jueves 31 de mayo de 2007
Todos han ganado. Todos hemos perdido
Miguel Martínez
C OMO viene siendo habitual después de unas elecciones, todos los partidos han ganado. Estas municipales y autonómicas de 2007 no tenían por qué ser diferentes y todas las formaciones, hayan aumentado o disminuido el número de votos recibidos, se congratulan de los resultados y entonan cánticos de victoria alegando que ellos son los verdaderos triunfadores de las elecciones. Unos porque, aun habiendo perdido representación, han ganado votos; los otros por todo lo contrario. En cualquier caso, se le compunge a uno el intelecto cuando intenta llevar a cabo un análisis serio de las razones por las que cada cual cree ver un triunfo propio en el resultado del escrutinio de los votos, porque es claro que unas elecciones en las que la mitad de los electores prefiere quedarse en casa (con lo mal que está la tele) o largarse al campo o a la playa (con lo mal que está el tráfico los domingos), antes que ejercer su derecho democrático por antonomasia, debiera considerarse motivo suficiente para que las distintas formaciones políticas, en vez de echar campanas al vuelo, se hicieran un poco de autocrítica (juicio crítico que se realiza sobre obras o comportamientos propios, según define el diccionario de la RAE, que parece ser que la mayoría de políticos desconocen el significado – o incluso la existencia- de este vocablo), asumiendo que, como mínimo, no son capaces de convencer a la población de la necesidad de que participen en el que debiera ser el principal acontecimiento democrático de una sociedad. Y es que es muy probable que lo que de veras le ocurra a esta sociedad sea que se la traiga -con perdón- floja quiénes les gobiernen. Y si esto es así –y no parecen abundar datos que corroboren lo contrario- no concibe un servidor cómo unos y otros tienen el cinismo de celebrar de tal guisa los resultados, porque si bien es verdad que, de un tiempo a esta parte, cada vez que el fenómeno de la abstención entra en escena en porcentajes considerables todos los candidatos en su valoración postelectoral lamentan la poca participación y afirman que es un tema pendiente que les ha de hacer reflexionar en el futuro, pasado el subidón del recuento y tras la vuelta a la rutina, la abstención no aparece en ningún debate político si no es para culpar al contrario de haberla propiciado. En cualquier caso es un dato objetivo, evidente y aplastante que estas elecciones las han ganado los que no han ido a votar, que no en vano suman un porcentaje sensiblemente superior a cualquiera de los obtenidos por las diferentes formaciones que han concurrido a estos comicios. Y en estos momentos de desencanto político es cuando se da el caldo de cultivo para la proliferación de discursos populistas con mensajes xenófobos, que aprovechan la frustración y el desaliento de los electores para lanzar sus demagógicas soflamas que tienen como principal objetivo al elector desilusionado, y que, aprovechando el beneficio que para los micropartidos supone la abstención –a menor número global de votos resulta más fácil sumar los porcentajes mínimos exigidos para obtener representación- hacen posible la aparición en ciertos ayuntamientos de formaciones que vertebran su programa político, exclusivamente, en discursos xenófobos que propugnan poco menos que el apartheid. ¿Están mis queridos reincidentes seguros de que todos han –y por tanto hemos- ganado en estos comicios? Así, cierta formación, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha obtenido un puñado (pocos, por suerte) de concejales en diferentes ayuntamientos de Cataluña empleando como programa electoral un decálogo de propuestas que no tienen desperdicio, se miren como se miren. La primera, y es de suponer que principal, que por algo tiene el privilegio de encabezar el programa, es la siguiente: -Ninguna subvención de dinero público, ni cesión de terreno municipal, para la construcción de mezquitas ni cementerios. Varios apuntes: Aunque un servidor personalmente opine que cualquier medida que facilite la integración ha de ser bienvenida, y que no es descabellado que se facilite a los musulmanes suelo público de la misma manera que se le facilita al club de tenis de la ciudad, aunque el 99% de empadronados no practiquemos tenis, tampoco sería incoherente llegar a considerar que, siendo éste un estado laico, cada cual debe apechugar con sus necesidades espirituales. Si esto fuera así, ninguna religión, para ser justos y equitativos, debiera obtener beneficio alguno de las Administraciones Públicas. Sin embargo esta agrupación sólo habla de mezquitas. ¿Serían igual de taxativos ante