viernes 1 de junio de 2007
La deserción de Sebastián
M. MARTÍN FERRAND
ESTÁ claro que Miguel Sebastián, como candidato socialista a la Alcaldía de Madrid, perdió las elecciones frente a la fuerza arrolladora de Alberto Ruiz-Gallardón; pero no es menos diáfano y notorio que medio millón de madrileños votaron la lista encabezada por el candidato que llovió de La Moncloa y, al hacerlo, confiaron en él, y en sus acompañantes, la representación de sus intereses durante los próximos cuatro años. En España no votamos alcaldes -ni presidentes autonómicos o nacionales-; votamos listas, cerradas y bloqueadas, de las que salen los concejales que, en segundo grado, elegirán al presidente del Concejo y le entregarán, para su mejor uso, la vara del poder. Es decir, Sebastián pidió un voto que le otorgaron muchos millares de personas y ahora se da a la fuga, renuncia a su compromiso y vuelve a una Universidad, en donde no le falta el prestigio y de la que, seguramente, nunca debió salir.
Nuestra vida política se enrarece por momentos. Para remediar un despropósito como fue, sin duda, la proclamación de Sebastián como candidato del PSOE para arrebatarle el asiento a Gallardón se recurre a otro desatino. La caprichosa decisión de José Luis Rodríguez Zapatero -¡Sebastián porque yo lo digo!- rompió el principio constitucional que obliga a los partidos a la democracia interna, debilitó la coherencia del socialismo madrileño y fue, como ahora se demuestra, una apuesta perdedora. Eso no se enmienda con un nuevo disparate, con la deserción de Sebastián; sino que, desde la seriedad, exigiría la toma de posesión del candidato y su ejercicio de oposición, aunque sólo fuera por guardar las apariencias de respeto a las instituciones, durante el mismo tiempo que hubiera ejercido como alcalde en el supuesto de una victoria.
El principio representativo, ya debilitado por nuestro sistema de listas, quiebra cuando los representantes niegan la voluntad de quienes les eligieron. Se rompe un contrato que, tácitamente establecido entre candidatos y votantes, es el armazón de la democracia y da consistencia a las instituciones que se sustentan en la representación ciudadana. Sólo una razón de fuerza mayor podría justificar la huida de Sebastián y, a ese respecto, convendría recordar a quienes le zahieren desde la Federación Socialista de Madrid que su rechazo llega con retraso. Hubiera tenido sentido cuando el dedazo del líder le impuso a las bases. Ahora suena a pataleta de quien digiere mal una derrota. Además, con su retirada a la paz del claustro universitario, Sebastián se hace el haraquiri para la vida política. Al frente de la oposición municipal de Madrid podría haber servido para otra guerra, que nunca sobran combatientes en los frentes electorales; pero así, con tan precipitada renuncia a la responsabilidad que voluntariamente solicitó, se inhabilita para los restos. No podrá ser ministro ni de Marina.
jueves, mayo 31, 2007
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