamiento, inmerso en la tontería envenenada, entregado a la puñalada cursi. Nunca un régimen había sido abatido de forma tan hortera. Dirá el lector, con razón, que lo grave es el golpe que nos vienen dando. Pero las maneras tienen su importancia. Si hablaran de otra forma los golpistas, si se condujeran como lo que son, perderíamos igualmente la nación, la Constitución y las libertades, pero no tendríamos la sensación de estar ahogándonos en perfume o ser estrangulados con diademas rosas.
Todo tiene un límite. Los socialistas españoles no lo sabían, y lo han descubierto demasiado tarde. El límite del engaño empalagoso, masivo y criminal, no estaba dentro de las evanescentes fronteras españolas sino en la UE, mira tú por dónde. Al final el Parlamento Europeo va a servir de algo.
Nuestros mecanismos de defensa del sentido común han dejado de funcionar; estamos a punto de vestir de comunión al etarra Bilbao y de darle una fiesta sorpresa en McDonald’s a De Juan Chaos, y lo único que molesta al gobierno es que las víctimas no se sumen a las celebraciones al grito de ¡Viva la paz! Pero cruzada la frontera se acaba el hechizo, despierta uno de la hipnosis, recobran sentido las cosas. Un matarife es un matarife y un asesinado por la espalda no puede aplaudir.
En la eurocámara se les va a ver como lo que son porque con la cosa de la traducción simultánea el encantorio no funciona. Además, la luz es muy fuerte y a todos se les ven las cicatrices, el bulto de la pipa en la chaqueta, el maquillaje con el que la vieja puta se pinta de adolescente cándida. Están, claro, muy nerviosos. Exigen menos focos, reclaman salir a escena mezclados con los buenos. Pero no. La farsa toca a su fin. Ellos solitos se lo han buscado.

Pactos envenenados

24-X-2006
Pactos envenenados
EDITORIAL

La cuestión es bien sencilla: cuando el PSOE se siente débil pide diálogo, pactos y arreglos; cuando se siente fuerte machaca sin piedad al adversario valiéndose de todo lo que encuentra a su alcance.

La cuestión es bien sencilla: cuando el PSOE se siente débil pide diálogo, pactos y arreglos; cuando se siente fuerte machaca sin piedad al adversario valiéndose de todo lo que encuentra a su alcance. Lo hemos visto en el asunto de ETA y la lucha antiterrorista. Cuando el PP gozaba de una generosa mayoría absoluta, fue Zapatero el que rogó a Aznar firmar un pacto contra el terrorismo, al dar la tortilla la vuelta años después, dio por terminado el diálogo con la oposición y se aplicó sin miramientos a su política antiterrrorista, la de la rendición. Un caso similar y más reciente ha sido el de la inmigración ilegal. En un terreno en el que el Gobierno está haciendo el mayor de los ridículos y se encuentra debilitado, en un callejón sin salida, pide pacto con la oposición, es decir, con el PP, para fortalecerse y para que su ineptitud pase desapercibida. Cuando lo hayan conseguido, cuando la alarma social haya amainado se olvidarán del pacto y, como siempre, se dedicarán a lo suyo.En esto de la corrupción urbanística, que es un cáncer que afecta a todo el tejido municipal de España gracias a lo defectuoso de la ley, el PSOE se lleva la palma. Las irregularidades en Ciempozuelos no son más que la gota que ha venido a colmar un vaso que lleva mucho tiempo lleno. En Ferraz lo saben, saben que socialismo y apaños urbanísticos son casi sinónimos, de ahí que ahora vengan con el "pacto contra la corrupción". Contra esa lacra no es necesario pacto alguno entre los políticos que la hacen posible cada día sino que la ley actúe, pero que lo haga de verdad.
Es hora de que el Partido Popular, engañado tantas veces, rehuya los pactos envenenados y se afane en ofrecer un modelo urbanístico alternativo que conjure de una vez por todas la corrupción. La propuesta liberalizadora que presentó ayer Rajoy va por el camino adecuado, porque, como bien apuntó el líder del PP, "la corrupción va unida a la condición humana". De nada sirve una ley o un pacto político, el que se corrompe lo hace a sabiendas de que se está corrompiendo sin importarle lo más mínimo la ley. Este tipo de ideas nuevas, que rompen con la tradición intervencionista de la izquierda, son las que esperan los españoles que confían en las bondades de la libertad, también en el terreno urbanístico.

