miércoles, mayo 30, 2007

Valentin Puig, Partidos en trance de pactos

jueves 31 de mayo de 2007
Partidos en trance de pactos

POR VALENTÍ PUIG
LA indigestión ideológica impide la permeabilidad de los partidos políticos a la hora de absorber ideas nuevas. Crece su apatía paquidérmica cuando más falta les haría agilizar su adaptación al entorno social. Se entregan al «apparatchik» -siempre necesario- cuando la prioridad son las estrategias claras. La sociedad española necesitaría confiar más en sus partidos políticos. No le echa una mano ese periodismo casticista que anda por ahí al servicio de la confrontación partidista de bajos fondos. Para estudiar la anatomía de los partidos, compiten los politólogos y los cínicos. Para contrarrestarlo, es oportuno el pensamiento de Burke, como se constata en el libro de Russell Kirk -«Edmund Burke»- recientemente traducido. No en vano, procedente del partido «whig», al final propicia la conexión con los «tories» más lúcidos y así nace el partido conservador, que es hoy la organización política con más pedigrí del mundo. Si la gran reflexión del conservador Burke, allá por las últimas estribaciones del siglo XVIII, augura los males de la Revolución Francesa, también acertó en su consideración de los partidos políticos, con su buen sentido de la experiencia y de la política como hecho empírico y no como abstracción.
Han pasado más de doscientos años, pero aún puede comprobarse -en España, por ejemplo- que el comportamiento de muchos partidos ha hecho que personas de escrupulosa virtud se muestren, en cierto modo, reacias a toda clase de vinculaciones políticas. Si es innegable la contribución de los políticos al bien común, no es menos cierto que el espectáculo de la política no siempre es ejemplar. Popularmente, la actividad política es poco valorada, aunque siempre por encima del periodismo. Eso desprestigia a los partidos políticos, incluso en forma desmesurada, porque no aparecen como el instrumento fundamental que son en la vida pública. Precisamente fue debido a que los franceses no desarrollaron partidos políticos coherentes que la Revolución Francesa acabó como acabó. Kirk dice que si el partido es un conjunto de compromisos, un partido bien organizado y bien dirigido sabe cómo establecer compromisos dentro de los mayores intereses posibles: la alternativa al compromiso es la inacción en el mejor de los casos y, en el peor, la generalización del conflicto, interior o exterior. Ahí cabe la pregunta de en qué medida Rodríguez Zapatero está defendiendo con eficacia los intereses históricos del PSOE y los de la sociedad española al ejercer tanta imprudencia en su política de apaciguamiento de ETA.
A riesgo de que la política aburra, al final da mejores resultados la sensatez inteligente que el carisma. Si aplicamos la posición conservadora de Burke a nuestra transición democrática veremos cómo entonces los partidos responsables hicieron posible que lo viejo y lo nuevo llegasen a un acuerdo. A la vez sucede que, por el contrario, en el marco de los partidos políticos la gente adquiere a menudo «un espíritu estrecho, dogmático y proscriptivo», por lo que serán capaces de «hundir la idea del bien general para conseguir sus intereses parciales y limitados». Desde luego, la función de los partidos no es la beneficencia: representan intereses, pero también valores. La confrontación política apela en ocasiones a instintos oscuros y a los reflejos de la masa más confortada por la demagogia. Aun así, una sociedad cohesiva y sedimentada consigue que, por refracción, los partidos sigan el cauce oportuno.
Están de más las originalidades. Kirk sostiene que las instituciones de una nación y el consenso auténtico de muchas generaciones no pueden ser puestos en peligro por las bruscas innovaciones de un ingenioso reformador, pues, aunque el individuo como tal pueda ser necio, la especie es sabia. Bueno, lo visto en el siglo XX no siempre refrenda el buen concepto de la especie humana. Sea como sea, ahorrémonos la originalidad política, la táctica volatinera y la destrucción de consensos históricos. Con tal fin, los pactos municipales y autonómicos a punto de cuajar son una buena oportunidad. Cuanto más se distancie el cartapacio resultante de lo que han votado la mayoría de ciudadanos, con mayor medida se hace patente el interés endogámico de los partidos frente al interés más general, el particularismo de las facciones fragmentarias frente a la voluntad del voto con ventaja más representativo y copioso.
vpuig@abc.es

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