viernes 1 de junio de 2007
La saga-fuga de Miguel Sebastián
IGNACIO CAMACHO
HA hecho en sólo tres meses la carrera política descendente más brillante y meteórica de España. Medalla de oro en la modalidad de fracaso olímpico. Así como Al Gore se presenta a sí mismo como «el ex futuro presidente de los Estados Unidos», Miguel Sebastián podrá elegir para su tarjeta de visita la consideración de «ex probable vicepresidente económico» o de «ex concejal nonato del Ayuntamiento de Madrid». También podrá poner en su currículum una línea con el cargo de «ingeniero de conspiraciones malogradas de la Presidencia del Gobierno», y otra con el rango honorífico de «el candidato socialista madrileño con menos votos de la democracia». Títulos no le van a faltar en su rutilante trayectoria hacia ninguna parte. Ni trabajo: le espera un futuro prometedor como tertuliano de «Salsa rosa», y las principales escuelas de negocio se lo van a disputar para impartir un master de Progreso Negativo según el canon de la epistemología «marxista»: cómo pasar en tiempo récord de la nada a la más absoluta miseria.
Nada de esto habría podido conseguir sin la ayuda inestimable y decisiva de Rodríguez Zapatero y su afición por la inventiva política. Sólo el ojo clínico del presidente podía avistar una lumbrera semejante en el fondo gris de la fontanería de la Moncloa. Cuando hace apenas un año blasonaba con arrogante suficiencia de haber encontrado un candidato imbatible para presentar a la gran batalla municipal de Madrid, ni los más avezados zapaterólogos suponían que la chistera del pensamiento mágico era tan profunda y versátil como para encontrar una minerva tan preclara. Chistera de chiste, por supuesto.
Ahora, consumado el prodigio de alcanzar los peores resultados de la era moderna con el aspirante más desconocido y menos valorado, Zapatero mira para otra parte mientras los militantes del PSOE capitalino buscan a alguien en quien clavar sus recién afiladas navajas ante la fuga in extremis de la víctima, que ha preferido hacerse el haraquiri antes que caer cosido a puñaladas bajo la estatua simbólica de su mentor. Lo malo es que una vez desenvainadas las dagas va a ser menester que corra alguna sangre, y los muy cabreados victimarios están mirando de soslayo al pobre Simancas, sobre el que podría caer la doble culpa de haber perdido él mismo por goleada y de haber permitido -a ver cómo no, si traía el aval del César- el paso del candidato fantasma. Los más aviesos pensaban que el castigo más retorcido para Sebastián era obligarle a permanecer en el cargo de edil derrotado que se ha ganado con su esforzada ineptitud, pero el interesado ha optado por la incomparecencia para evitarse ajustes de cuentas, a sabiendas de que deja una insuperable marca de nulidad e incompetencia. Cuando se alcanza un descalabro tan perfecto conviene no estropearlo con algún eventual, aunque improbable, acierto. Y Sebastián, que estudió en Minnesotta, debe haber aprendido lo suficiente para entender que lo único más inútil que un concejal de la oposición en minoría absoluta es la primera rebanada de un paquete de pan Bimbo.
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