Empate entre la "paz sucia" y el Estado de Derecho

25-X-2006
Empate entre la "paz sucia" y el Estado de Derecho
EDITORIAL

Afortunadamente, no todos los jueces tienen tan "idónea" trayectoria en pro de "la paz sucia" del Gobierno del 14-M como Garzón y Pedraz, ni todos están por ella dispuestos a ensuciar sus togas "con el polvo del camino", como diría Conde Pumpido.

El largo, silenciado y dramático pulso que el mal llamado "proceso de paz" mantiene contra el Estado de Derecho –desde antes, incluso, de que ETA anunciase su prenegociado comunicado de "alto el fuego"– ha tenido este lunes una jornada claramente desigual. Desde luego, quienes aquí o en Estrasburgo respaldan un "proceso político" que consiste en sentar a criminales prófugos de la justicia, no en el banquillo de los acusados, sino en una mesa de negociación, seguro que les parece "oportuna" la indignante decisión de los jueces Garzón y Pedraz. Los togados han permitido a los imputados por colaboración con banda armada, Díaz Usabiaga y Gorka Aguirre, utilizar su libertad condicional para acudir en Estrasburgo a respaldar eso que ETA siempre ha llamado la "internacionalización de la resolución del conflicto", y que el gobierno de ZP respalda ahora como "amparo europeo" de su "proceso de paz".
Por lo visto, no era bastante la colaboración que, presuntamente, Aguirre y Díaz Usabiaga brindaron a las necesidades financieras de los terroristas, que ahora se les ha de permitir también que respalden en Estrasburgo un objetivo propagandístico tan perseguido por ETA como ha sido siempre el de tener, a nivel internacional, el estatus de interlocutor legitimado.
Afortunadamente, sin embargo, no todos los jueces tienen tan "idónea" trayectoria profesional en pro de "la paz sucia" del Gobierno del 14-M como Garzón y Pedraz, ni todos están por ella dispuestos a ensuciar sus togas "con el polvo del camino", como haría y diría Conde Pumpido.
Las víctimas y los partidarios del permanente y firme combate del Estado de Derecho contra ETA, podremos lamentar, ciertamente, esta cesión de Garzón y Pedraz, tanto como lo hayan podido celebrar la propia ETA, el gobierno de Zapatero y cuantos pretenden prostituir el concepto de "paz", también en Estrasburgo. Sin embargo, también nosotros podemos celebrar –tanto como ellos lamentar– la firme y determinante defensa de la Ley de Partidos llevada a cabo por el Tribunal Supremo, que este lunes ha ordenado el registro de una quincena de "herriko-tabernas" para liquidación de bienes de Batasuna-ETA, que se sigue en ejecución de la sentencia de ilegalización dictada en marzo de 2003.
Esta orden del Tribunal Supremo no sólo es válida en sí misma, sino que deja en evidencia el "obstáculo" que debe suponer el Estado de Derecho para todos aquellos que quisieran ver neutralizada "de facto" la ley de partidos, no ya para permitir –como ya hizo Garzón– los contactos de Batasuna-PSE, sino para lograr también que los proetarras puedan volver a presentarse a las elecciones. Ciertamente es mucho el polvo que, circulando al margen del imperio de la ley, debería encontrar esta paz, esta sucia paz de ZP.

