jueves, mayo 31, 2007

Naufragio del socialismo madrileño

viernes 1 de junio de 2007
Naufragio del socialismo madrileño
LA decisión de Miguel Sebastián de renunciar al acta de concejal y volver a la docencia universitaria demuestra que la derrota socialista en las elecciones locales del 27-M va a tener más recorrido que el que aparentaba el forzado consuelo del PSOE con cargo a los nuevos gobiernos municipales que habría ganado. La crisis provocada en el Partido Socialista de Madrid por la rotunda victoria de Ruiz-Gallardón en el ayuntamiento de la capital no es un hecho aislado, sino que se suma a problemas similares en la Comunidad Valenciana o en localidades muy emblemáticas del poder municipal socialista, como Alcobendas. La situación interna del PSOE se va agravando por días y revela que las organizaciones locales, tanto en Madrid como en Valencia, no han acatado las órdenes impartidas por Rodríguez Zapatero y José Blanco de aparcar las depuraciones hasta después de las elecciones generales.
La autoridad de la dirección nacional del PSOE está cuestionada de forma clara por una militancia que siente que la derrota sufrida no tiene paliativos y de la que culpa, en última instancia, bien a la falta de conocimiento de sus máximos dirigentes sobre la realidad interna del propio partido, bien a la falta de respeto por la opinión de los militantes y dirigentes locales. A todo esto contribuye la desaparición en los últimos días de los ministros del Gobierno y de destacados dirigentes socialistas, como José Blanco, a quien ahora se le recuerda aquel anuncio de que en la próxima legislatura abandonaría el protagonismo que tiene en la actualidad.
Es muy ilustrativo de cómo se encuentra el PSOE el hecho de que la primera derrota electoral haya descosido de tal manera las estructuras del partido en dos comunidades decisivas para cualquier aspiración de ganar las futuras elecciones generales. La facilidad con que han aflorado estas divergencias profundas con la dirección central y, en concreto, con Rodríguez Zapatero y José Blanco, revelan que hay un problema de fondo en la autoridad de su secretario general y presidente del Gobierno. En estas situaciones de crisis es cuando se nota el peso específico de un político dentro de su partido. Mariano Rajoy no sufrió un conflicto de esta envergadura tras la derrota electoral del 14-M, a pesar de que todo su partido estaba orientado para gestionar cuatros años más de gobierno y no de dura oposición. El PP ha respondido con cohesión interna y coherencia ideológica, recogiendo los buenos resultados del 27-M. En cambio, el PSOE se resiente del sentido accidental que ha marcado el acceso de Rodríguez Zapatero a sus puestos de responsabilidad. Fue nombrado secretario general de su partido como un cortafuegos de los socialistas periféricos frente a José Bono. Y llegó a La Moncloa tras una legítima victoria electoral, pero imprevista y en un contexto trágico de conmoción general, con su buena dosis de manipulación de los sentimientos ciudadanos en la jornada de reflexión previa al 14 de marzo de 2004.
Hay crisis en el PSOE, donde Zapatero empieza a perder pie, porque es un partido que no asimila bien la pérdida de poder y que gestiona con nervios las situaciones de incertidumbre. No sólo cabe recordar el lamentable episodio de la caída del candidato Josep Borrell, pese a ser elegido en primarias. Pascual Maragall, el primer presidente socialista de la Generalitat, no repitió como candidato a los tres años de ganar y acaba de renunciar a la presidencia del PSC. En Madrid, Rafael Simancas no será candidato en 2011 y su permanencia como secretario general de los socialistas madrileños aparenta ser un parche de corta duración. El abandono de Miguel Sebastián es la síntesis del fracaso personal de Rodríguez Zapatero en Madrid -el segundo que sufre en la capital, después de la derrota en 2003 de Trinidad Jiménez- y, por eso, las ondas expansivas de la insubordinación de las bases socialistas le afectan directamente, porque, en definitiva, Rodríguez Zapatero ya no es garantía de continuidad en el poder. Sin más aval que haber sido beneficiado por necesidades y acontecimientos ajenas, el presidente del Gobierno se enfrenta a una incipiente, pero nítida, pérdida de crédito en su propio partido.

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