jueves 31 de mayo de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Fin de un largo paréntesis
En alguna ocasión confesó Francisco Vázquez que su figura histórica predilecta era el general De Gaulle. Es curioso porque existe un notable paralelismo entre el fundador de la V República y el actual embajador ante la Santa Sede. Ambos asocian su nombre a un movimiento, forjan su leyenda en la resistencia, ejercen el poder de forma atípica, trascienden los límites de los partidos y finalmente ven cómo su ismo se fragmenta, sin sucesión posible.
Cambien Francia por A Coruña, y es como si la historia del gaullismo se repitiera a pequeña escala con el vazquismo. En un caso, el fermento es la ocupación extranjera, el patriotismo herido y el deseo compartido por muchos franceses de que su país fuese algo diferente, una especie de Estado travieso dotado de la famosa grandeur.
En el otro, el trauma de la capitalidad, el coruñesismo, el gusto por esa ciudad-Estado que miraba con recelo a la autonomía para desmarcarse a la menor ocasión. Ni Francia ni A Coruña eran el ombligo del mundo, pero la habilidad de los dos líderes consistió en hacerles ver lo contrario a sus ciudadanos, con una mezcla de hechos e ilusiones. Esa fascinación difuminó las divisiones partidarias tradicionales.
¿Era De Gaulle conservador? Sin duda. Ahora bien, ese conservadurismo tenía la suficiente elasticidad como para resultar atractivo para gran parte de la izquierda sociológica francesa. Con Vázquez ocurre lo contrario: el suyo es un PSOE ampliado que alquila parcelas de la derecha huérfana, del centrismo sin rumbo y, desde luego, del coruñesismo convencido de que la ciudad estaba sometida a un acoso.
Son dos fenómenos nacionalistas. Es paradójico, por cierto, que Paco y el nacionalismo gallego se hayan llevado tan mal, cuando entre ellos sólo había una diferencia de tamaño en cuanto a la nación idolatrada. Vázquez logra en A Coruña el sueño de cualquier nacionalista, que es agrupar en torno a un proyecto territorial a ciudadanos de ideologías diversas.
Pero ni De Gaulle, ni Vázquez tienen sucesión posible. Se pueden heredar muchas cosas, menos las situaciones que hicieron posible que creciera el carisma del líder. El gaullismo posterior a De Gaulle va quedando reducido a lo que tenía que haber sido siempre en una situación normal, y a Javier Losada le sucede otro tanto.
El vazquismo abre un largo paréntesis en la política local, en el que quedan en suspenso las circunstancias normales en un sistema de partidos. Ni la derecha socialmente existente coincide con la escuálida derecha política, ni el socialismo que cosecha mayorías absolutas se corresponde con una ciudad volcada hacia la izquierda.
Una vez que el paréntesis se cierra, las fuerzas que Paco amalgamó en su día se fragmentan y retornan a su sitio natural. No sólo es que el gran líder se vaya a su diplomático destino, sino que desaparece la tensión localista en la ciudad y aquella debilidad del PSOE gallego que permitía que los alcaldes con personalidad acusada se movieran a sus anchas. Ahora hay un alcalde de alcaldes llamado Touriño.
El fragmento más grande de aquel mosaico que Vázquez formó, el socialista, es el que le tocó administrar a Losada. Concejal arriba o abajo, esto es lo que le corresponde en la sociedad coruñesa de hoy, que es más o menos lo mismo que tenía antes de que el paréntesis se abriera. ¿Qué hubiera pasado de estar Vázquez presente en la contienda? Nadie lo sabe, y eso es el gran privilegio de los que pasan a la historia
miércoles, mayo 30, 2007
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