domingo, octubre 22, 2006

Cita catalana

lunes 23 de octubre de 2006
Cita catalana

La convocatoria anticipada de elecciones autonómicas en Cataluña para el 1 de noviembre fue la consecuencia de una crisis larvada en el seno de la coalición de gobierno tripartita presidida por Maragall, que desembocó en la ruptura de la misma tras abogar ERC por el voto 'no' en el referéndum del Estatut. De ahí que la primera noticia que habría que esperar del escrutinio electoral es que, sean cuales sean los resultados, el veredicto de las urnas propicie la estabilidad y la gobernabilidad de las instituciones. El funcionamiento de la democracia y la gestión pública de las necesidades y aspiraciones sociales deben sostenerse sobre la alternancia e incluso pueden atravesar por períodos de crisis política e incertidumbre respecto al rumbo que adoptan las instituciones. Pero cuando tales situaciones desembocan en un tiempo de desconcierto y caos prolongado es la ciudadanía la que se resiente tanto en la confianza que le merece la democracia representativa como en la solución que requieren sus problemas más inmediatos. Durante largos meses la política catalana ha sido noticia más por la convulsión interna en que vivían sus protagonistas y por la perplejidad o el disgusto que generaban en el resto de España que por la exposición razonada de demandas de autogobierno que han alcanzado, con la aprobación del Estatut, el cénit competencial de la historia de Cataluña. Corresponderá al nuevo Parlamento y al Gobierno de la Generalitat que resulte de las urnas la ardua tarea de desarrollar el nuevo marco jurídico ciñéndose en todo momento a la Constitución y aplicando lealmente cuantas consideraciones formule en ese sentido el Alto Tribunal ante los recursos contrarios al articulado del Estatut. Serán los catalanes quienes expresen sus preferencias políticas la próxima semana. Pero ni Cataluña ni el resto de España pueden permitirse que, bien como consecuencia de la dialéctica gobierno-oposición que derive de los comicios, bien como reflejo de la tensiones que se viven en el seno del propio nacionalismo catalán, se reabra el problema del autogobierno y el de su encaje en el Estado constitucional.La democracia parlamentaria es tanto más sólida y sus instituciones resultan más legitimadas cuanta mayor sea la participación ciudadana en las elecciones. Ya la reducida afluencia de votantes en el referéndum dejó la sensación de que quizá el plano de la política catalana se haya despegado en exceso respecto a ese otro de las inquietudes y demandas ciudadanas. Por eso, el dato de la participación el día 1 no sólo puede inducir efectos políticos en cuanto a su desigual incidencia sobre el voto a uno u otro partido. Permitirá también una evaluación general sobre el estado de la política en Cataluña, sobre el interés que despierta y sobre la entereza que muestra la política partidaria después de un período de crisis y confrontación sin precedentes desde el restablecimiento de la democracia.

La montaña magica

lunes 23 de octubre de 2006
La montaña mágica

Creo que una de las más bellas regiones del mundo es el Languedoc, una parte de los Pirineos que se encuentra al suroeste de Francia. He estado allí algunas veces y me han impresionado sus valles, montañas, vegetación y ríos. Sin embargo, como el ser humano es absolutamente imprevisible, fue precisamente en este magnífico lugar donde nació la primera gran `herejía´ europea: el catarismo. Se han escrito muchos libros sobre el tema. No obstante, se puede resumir la filosofía cátara en una frase muy sencilla: el universo fue creado por el demonio. Toda esta belleza aparente es una obra diabólica. Según