jueves 31 de mayo de 2007
Apuntaciones en torno de Fernando García de Cortázar y la ultraderecha
Antonio Castro Villacañas
C ONFIESO que Fernando García de Cortázar, catedrático de Historia Contemporánea y asiduo colaborador de "El Mundo", no goza de mis simpatías. Casi siempre lo encuentro demasiado jesuita, en la segunda acepción de esta palabra. Por supuesto que no coincido con él en muchas de sus interpretaciones de nuestra reciente historia. Me parece que en ciertas cosas no ve más allá de sus narices, ignoro si por intelectual miopía congénita o por voluntaria cerrazón de ojos, aunque tengo para mí que en demasiadas ocasiones predomina la última causa sobre la primera. Esto es lo que le sucede, por ejemplo, con cuanto se refiere a la Falange, organización política que él sitúa en la ultraderecha; es decir, en una especie -según él- de "disperso, sonámbulo y apenas testimonial rebaño momificado", frase que ya de por sí nos aclara cómo interpreta el sentido de la caridad cristiana y el de la verdad histórica un sacerdote que nunca va vestido como Dios, su Iglesia y su Compañía recomiendan lo hagan cuantos curas se consideren fieles a su voluntario compromiso con Cristo. "De nuestra actualidad política -ha escrito este sujeto- se pueden decir muchas cosas, para bien o para mal, según el gusto de quien hable. Pero en ningún caso que las iracundas escuadras que bordaban la vieja camisa nueva ayer vayan a tragarse el país de un bocado". Un cero zapatero merece este cura García. Mejor: un doble cero. Uno, por no saber escribir en correcto castellano; y otro, por faltar a la verdad histórica. Cualquier persona que haya estudiado con buena voluntad el periodo de la historia de España que va desde el 29 de octubre de 1933, fecha fundacional de la Falange, hasta el día de hoy, sabe por lo menos dos cosas de las escuadras falangistas, dos cosas que el jesuita disfrazado de seglar ignora o tergiversa en el párrafo citado. Una: que esas escuadras sólo actuaron con ira cuando las circunstancias -y muchos jesuitas- lo exigieron, siempre en defensa propia o en amparo de personas o cosas amenazadas por iras ajenas. Y otra: que esas mismas escuadras nunca, jamás, bordaron camisas, viejas o nuevas, porque esa tarea entrañable y simbólica siempre ha estado atribuida a las familiares mujeres que hicieron y hacen hombres: la madre, la hermana, la novia, la amiga, la esposa... Añado ahora una tercera verdad: que jamás, nunca, a diferencia de otras diversas organizaciones políticas y religiosas conocidas de sobra por el señor García, las escuadras falangistas han buscado el tragarse nuestro país de un bocado o de múltiples mordiscos, cosa que sí han hecho muchas de las personas y entidades que por su cuenta y razón ese señor frecuenta. De modo y manera que tan falaz historiador debe apuntarse por este motivo un tercer cero, apellidado ahora majadero... "Sólo manipulando la exacta realidad" -son palabras suyas- se puede ver a la Falange -la de anteguerra o la de Franco- como "peleona muchedumbre". Que las diferentes Falanges de ahora no sean eso, sino sólo "cuatro gatos con una bandera rota bajo el brazo", como a continuación los describe, es algo que no puedo ni debo discutir por mi alejamiento físico de las zonas en que tales grupos se mueven. Sí quiero hacer constar mi convicción de que casi todas las personas que en ellos militan lo hacen movidos por la mejor y más recta intención. Creo que podemos y debemos aplicarles las hermosas palabras que José Antonio dedicó en su testamento a los falangistas que cooperaban con el movimiento militar de 1936: "No puedo -escribió él entonces; no podemos, digo yo hoy- lanzar reproches a unos camaradas que ignoro si están ahora sabia o erróneamente dirigidos, pero que a buen seguro tratan de interpretar de la mejor fe, pese a la incomunicación que nos separa, mis consignas y doctrinas de siempre. Dios haga que su ardorosa ingenuidad no sea nunca aprovechada en otro servicio que el de la gran España que sueña la Falange". El resultado de las últimas elecciones no deja lugar a dudas: las diferentes versiones de la Falange que se han presentado en ellas con ese nombre y bandera, o como distintas versiones del mismo tema, no han logrado salir del "contexto de exiliados sin reino" en que viven según el jesuita catedrático. No se puede, tras los últimos escrutinios, ver nada que parezca "esplendor amenazante a lo que sólo tiene esqueleto de penumbra". Estoy de acuerdo con García de Cortázar, sin embargo, en que "resulta muy poco probable que, a corto plazo, se produzca un wagneriano ascenso de los muy marginales nietos del Cid", pero no -por supuesto- en el matiz despectivo que tal frase contiene. También hago mías "las razones que avalan esta tesis: la satelización de su escaso voto útil por la órbita del Partido Popular; la falta de unidad y subsiguiente atomización de su espectro político en formaciones de distinto perfil; y la carencia de líderes y programas conocidos". Desde que en 1979 Blas Piñar, como candidato de Unión Nacional, su peculiar versión de la Falange, lograra un escaño de diputado por Madrid, en ninguna de las elecciones celebradas en España, sean generales, europeas o autonómicas, las diferentes formaciones más o menos próximas al falangismo, o a algo que se le parezca, han conseguido una votación que las situara en perspectivas de acariciar representación política alguna. Sí lo han hecho, de forma meritoria y excepcional, en concretos términos municipales. Termino. El pensamiento de Fernando García de Cortázar, y el resultado de las elecciones últimas, anunciador de lo que bien puede suceder en las siguientes, creo debe hacernos meditar a cuantos –sin ser ultras de nada- no estamos conformes con la España forjada en torno a la Constitución de 1978. El creciente número de abstenciones escrutado en las últimas elecciones celebradas a su amparo, se llamen referendums estatutarios o comicios municipales o autonómicos, es una prueba de que buena parte del pueblo español no se encuentra a gusto con el sistema establecido. Obremos en consecuencia.
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