martes 29 de mayo de 2007
Nuevo horizonte para el PP
EL presidente del PP, Mariano Rajoy, expuso ayer los motivos por los que su partido está justificadamente satisfecho con los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del 27-M. En su recuento de datos favorables incluyó algunos que son inapelables por su objetividad: el PP ha ganado al PSOE en el cómputo nacional, tanto en escaños como en alcaldes; con menor participación que en 2003, el PP ha aumentado el número de votos absolutos, mientras el PSOE ha perdido en cuatro años más de 240.000; y, lo que es más importante para instalar un mensaje sencillo en la opinión pública, se trata de la primera victoria nacional del PP desde las elecciones generales de 2000. Los datos parciales tampoco son de menor entidad, porque el PP ha sido la fuerza más votada en la mayoría de las capitales, se mantiene en el País Vasco y Cataluña e incluso en Navarra y Baleares —a pesar de que puede no formar gobierno— aumenta el apoyo electoral recibido hace cuatro años, tanto en votos como en porcentaje. Evidentemente, el PP no puede ni debe ocultar que la posibilidad de perder el Gobierno foral de Navarra —el de Baleares es más factible que lo conserve— es un contratiempo, aunque también suponga una encrucijada para el PSOE, obligado a elegir entre favorecer una mayoría foralista o un Gobierno nacionalista.
Por otro lado, las arrolladoras victorias en Madrid y Valencia y el incremento de votos en los feudos del PSOE (Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha) son piezas decisivas de la nueva etapa que se abre tras el 27-M, cuya meta no es otra que recuperar el gobierno nacional. Para lograrlo, el PP ha alcanzado ya dos objetivos, casi psicológicos y muy importantes de cara a la opinión pública: ha superado definitivamente el lastre de la derrota electoral del 14 de marzo de 2004 y ha roto el mito de la imbatibilidad de Rodríguez Zapatero. A partir de estas premisas, el panorama político cambia de forma sustancial, porque el discurso socialista contra el PP —su soledad política, su actitud crispante, la derecha extrema y demás concesiones a la descalificación— se ha deshecho por la fuerza de los votos. De forma especial, la doble victoria histórica del PP en Madrid, tanto en la comunidad como en el ayuntamiento, golpea directamente la imagen política de Rodríguez Zapatero, comprometido personalmente como lo estaba con Miguel Sebastián y desautorizado en su política de obstrucción al Gobierno autonómico madrileño.
Las condiciones con las que Rajoy encara las elecciones de 2008 son muy favorables. En todo caso, mucho mejores que hace seis meses y totalmente decepcionantes para un PSOE que esperaba que el 27-M hubiera sido la puntilla para Mariano Rajoy y también a Alberto Ruiz-Gallardón, al que los socialistas han dedicado una campaña agresiva y turbia con la idea de socavar sus posibilidades futuras. Los socialistas han conseguido el efecto contrario.
Sin embargo, los populares cometerían un error de percepción si creyeran que el camino de vuelta a La Moncloa está despejado. El PSOE sigue teniendo un fuerte respaldo social, aunque la valoración de las políticas nacionales se muestra más fielmente en unas generales que en unas locales, argumento que también debe servir al PP como criterio de moderación en sus análisis postelectorales. El sistema proporcional le confirma al PP en la necesidad de optar siempre a mayorías absolutas y también en la conveniencia de abrir sus estrategias a pactos con otras fuerzas. Tales pactos son ahora, al menos teóricamente, más factibles que hace unos meses, porque el evidente revés que ha sufrido Zapatero puede ser el inicio de un declive general del PSOE que lleve a sus aliados minoritarios a revisar y, llegado el caso, a abandonar la política de «cordón sanitario» contra el PP. El presidente del PNV, Josu Jon Imaz, fue el primero en desmarcarse de cara al 2008 y anunciar su disposición a pactar con Rajoy si el PP ganara las elecciones generales.
Los populares tienen la ventaja de que deben definir una nueva estrategia política no para compensar una derrota electoral, sino para aprovechar al máximo todas las ventajas de una victoria clara como la del 27-M, que, además, es sintomática de una evidente progresión del PP, tan clara en el aumento del número de votos recibidos como en el incremento de la simpatía ciudadana. Este último factor es capital para un partido al que habitualmente se le reprocha su falta de sintonía con la sociedad, argumento que, desde el domingo, ha perdido su sentido.
El liderazgo de Rajoy también entra en una nueva fase. Una vez que su partido ha culminado un proceso de recuperación y consolidación tras la derrota de 2004, ahora llega el tiempo de su expansión estratégica, basada en la certeza de que su discurso de denuncia de las políticas de Zapatero ha calado en la opinión pública y de que en este momento debe reforzar su posición de partido integrador y cohesivo. Si en algo es ejemplar el nuevo presidente francés, Nicolas Sarkozy, es su capacidad para liderar un proyecto nacional, que requerirá también una correlativa incorporación de nuevos rostros y mensajes, como los que han sido refrendados el 27-M.
martes, mayo 29, 2007
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