la enciclopedia, los cátaros creían en la existencia de dos dioses, un dios del bien (Dios) y otro del mal (Satán), que había creado el mundo material. Eso los llevó a hacer votos de castidad, pues se negaban a procrear y dar más adeptos al diablo. Se llamaban a sí mismos `perfectos´, y estaban dispuestos al martirio para probar la importancia de su creencia. El final simbólico del movimiento, que desencadenó las primeras cruzadas de las que se tiene noticia, tuvo lugar el día 15 de marzo de 1244 en la fortaleza de Montségur: después de un prolongado asedio, durante el cual se les dio a elegir entre la conversión al catolicismo o la muerte, aproximadamente 250 `perfectos´, hombres, mujeres y niños, bajaron la montaña cantando y se tiraron a las llamas de la hoguera encendida con esa finalidad. Durante mucho tiempo, me interesé por el catarismo. En 1989 conocí a Brida O´Fern (más tarde, personaje de uno de mis libros), que había sido cátara en una encarnación anterior. A comienzos de aquel mismo año había conocido a Mónica Antunes, en aquella época sólo amiga mía, y hoy todavía amiga mía y agente literaria. Como yo necesitaba, por razones espirituales, hacer el camino cátaro (una ruta que une los castillos fortaleza de los `perfectos´), la invité a tomar parte en un trecho del recorrido. Mónica y yo llegamos al pie de la montaña de Montségur en una tarde de agosto: habíamos planeado subirla al día siguiente. Después de comer fuimos a charlar al lugar donde se había encendido la hoguera, casi 800 años antes (indicado por un insignificante monumento). El cielo estaba encapotado, con nubes tan bajas que ni siquiera podíamos ver las ruinas en lo alto del gigantesco peñasco. Para provocar a Mónica, dije que tal vez sería interesante subir aquella misma noche. Ella respondió que no, y yo me sentí aliviado: ¿y si hubiera dicho que sí? En ese momento, para un coche, de la misma marca y color que el mío. Sale de él un irlandés y pregunta, como si fuéramos de la región, por dónde se puede subir a la roca. Le sugiero que lo haga con nosotros al día siguiente, pero él está decidido a subir esa misma noche: quiere ver la salida del sol allá en la cima, dice que tal vez él también fue cátaro en una vida anterior. ¿Podríamos prestarle una linterna? Y todo parece encajar: Brida, la obligación de hacer el camino cátaro, la broma minutos antes con Mónica y, ahora, aquel hombre allí, con un coche igual al mío. Es una señal. Voy al hotel de la aldea donde estamos hospedados y consigo una linterna, la única que hay. Mónica parece asustada, pero yo le digo que debemos seguir adelante. Señales, son las señales, le digo. El recién llegado pregunta dónde está el camino. No importa, respondo, basta con subir. El camino es ir hacia la cima. Y durante un tiempo que no consigo recordar, los tres escalamos por la noche una montaña que no conocemos y donde la nieve sólo nos permite ver unos palmos delante de nosotros. Finalmente, atravesamos las nubes, el cielo se llena de estrellas, hay Luna llena y, delante de nosotros, la puerta de la fortaleza de Montségur. Entramos, contemplamos las ruinas. Admiro la belleza del firmamento, me pregunto cómo llegamos allí sin ningún percance, pero pienso que es mejor dejarse de preguntas y tan sólo admirar el milagro. Los cátaros contemplaban este mismo cielo y, aun así, pensaban que todas estas estrellas eran obra del demonio. Jamás entenderé a los cátaros, por mucho que respete la integridad con la que se entregaban a su fe. Volví a Montségur y subí la montaña en otras ocasiones, pero nunca más conseguí encontrar el camino que tomamos aquella noche de agosto de 1989. Los misterios existen.

