viernes 1 de junio de 2007
Los laureles del PP
El Partido Popular, como se ha destacado una y otra vez, ha obtenido en Madrid unos resultados espectaculares. El alcalde de la capital, Alberto Ruiz-Gallardón, ha llegado al 55,54% del electorado y Esperanza Aguirre, en la Asamblea regional, con el sur de la Comunidad de fuerte implantación socialista, hasta el 52,93% de los votos. La diferencia en número de papeletas ha sido también subrayable. Para no llenar esta página con excesivos números (porque habrá que aportar otros más adelante), citaré sólo los de la Comunidad: el PP ha superado al PSOE en aproximadamente 515.000 votos. Añádase a este sonado triunfo la crisis subsiguiente en el socialismo madrileño: Miguel Sebastián, la apuesta del presidente Rodríguez Zapatero para la capital, ha dimitido sin recoger su acta de concejal como colofón a una de las campañas electorales más lamentables de los últimos tiempos, y Rafael Simancas, secretario general del Partido Socialista de Madrid, desasistido en esta aventura por la dirección nacional del PSOE, ha anunciado que no volverá a ser candidato a la presidencia de Madrid.
El éxito de la derecha en Madrid se ha convertido, paradójicamente, en la disculpa del socialismo español que, en estos días posteriores a los comicios, ha tratado de convencer a la opinión pública que, salvo Madrid, sus resultados han sido más que satisfactorios. Aún más, que, salvado el escollo de Madrid (de la manera que quieran salvarlo de ahora en adelante), el futuro electoral está asegurado para el PSOE. A esa estrategia responde seguramente el ridículo de hacer público el miércoles un sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas -hecho antes de los comicios locales-, según el cual el PSOE aventajaría al PP en tres puntos de cara a las próximas elecciones generales. El mensaje se repite una y otra vez y de uno y otro modo: el resultado ha sido malo en Madrid, pero las expectativas para las generales nos son favorables.
Es, a mi juicio, un mensaje falso, una suerte de artificial calmante para el nerviosismo que en el PSOE y en La Moncloa han producido los resultados del 27 de mayo. El éxito espectacular del PP se puede y se debe extender a Valencia (12% de diferencia), Murcia (23%), Castilla y León (10%), La Rioja (7%) y Ceuta y Melilla, en donde la distancia es casi cósmica. Añádanse otras Comunidades en las que los pactos de la izquierda o con partidos nacionalistas o regionalistas desplaza o podría desplazar (esta eventualidad más complicada ahora) al PP a pesar de ser la fuerza más votada. La diferencia del PP respecto al PSOE es más que considerable en Baleares (13%), Cantabria (19%), Galicia (10%) y Navarra (15%). Ha mejorado su situación, además, en Andalucía, Asturias, Castilla-La Mancha y Extremadura.
Así que, dando la vuelta al argumento del PSOE («todo bien salvo Madrid»), el PP podría decir que todo ha resultado magnífico salvo en Aragón, Canarias, Cataluña y el País Vasco. Es más, dando la vuelta a las cifras concretas que manejan los socialistas (150.000 votos más en el cómputo general, pero 515.000 en Madrid, así que...), el PP podría responder que los socialistas catalanes han obtenido 640.000 votos más que los populares en esa Comunidad, así que, realmente, sólo tienen un problema -importante, sin duda-, pero que no impediría, en esta hora, el triunfo general del PP. No se olvide tampoco que en las elecciones municipales hay aproximadamente un millón y medio de votos que van a candidaturas independientes, muchas de ellas en el ámbito de la derecha del electorado, que no concurren a las generales.
El PP, con más electorado
Sirva este pesado repaso para desmontar la disculpa socialista, porque su problema es sólo Madrid, sino una quiebra de la relación del PSOE con sus votantes: mantiene la base electoral de las últimas municipales pero ha perdido los apoyos añadidos conseguidos en las generales de 2004 que le llevaron de nuevo al Gobierno. La movilización solicitada para que el PP no ganara ha fracasado; es más, el electorado de los conservadores se ha ampliado. En las elecciones municipales tienen importancia, no hay duda, los candidatos de cada lugar y sus programas concretos, pero no se puede obviar el peso que, siempre pero más en esta ocasión, han tenido las candentes cuestiones de la actualidad nacional y el impulso de los líderes de los partidos. El PSOE quiere hacer ver que Ruiz-Gallardón ha ganado a Sebastián y Aguirre a Simancas, pero, siendo cierto, también lo es que Rajoy, en esta ocasión, ha ganado a Rodríguez Zapatero.
Nada es, ciertamente, definitivo y ahora se trata de ver cómo reaccionan los dos grandes partidos tras conocer esa gran encuesta de tendencias de voto que suponen las elecciones locales, en las que todos los españoles son consultados y, los que lo desean, votan realmente. Para el PSOE, Navarra se convierte en un importante test a fin de comprobar si el camino del partido se dirige hacia un programa socialdemócrata y razonable o hacia los acuerdos con nacionalistas tras la ensoñación de renovar el mal llamado «proceso de paz».
Pero no es menos interesante comprobar qué va a hacer ahora el PP. Parte de la primera posición en la carrera de las generales, pero necesita todavía un importante impulso para mantenerla y para mejorarla más allá de un hipotético triunfo ajustadísimo, que es lo que ofrece la traslación de los votos del pasado domingo. Como estoy convencido de que el resultado significa un éxito de Mariano Rajoy, es de suponer que, quienes estaban a la espera de sustituirle en vez de sucederle en su momento, se sientan ahora, incluso con la amplia sonrisa del triunfo en los labios, un tanto desanimados en lo que respecta a otras aspiraciones.
Un partido es una organización compleja, más compleja que democrática. Los cambios que implica un nuevo impulso, a pesar de contar con este triunfo electoral, no son fáciles y hay una tendencia a no causar problemas que a menudo se convierte en inmovilismo. En estas elecciones, el PP ha podido constatar, quizá, que el tono de algunos de sus líderes regionales da mejor resultado que el sector más alterado que rodea al líder y que ha permanecido en esta ocasión más oculto que antes. Puede ser una idea para comenzar, porque lo que es evidente es que estos laureles no sirven para dormir. Se ha equivocado Ruiz-Gallardón en reiterar su deseo de ir en las listas de Madrid al Congreso en un momento inoportuno para abrir públicamente el debate. Y se equivoca Rajoy si piensa, como dice, que cuenta con muchos como él. El camino puede estar entre esas dos
jueves, mayo 31, 2007
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