sinagogas, templos protestantes, evangelistas o católicos? Porque si no lo fueran serían, sin duda, racistas. De cualquier modo, que la primera medida de una agrupación política sea la de poner trabas a que los musulmanes residentes en un municipio tengan su mezquita, como si esto fuera lo que más preocupa al ciudadano, es, como poco, sintomático de estar de espaldas a la realidad, anteponiendo discursos demagógicos a los problemas reales, pues no olvidemos que nuestro principal problema, según el último sondeo del CIS aparecido esta misma semana, es el paro (que para nada aparece en el decálogo de estos populistas) seguido del terrorismo (que tampoco aparece) y de la vivienda (que sí aparece, aunque en penúltimo lugar y después de otras suculentas medidas sin desperdicio). Alguno de mis reincidentes más avispados se planteará que si no se habla de paro ni de terrorismo en el programa de esta formación puede que sea a causa de que el referido partido, de momento con vocación municipalista, poco pueda hacer frente a problemas tan globales como ésos desde el ámbito de la Administración Local. No se lo crean, pues su segunda medida es: - Controlemos la inmigración. Y un servidor se pregunta cómo desde un municipio se puede controlar la inmigración. ¿Mandamos a los policías locales a las costas de Senegal en una barca y al indígena que se adentre en el agua más de 20 metros que lo devuelvan a la playa a golpes de porra en el costillar? Pues no, mis queridos reincidentes, esa formación propone algo más sutil como es la potenciación las familias autóctonas –y sólo las autóctonas- otorgando una asignación de 3000 euros por hijo a partir del segundo retoño. Lo que habría que preguntarles –amén de dónde narices va a sacar tanto dinero el ayuntamiento (hagan números y verán)- es qué entienden ellos por autóctono. ¿Los del pueblo de al lado son autóctonos o foráneos? ¿Y los de las Comunidades Autónomas limítrofes como Levante o Aragón? ¿Y los que vengan de otras más lejanas como Galicia o Andalucía? ¿Dónde han puesto el límite? No se lo pregunten no sea que no les siente bien la respuesta, que me barrunto que ni a los más cercanos les va a gustar, pues las siglas –y el discurso- de esa coalición son taxativos en cuanto al ámbito territorial. En cualquier caso está claro que ésa es una medida la mar de eficaz contra la emigración y que las mafias de traficantes de esclavos de Senegal o del Magreb ya pueden empezar su particular reconversión industrial y cambiar sus cayucos y pateras por camellos para pasear a los turistas si no se quieren ver en el paro y tener también que emigrar. En uno de sus vídeos electorales, uno de los candidatos afirma que acabarán con el frecuente hecho de que los delincuentes entren por una puerta y salgan inmediatamente por la otra. Dejando al margen la cansina insistencia que tiene todo el mundo en lo de entrar por una puerta y salir por la otra, cuando en la mayoría de las ocasiones entran y salen por la misma, habría que preguntarle a esos mecenas del Derecho, después de hacerles la observación –puntillosa, si ustedes quieren- de que cuando un delincuente sale en libertad tras ser presentado ante el juez es porque el ordenamiento jurídico así lo prevé –cuando no lo establece directamente-, es cómo desde la administración local van a saltarse a la torera el Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal para poder retener a los delincuentes más de lo que dicta la propia ley. Y así seguiría quien les escribe desgranando, una tras otra, demagógicas incongruencias de ese programa sin saber qué le produce más tristeza, si el hecho de que haya personas (pocas, gracias a Dios) que voten opciones descaradamente racistas o el que sean tan ignorantes como para creer que los grandes problemas globales que acucian al primer mundo -como la inmigración incontrolada o la seguridad ciudadana- se solucionan votando a opciones marginales que no aspiran más que a obtener, amén de un sueldo y un despacho en el ayuntamiento, uno o dos concejales en algunos pueblos y ciudades pequeñas, siempre y cuando la abstención haga de las suyas. Para que luego digan los políticos de las grandes formaciones que ellos han –y por tanto todos hemos- ganado estas elecciones. ¡Y una míerda*! * Acento deliberadamente trasladado a la primera sílaba, no tanto para convertir en esdrújula una palabra llana porque sí, como para dotar de mayor énfasis y sonoridad al vocablo. Comprueben mis queridos reincidentes cómo esa simple variación en la entonación transforma lo que suele ser una palabra con carga puramente escatológica en un taco con todas las de la ley.
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