La piedad de Miguel Angel

lunes 23 de octubre de 2006
La piedad de Miguel Ángel

Después de veintitrés años, su nombre es sólo una estadística, una cita contable, un archivo nominal, uno de los miles, millones de nombres en el registro de entrada del cementerio barcelonés de Las Corts. Cuando murió, tenía poco más de treinta años y su familia se resumía a una tía lejana que apenas veía al cabo del año. Ni padres ni hermanos ni hijos ni mujer. Perezosea su recuerdo, eso sí, en la memoria de quienes lo conocimos y tuvimos la suerte de entrar en sus cosas, en sus humoradas, en sus fantasías, en su descomunal corazón de gigante. Miguel Ángel Ramón de San Pedro –«un tío que tiene por apellidos cuatro nombres comunes no puede ser normal»– daba media vida por quedarse con el personal: uno de sus números favoritos consistía en entrar en un vagón del metro de Barcelona con una bolsa de deporte en la que llevaba un teléfono negro de baquelita. Conchabado con otro secuaz, a medio camino entre Fontana y Diagonal hacía sonar una grabación de timbrazo telefónico y, parsimoniosamente, sacaba el auricular de la bolsa y contestaba con absoluta normalidad a la supuesta llamada de un desconocido. Después de balbucear algunas excusas alzaba la vista y, dirigiéndose al otro lado del vagón, le espetaba a su amigo: «Perdone, es para usted». Ni que decir tiene que el amigo conversaba con toda naturalidad y le recriminaba a su interlocutor que hubiera molestado a aquel señor tan amable para una tontería así. Sin más, se daban las gracias, volvía cada uno a su rincón y seguían el viaje como si tal cosa. Ese amigo, no pocas veces, era yo. Veinte años antes de inventarse el móvil, él ya lo utilizaba. Otras veces gustaba de comprar en los colmados barceloneses la papela de habichuelas cocidas que solía venderse al peso. Las chafaba mezclándolas con algo de coca-cola y adquiría una entrada de anfiteatro de cualquiera de los cines de la ciudad. Cómodamente instalado en la primera fila, en el momento cumbre de la película, vertía el contenido hacia las cabezas del público de platea mientras emitía el característico sonido del vómito y la arcada más salvajes. Los gritos, los insultos, cuando no la interrupción de la película y el prendido de las luces, acompañaba su salida a empujones de las selectas salas de reestreno de la ciudad. No pocas veces te pedía que si lo encontrabas con algún desconocido por el barrio le siguieras la broma cuando te empezaba a saludar y a hablar en árabe de camelo: no te decía cuatro cosas, te tenía diez minutos improvisando una conversación inusitada. Cuando creía que era suficiente, ante la perplejidad del otro, te daba un abrazo y te despedía sin haber cruzado contigo ni una sola palabra inteligible. Cojo, feo, jorobado, huérfano y cardiópata, a Miguel Ángel le sobraban razones para el pesimismo: sin embargo, a pesar de saberse candidato al aneurisma o al infarto, jamás dejó que le importunara el mal fario ni que le condicionase la vida su endeble salud; amaba a las mujeres, quería a sus amigos y estaba enamorado, rotundamente, de su país, España. Acostumbrado a vivir solo desde muy jovencito, cuando perdió sucesivamente a su padre y a su madre, manejaba un aserto del que jamás me he desprendido y que me he sorprendido utilizando más veces de las que podía suponer: «Carlitos –decía–, no hay nada insuperable. Si yo, siendo la piltrafa que soy, he conseguido pasármelo bien, lo puede conseguir cualquiera». No quería, eso sí, visitar al médico bajo ningún concepto: ninguno de sus amigos conseguimos jamás que se dejara ver por un cardiólogo que le aconsejase cómo garantizarse una vida saludable. Daba la impresión de saberse presto a la muerte y de no querer interponerse entre su propia persona y su destino. Consecuentemente, una tarde, después de una buena comida de risas y vinos, le reventó el corazón en el taxi que lo llevaba a casa. Fue a morirse a la altura del portal de Jordi Pujol, al que tanto detestaba. No tuvo piedad consigo mismo, aquel que tanto la tenía con los demás. Su nombre, borrado de una lápida de circunstancias, me vuelve hoy a la memoria como tantas veces, envuelto en la lágrima del perpetuo adiós. Yo también a la sombra de este almendro de natas te requiero para hablar de muchas cosas, de todas las que tenemos pendientes en estos años de ausencia, compañero del alma, compañero. Después de tanto tiempo de que nadie haya vuelto a hablar de ti, permíteme que deje a los pies de tu nombre estas flores del recuerdo en forma de artículo.

