jueves 10 de mayo de 2007
La chinchorrona
Blanca Sánchez de Haro
E S que hay cosas que a veces vienen impuestas por el destino. Es esta una buena manera de no atribuirse la total responsabilidad de los propios actos. Por eso la utilizo, aunque no tenga la más mínima base para creer si el destino obliga a algo o no. Mar nació fuerte, heredando la hermosura, la valentía de corazón y la fuerza en el alma de una gran matriarca castellana que fue y sigue siendo, nuestra madre, y con la raza del pueblo vasco que la vio nacer, y dónde parió a sus primeros hijos. Allí se empapó hasta la médula de la belleza de las matriarcas vascas. Hermosura y belleza de gestos, de físico y de fuerza femenina, valentía de heroínas de Castilla bien casada con la fuerza de las caseras de Donosti. Yo nací débil, pequeña, oscurita, mal comedora y pachucha. Mi padre siempre tenía explicaciones a mis preguntas. ¿Por qué yo era chiquita y mis hermanos altos y fuertes? Porque a mí me abandonaron unos gitanos en la cuneta por ser tan poca cosa. Ellos me vieron, les di pena y me rescataron del abandono para llevarme a su casa. Eso, unos días, otros: Porque yo mamé de la teta de atrás. Lo primero lo creí cierto hasta bien pasados los 5 años, lo segundo no. Las únicas ubres que yo le vi a mi madre siempre fueron dos hermosas delanteras de esas que aún siguen adornado su escote ante la admiración de muchos ojos. Mi hermana Mar (Itsaso, precioso nombre) y yo compartíamos colegio con 3 cursos de diferencia a su favor. Y el colegio estaba lleno de otras chicas como Mar; altas, fuertes y defensoras de su espacio cual leonas que cuidan su manada. En ese bello escaparate de damiselas de hierro, poco se me podía ver u oír a mi. Y yo podía conformarme con ser poca cosa, oscurita y feúcha y hasta con que mi hermano Jesús cuando me acercaba a él y estaba a sus cosas me dijera: “No me molestes mosquito”. Pero con que me ignoraran, no me escucharan, me quitaran el sitio en el autobús o la pelota en la cancha de baloncesto sólo por ser pequeña no, eso de ninguna manera. ¿Qué niña puede soportar el ser ignorada siendo leonina de nacimiento astral, hija de heroína castellana y hermana de matriarca vasca, y además siendo yo?... Mi queridísima y siempre generosa tata Mar siempre se llevaba las regañinas por pelearse con las compañeras del colegio. - ¿Porqué te peleaste otra vez?, le decía mamá. - Es que querían pegar a Blanquita porque no quería dejarles los columpios, y es que Blanquita les chincha amá, chincha siempre a las mayores y luego le quieren pegar y claro, yo no voy a dejar que peguen a mi hermana, aunque la culpa es suya amá porque anda chinchando para que se metan con ella. INCISO: Sacaba de quicio a algunas de las que pretendían ignorarme y cuando ya las tenía totalmente desquiciadas, sintiéndose mas fuertes que yo, me amenazaban. Entonces yo sacaba pecho y gritaba: Tataaaaa. Era magnífico aunque mi hermana me lo siga echando en cara. El patio del colegio temblaba literalmente bajo a las zancadas rotundas de mi tata viniendo en mi ayuda, más que si el mismísimo Mazinguer Z estuviera caminando por él, y a mis enemigas les temblaban tanto más las piernas. Yo disfrutaba, no podéis imaginaros cómo. - Chinchorrona, me decía mamá, hija no tienes que ser tan chinchorrona que luego siempre andas metiendo en líos a tu hermana. Perdí el auxilio de mi tata Mar durante años, ella se quedó en su tierra natal y yo volví a la de mis padres donde las niñas también eran pequeñitas y oscuras, además coincidiendo con mis 16 años en los que pude comprobar que había heredado de mi madre esa delantera que adorna tan bien los escotes, y eso, para una adolescente que lucha por hacerse respetar y por ir convirtiéndose en adulta vale muchos puntos. Y me fui convirtiendo en adulta, pero la costumbre de ser chinchorrona no se me pasó, le había cogido gusto y con el tiempo arte de guante blanco. Nunca volvió a ser necesario que nadie se peleara por mí. Como dicen los árabes, los gestos se hacen hábitos y los hábitos costumbre y la costumbre acaba conformando tu carácter. Así que soy chinchorrona, lo admito, me gusta “picar a la gente”. Ya no tengo que defenderme de nadie, la mediana edad nos hace a todos iguales, pero sigo siendo chinchorrona en la seguridad y en el orgullo de que tras esa costumbre no hay nada más que una absoluta buena fe. El ejercicio de la chinchorronería bien ejercido aparta cualquier posibilidad de meterse en violencias físicas o verbales, porque chinchar en mucho más divertido. Nunca he intentado corregirlo, me gusta el diálogo hasta el punto de no callar ni bajo el agua. Me gusta la controversia, ser chinchorrona, “picar a la gente” porque me considero como al resto del mundo, libre de pensamiento y opinión, y porque llevo a orgullo que casi roza la arrogancia la seguridad de ser una buena persona en la que la chinchorronez tiene una única y auténtica base de buena fe.
miércoles, mayo 09, 2007
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