jueves 31 de mayo de 2007
Apatía e ignorancia políticas
Ignacio San Miguel
E S como una enfermedad de pueblos rústicos o frívolos. Gran parte de la población renuncia a la política. No quieren asumir que ésta es cosa de todos, que todos estamos involucrados en ella, que debemos vigilar a los políticos, que tenemos que juzgar, que decidir. Existe una renuncia a pensar que las cosas puede que estén mal establecidas, que se hayan tomado decisiones equivocadas, que existan anormalidades que haya que subsanar. Creo que España se encuentra en esta situación, puesto que recientes encuestas nos enseñan que únicamente un diez o un doce por ciento de la población se interesa por la política. Ésta es una proporción muy pequeña, y tiene consecuencias adversas para la buena marcha de la nación, porque bien puede darse el caso de que a ésta le sea conveniente un cambio de gobierno con la aplicación consiguiente de otro programa, pero el pueblo no perciba esa necesidad debido a su desinterés por la política. Y este es el caso de España en mi opinión. Ha habido desviaciones graves en cuestiones fundamentales. Errores importantes que están meridianamente claros para el ciudadano medio que se toma el suficiente interés por los asuntos sociopolíticos. Puede mencionarse como inadmisible planteamiento, por torpe, anacrónico y puramente voluntarista, el remover los rescoldos prácticamente apagados de una guerra civil de hace setenta años, junto con la intención de plasmar su recuerdo en una ley de “memoria histórica”. Y todo ello por no querer admitir la Historia tal como sucedió y querer enmendarla según un criterio personal. Es sorprendente el desdén por el tiempo transcurrido, las generaciones de gentes que han sobrevenido, la aceptación masiva del desarrollo político de la Transición. No hace falta ser un erudito para darse cuenta de la equivocación que supone reavivar los pleitos de antaño. Otra anomalía ha supuesto el desarrollo de un proceso llamado “de paz” cuando el terrorismo estaba prácticamente vencido. Este extemporáneo deseo de congraciarse con los terroristas, dándoles ánimos y haciéndoles concesiones que les han fortalecido grandemente, ha resultado absurdo y contraproducente, y sólo se puede explicar por la querencia hacia la parte derrotada de la guerra civil, el Frente Popular, del cual estos terroristas serían como un residuo, los últimos luchadores antifranquistas. Absurdo. Se ha llegado al extremo de ofrecerles la oportunidad, mediante la cobertura de un partido que no ha sido ilegalizado, de volver a los Ayuntamientos de los que antes fueron expulsados por la Ley de Partidos La política autonómica está siendo otro dislate. ¿Qué necesidad había de estimular los deseos de los nacionalistas catalanes por redactar un nuevo Estatuto que, aún con las correcciones tenidas en el Congreso, supone que Cataluña es casi un Estado dentro de otro Estado, el español? Los Estatutos aprobados hace décadas funcionaban razonablemente bien, y no había justificación alguna para irlos cambiando, empezando por el catalán, que necesariamente había de servir de modelo. El motivo de todo esto nos remite de nuevo al deseo de retrotraernos a la II República y al Frente Popular. El resultado ha de ser la falta de armonía y solidaridad entre territorios, la invertebración definitiva de España. El ataque a la Iglesia católica y la moral tradicional (que se corresponde con la ley natural, no lo olvidemos), ha sido extraordinario. “Matrimonio” de homosexuales con derecho a adopción, divorcio exprés, manipulación de embriones, cambio de género a voluntad, han ido legalizándose en rápida sucesión, convirtiendo a España en el país más relajado y permisivo no sólo de Europa, sino del mundo. Y la asignatura Educación para la Ciudadanía, un verdadero detrito, pretende educar a las nuevas generaciones en estos contravalores y degeneraciones. Y se exige tolerancia, mucha tolerancia (con los contravalores y las degeneraciones, naturalmente). La política internacional ha sido igualmente singular. Nos indisponemos con Estados Unidos de forma gratuita y nos echamos en brazos de regímenes revolucionarios (siempre la querencia revolucionaria) como los de Venezuela, Bolivia y Cuba, sentando plaza internacional de país poco serio, poco de fiar. No es que disintamos de la política norteamericana, sino que nos alejamos de la tónica general de los países europeos. Estos cinco aspectos fundamentales en los que se observa una clarísima desviación del rumbo que llevaba España, el cual podría considerarse como normal, deberían ser percibidos claramente por los ciudadanos como lo que son: anomalías. Existen votantes muy fieles al Partido Popular, y lo mismo ocurre con el Partido Socialista. Contentos o no con su partido, siempre lo votarán. Luego están los no partidistas, susceptibles de fluctuar con su voto. Se dice que son entre uno y tres millones de electores. Como entre ellos regirá el porcentaje de interesados en la política arriba mencionado, tendremos que un noventa por ciento de ellos no considerará con la seriedad que merecen los cinco aspectos citados de la acción gubernamental, no se sentirá emocionalmente concernido por ellos, y se dejará guiar por estímulos triviales de la televisión, como la buena presencia del presidente, sus palabras conciliadoras, titulares que leerá al vuelo en los periódicos, etcétera, sugestiones la mayoría de ellas favorables al Gobierno. No habrá un cambio importante en el voto de este sector y el reemplazo del equipo gubernamental no se dará. Es el lastre de un pueblo cansino y apático en lo político. Las elecciones celebradas hace escasos días no cambian el diagnóstico, más bien lo confirman, pues si bien el Partido Socialista ha sufrido algún desgaste, la gravedad de los cambios introducidos en los diversos aspectos sociopolíticos, hubiera provocado un retroceso mucho más acusado en el supuesto de contar con una electorado con suficiente conciencia de lo que es grave y lo que no lo es. Lo que significa que en las próximas elecciones generales es probable que no se produzcan grandes cambios y persistamos en la continuidad de lo indeseable.
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