La maciza y el empollon

lunes 23 de octubre de 2006
La maciza y el empollón

Un canal de televisión italiano propone una variante o mutación de Gran Hermano que añade a las podredumbres propias del subgénero de la llamada `telerrealidad’ una dosis de erotismo picantón y cutrecillo que parece rescatado de aquellas películas ‘S’ de los años setenta, donde tipos barrigones, alopécicos y denodadamente ridículos babeaban detrás de señoras imponentes, a las que increíblemente terminaban llevando al huerto. El programa en cuestión se llama algo así como La maciza y el empollón y, como su nombre indica, consiste en juntar bajo un mismo techo a una patulea de misses de discoteca de pueblo, tan buenorras como descerebradas, con una panda de pitagorines de saldo, repescados quizá de algún concurso descatalogado de niños prodigio que, con el tiempo, se convirtieron en adultos caóticos y tirando a pringosetes. El intríngulis del programa, que al parecer se ha convertido en un éxito sin precedentes en Italia, no podía resultar más elemental y pedestre: se trata de ridiculizar a tan monstruosa fauna sometiéndola a pruebas que ponen en evidencia sus limitaciones: a los empollones se les obliga a exhibir sus michelines y patoserías en pruebas gimnásticas y desfiles de modelos; a las macizas se les obliga a exhibir su estulticia en pruebas de cultura general que nunca superan. Todo ello, por supuesto, aderezado con sus dosis de esparcimiento guarrindongo: así, por ejemplo, las macizas se disfrazan de porno-enfermeras y masajean a los empollones, que tumbados sobre una camilla han de mostrarse impertérritos ante las carantoñas y tocamientos de sus compañeras de piso; pierde el primero que delata, bajo la sábana que cubre su cuerpo desnudo, síntomas de erección. Expuesto así, sucintamente, el programa, tan tarugo y casposillo, provoca nuestro sonrojo. Habrá, incluso, quienes se rasguen las vestiduras, por su utilización de estereotipos machistas, por su elementalidad sicalíptica, por su grosera distribución de roles. Pecaríamos de ingenuidad, sin embargo, si pensáramos que estos subproductos son tan sólo la ocurrencia de programadores sin escrúpulos, capaces de halagar los más bajos instintos con tal de captar las audiencias más plebeyas. Quienes denuestan la plaga de programas casposos que infestan nuestras televisiones suelen concederles la condición de causa primigenia de muchas de las calamidades que afligen nuestra sociedad; y, un tanto ilusamente, piensan que su desalojo de la programación extinguiría los miasmas de una podredumbre que nos abochorna. Muerto el perro se acabaría la rabia, parecen predicar los analistas del fenómeno. Pero lo cierto es que la televisión basura no es la causa primigenia de muchos males sociales, sino su corolario natural. Detrás de la chabacanería que se enseñorea de dichos programas existe una subversión de valores (quizá enquistada ya en el subconsciente popular) que niega el esfuerzo y la laboriosidad como medios de triunfo y ascenso social (o como meras exigencias de una existencia digna) y entroniza en su lugar un desprestigio del mérito, un regodeo en los bajos instintos y en la mediocridad satisfecha de sí misma. Esos jóvenes que se avienen a participar desinhibidamente como concursantes de programas que retratan sin filtros embellecedores la tristeza de la carne y la vacuidad del espíritu ni siquiera están acuciados por la miseria o la marginación; encarnan la avanzadilla, especialmente desvergonzada si se quiere, de una sociedad que se pavonea de su vulgaridad, hija de un igualitarismo que desdeña la excelencia y brinda la gloria (o sus sucedáneos más efímeros) a quienes exhiben inescrupulosamente su ignorancia cetrina, su risueña amoralidad, su desdén chulesco hacia todo lo que huela a virtud en el sentido originario de la palabra. La televisión, a la postre, se limita a premiar lo que la sociedad previamente ha entronizado. El fenómeno de la televisión basura halla en esos jóvenes que se disputan una fama catódica carnaza para las fieras. Detrás de esas macizas y esos empollones dispuestos a convertirse en el hazmerreír o en el afrodisiaco de las audiencias, existe una sociedad que retoza risueña en el lodazal de sus propias deyecciones. Aquella rebelión de las masas que anticipara Ortega ha alcanzado, al fin, su apoteosis más sombría.

El alguacil alguacilado

lunes 23 de octubre de 2006
El alguacil alguacilado

Siempre evito hacer crítica literaria formal. Sin embargo, como lobo viejo que soy, a veces me gotea el colmillo ante ciertos pescuezos que piden dentelladas. Y resulta que acabo de zamparme algo escrito por un tal García-Posada. Se trata de una primera novela –La sangre oscura–, digna de olvido de no darse una deliciosa circunstancia: su autor es doctor en filología hispánica y presidente de la asociación de críticos literarios españoles, nada menos. Así que calculen con cuánto interés me la eché al coleto. A fin de cuentas, razonaba, si este crítico ilustre dedica su vida a enjuiciar libros ajenos, explicando a los autores cómo deben escribir, su novela será una lección magistral sobre el modo de hacer las cosas en cuanto a estilo, estructura, personajes y otros ingredientes que, por su oficio, mi primo conocerá al dedillo. A ver si se me pega algo. Y en efecto. La primera lección del texto garciposadiano afecta al arduo problema del punto de vista literario, que resuelve sin despeinarse, metiendo nueve veces el pronombre personal me en una página, por ejemplo, sin contar los yo y los mi; algo tan íntimo y original que permite al protagonista –trasunto del autor, pues la novela, astuta pirueta literaria, es autobiográfica– afirmar: «Mi vida interior comenzaba a ser tan rica que el desahogo verbal resultaba innecesario». La trama es apasionante: un crítico literario investiga la muerte de un compañero poeta antifranquista; y tras leer el diario del difunto –sagaz recurso narrativo– concluye que se suicidó, en parte porque era homosexual, en parte por asco de la dictadura. Todo eso, en páginas llenas de citas ajenas; aunque, pese a tal respaldo de autoridades, la cosa queda algo especulativa, divagando de acá para allá. De manera que al final de la novela seguimos con la misma información que teníamos al principio: que un fulano se suicidó y que la vida es triste de cojones. Consciente de ello –de algo sirve ser crítico literario–, el autor comenta, por boca del protagonista, que algunos lectores «tienen derecho a tildar de especulaciones estas consideraciones que he alumbrado»; aunque luego pone las cosas en su sitio: «Son los mismos que (…) le reprochan a Cervantes las novelas interpoladas en la primera parte de El Quijote». Los hallazgos estilísticos son numerosos. Háganse idea con este párrafo: «Me pasaba entonces mucho, pasaba mucho dentro de mí, y me pasaba bastante más de lo que entonces podía saber que me pasaba», que hace bonito tándem con este otro, tan diáfano: «No se ha visto volver suficientemente nada para que suene a cosa ya sabida». Y reparen en la sutil manera de mencionar «la expresión sin expresión de aquel rostro», para decir que alguien era inexpresivo. Aunque no tanto, pues más adelante matiza: «Aquel rostro inexpresivo parecía decirme algo con su ausencia de lenguaje». Tampoco el estilo garciposadesco está exento de poesía eres tú: «Me pareció vislumbrar una lágrima corriéndole por la mejilla desde los ojos húmedos», escribe. De todos los hallazgos literarios que ofrece el texto, personalmente me quedo con «las vivencias que me asaltaban ante espectáculos urbanos de tanta enjundia», aunque haya muchas otras valiosas perlas, como ese «sol que bailaba ebrio de su propia suficiencia», o aquel «ejemplares de divorciables los hay paradigmáticos, como aquella divorciable». También expone el autor complejas certezas sobre los arcanos del alma femenina, cuando nos confía: «A las mujeres hay que darles cancha». Actitud recompensada en la novela cuando una prostituta se niega a cobrarle al autor-narrador, supongo que ahíta de placer y por guapo. Novela, en fin, poblada de «seres que deambulaban por los pasillos», y de confusiones léxicas como «lesa antipatria», llamar matrona a una joven alumna e ignorar la etimología y significado de las palabras ristre o bicoca; por no hablar del uso incorrecto del punto y coma, de la coma y del punto y seguido. Para justificarlo, supongo, el autor advierte, dedo en alto: «El lector, llegado a estas alturas de mis razonamientos, creerá que su grado de sorna no se compadece (…) con los cánones de la narración. Haría mal en pensarlo así». Resumiendo: se trata de una lectura tan interesante que recomiendo le echen un vistazo. Vale la pena que se vendan cien o doscientos ejemplares de la novela, e incluso más. Es la mejor manera de que algunos lectores sepan en manos de qué individuos –los hay respetabilísimos también, pero este pobre hombre preside el gremio– se encuentra la crítica literaria en España.

Despues del Estatut

lunes 23 de octubre de 2006
Después del «Estatut»
LA TERCERA DE ABC
... Los proyectos de Estatuto que están llegando a las Cortes Generales o que se disponen a hacerlo no son, ni serán, tan federalistas y «aconstitucionales» como el de Barcelona, pero es probable que nadie o casi nadie quiera quedarse muy detrás...
EL Estado de las Autonomías, diseñado en la Constitución del 78 e implantado en toda España a lo largo de las primeras legislaturas, entre 1979 y 1983, con general conformidad de los ciudadanos, ha durado un cuarto de siglo. Los Estatutos de las diferentes Comunidades han funcionado durante estos años, de un modo bastante aceptable, incluso en las más díscolas, sin graves mimetismos ni insolidaridades y sin que la novedosa organización territorial del Estado haya puesto en riesgo la unidad de la nación. Pero ahora, con el nuevo Estatuto de Cataluña y los primeros trámites de los de otras Comunidades, las cosas empiezan a ser diferentes.
Lo primero que choca en los que se conocen, es su desmesurada extensión. Los cincuenta y siete artículos y quince disposiciones adicionales del Estatuto catalán del 79 han sido sustituidos por doscientos cuarenta y cinco preceptos en el de este año. Y los que llegan al Congreso, o se preparan a hacerlo, van por el mismo camino. Ya los filósofos políticos de la Antigüedad prevenían contra estas inflaciones. Las leyes, escribe Séneca, deben ser breves para que las guarden todos. Son mandamientos, no debates. Y casi doscientos cincuenta preceptos para una ley son demasiados. «Muchas leyes, mal gobierno», afirmaba el romano Tácito con palabras que resumían las conclusiones de la filosofía y la experiencia de la historia.
Los preámbulos de las leyes, son otra cosa. En orden a su aplicación práctica, no importan mucho y en ocasiones resultan superfluos. La constitucionalidad del «Estatut» no depende de que el término Nación se mencione en el articulado o en un prólogo, sino de la realidad política que al amparo de esa palabra introduce, justifica y desarrolla el nuevo texto catalán. Si bien como los preámbulos no son imperativos ni definitorios, quizá importe menos dejarlo en unos preliminares para los que vale lo que decía Séneca, que no hay nada más frío o más inútil que el prólogo de una ley.
Los nuevos Estatutos, empezando por el de Cataluña, se distinguen de los anteriores por elementos de mayor alcance que el volumen de su articulado o el lugar en que se lee la palabra «Nación». Los de la transición, todavía vigentes en toda España, salvo en Cataluña, traían todos ellos su causa de la Constitución: incluso los de los territorios de la disposición transitoria segunda en los que se había refrendado su organización en «región autónoma» durante la república.
La Constitución no concibe ni presenta a España como una asociación de comunidades territoriales más o menos históricas, sino como una Nación de la que forman parte esas comunidades. Es en esa España, en la que se reconoce el derecho a la autonomía de las diversas «nacionalidades» y regiones, a la vez que se asegura y se exige la solidaridad entre ellas. Así se lee en el artículo segundo de la Constitución, sin precisar a cuáles de esas Comunidades se les puede llamar nacionalidades y a cuáles regiones. Pero la gente lo sabe bastante bien y todo el mundo acepta que Cataluña se considere una «nacionalidad» y que a Extremadura, Murcia, Castilla o Andalucía se las considere «regiones».
Ahora, el reciente Estatuto de Cataluña camina en la dirección contraria, que si es seguida por otros afectará al conjunto de la nación. Porque, según su texto, no es el Estado el que «se organiza» en Comunidades subeestatales a las que el mismo Estado reconoce el derecho a la autonomía. Es la sociedad de esa Comunidad la que se declara «solidaria con el conjunto de España», pero sobre todo «incardinada en Europa». Las expresiones son ciertamente ambiguas, pero apuntan claramente a que esa «incardinación» en entes supranacionales pueda, al menos en ciertas cuestiones, ser directa. Esas palabras están en el prólogo y como he dicho no son parte imperativa de la ley, pero en el artículo tercero, uno de esos que parecen más propios de una Constitución nacional que de un Estatuto subestatal, se lee que las relaciones de esa comunidad con el Estado han de regirse por los principios de la autonomía (sin duda la de Cataluña), de la «bilateralidad», entre el gobierno nacional por un lado y la Generalitat por el otro, y de la «multilateralidad» en el Estado español y en la Unión Europea, que son su espacio político y geográfico de referencia. Todo lo cual no se compadece con la filosofía política del actual Estado de las autonomías, sino que significa algo que un estudioso sin pelos en la lengua diría que es, por lo menos, una declaración de federalidad.
Los proyectos de Estatuto que están llegando a las Cortes Generales o que se disponen a hacerlo no son, ni serán, tan federalistas y «aconstitucionales» como el de Barcelona, pero es probable que nadie o casi nadie quiera quedarse muy detrás del neoconstitucionalismo catalán. Quizá algo parecido ocurrió en los años de la transición. Pero la doctrina de una misma autonomía para todos tuvo algo que ver con la necesidad política de que participaran lealmente en el consenso constitucional los nacionalistas de las llamadas «regiones autónomas» de la república, para lo que era preciso que en toda la Nación se aceptaran las peculiaridades de cada uno de los demás territorios.
En el Estatuto de Barcelona, aprobado en la votación que más abstenciones ha tenido en la democracia española, hay otra desmesura de la que seguramente no adolecerán los proyectos de otros territorios. Son los artículos que enumeran los derechos que se reconocen a los ciudadanos, y los deberes que se les imponen: o constituyen repeticiones superfluas de preceptos y declaraciones de la Constitución o ignoran el principio de la igualdad ante la ley de todos los españoles «sin discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social», consagrado en el artículo 14 del 78.
Con el nuevo Estatuto de Cataluña se ha iniciado otro periodo, -de hecho constituyente- del que no se sabe ni a qué estructuración política puede llevar al país ni el tiempo que va a tardar en tomar forma. No sólo por la singularidad de su texto y la más que dudosa constitucionalidad de parte de él y de los principios que lo inspiran, sino por hechos políticos que han seguido ya a su aprobación. Se han contagiado de él otras Comunidades Autónomas, en las que los gobiernos regionales y las mayorías que los respaldan en sus Asambleas territoriales se aprestan a llevar a las Cortes Generales nuevos proyectos estatutarios para no quedarse atrás. Y los españoles ya no serán todos iguales ante la ley, sino diferentes unos de otros según donde vivan.
La España de la Constitución no es una asociación de entes subestatales. Es una de las más viejas y consolidadas naciones de Europa, que con el «estado de las autonomías» había modernizado su organización territorial bajo la Monarquía parlamentaria, que garantiza la unidad y solidaridad de sus ciudadanos, herederos y continuadores de una historia varias veces secular.
ANTONIO FONTÁN
Ex Presidente del Senado