jueves 31 de mayo de 2007
El electorado empieza a decidir
José Meléndez
Q UE el Partido Popular ha ganado las elecciones municipales del 27M es una verdad incuestionable que deja sin argumentos el tradicional y mentiroso ejercicio voluntarista de cada contienda electoral en la que todos afirman haber ganado. Rodríguez Zapatero quiso imprimir desde el primer momento a estos comicios un carácter de primarias con vistas a las próximas elecciones generales, empeño en el que le siguió Mariano Rajoy, como no podía ser menos, y siguiendo esta premisa hay que cribar los resultados que se han producido de su verdadera condición local y regional de elecciones municipales y autonómicas –en los que si pueda haber interpretaciones diferentes, aunque siempre inquietantes para el PSOE- para dejar la realidad de la tendencia del electorado en su dimensión nacional.. Y esta dimensión nos dice que a nivel nacional el Partido Popular ha sacado al PSOE 160.000 votos de diferencia, dando un vuelco a los 110.000 que sacaron los socialistas en las anteriores municipales del 2.003, triunfo del que tanto alardearon y que fue el anuncio de la posterior derrota electoral de José María Aznar. No existe en la democracia moderna el antecedente de un gobierno que en poco más de tres años de gestión dilapide un caudal de votos como el que logró Zapatero al rebufo de la guerra de Irak y de la tragedia del 11M. Podría decirse que Mariano Rajoy ha ganado estas elecciones y Zapatero ha perdido la guerra de Irak, porque ya no le servirá de espantapájaros para asustar a la gente. Pero Zapatero ha perdido algo más que esa guerra que tuvo a Aznar como víctima colateral: ha perdido la batalla de Madrid y la de Valencia y ha comprobado como sus huestes se han visto empujadas por la amenaza creciente del voto popular en sus feudos mas tradicionales como Andalucía, Extremadura o Castilla la Mancha; ha visto como muchos de sus votantes se han abstenido, como ha ocurrido en Cataluña, donde la abstención ha sido clamorosa, pasando factura tanto a los socialistas como a la línea irregular y vacilante de los nacionalistas de Convergencia i Unió y el retroceso de Esquerra Republicana ha sido notorio, Y si la prueba aritmética es contundente, las explicaciones de los dirigentes socialistas tratando de convertir la derrota en victoria son lamentables. El inefable Pepiño Blanco nos contó en la noche electoral el cuento de la lechera, argumentando que esa diferencia de votos se debía al triunfo popular en Madrid, porque si no se hubiera producido el PSOE habría ganado por 250.000 votos, como si los votos madrileños pertenecieran a otra galaxia o los madrileños hubieran votado a una entelequia. Y anunciaba que el PSOE ha conseguido más concejales que el PP, olvidando que el PP le ha sacado al PSOE más de 600.000 votos en las grandes capitales y mas alcaldes en todo el territorio nacional. Y al día siguiente el mismísimo Zapatero expresó su satisfacción porque “han ganado todos, en una demostración de las ventajas de la democracia” Hay que tener moral y desvergüenza para decir eso un presidente de gobierno y líder de uno de los dos grandes partidos políticos españoles. La lectura de estas elecciones es clara: el electorado comienza a reaccionar ante la forma en que viene siendo gobernado hasta ahora. La desintegración del modelo territorial de España, con una chalanera y oscura negociación del estatuto de Cataluña, cuyas consecuencias harán que Pedro Solbes, gran economista y posiblemente el único ministro sensato del gobierno, se vaya antes de verse obligado a firmar unos presupuestos generales lesivos para el resto de las autonomías y para la economía española; la negativa a ilegializar a las “nekanes” vascas y, posteriormente, al partido fantasma, tapadera de ETA, ANV; los rizos legales para que Arnaldo Otegui no vaya a la cárcel; el caso De Juana Chaos y la conversión de la política antiterrorista en política de cesiones a ETA, son realidades que los españoles, por encima de ideologías y lealtades a partidos, comienzan a ver en toda su peligrosa dimensión. Es un hecho cierto que el PSOE, como el PP y no digamos los pequeños partidos nacionalistas radicales, tienen una clientela segura que anteponen su lealtad partidista a cualquier otra consideración, como los seguidores fanáticos de los equipos de fútbol, pero existe una gran masa no contaminada de partidismo hasta ese grado, que es la que ha empezado a emerger en estos comicios. Zapatero, fiel a su estilo personal y presidencialista, ha tomado sus decisiones sin escuchar consejos contrarios y se ha equivocado en todas. Sus apuestas personales en estos comicios, como Miguel Sebastián para la alcaldía de Madrid o Carmen Alboch para la de Valencia, han fracasado estrepitosamente. Después del tremendo varapalo sufrido, tanto el uno como la otra son ya cadáveres políticos que arrastran en su caída el prestigio de su valedor. Y su reiterado discurso electoral contra la corrupción urbanística –como un Simancas cualquiera-, mantenido en contra de los consejos de su propio entorno, no ha hecho mella en el PP porque venía del líder de un partido que tiene que soportar el baldón de Ciempozuelos, de Marbella, de Ibiza y de tantos otros lugares donde la corrupción de ediles socialistas ha contaminado a su partido. Y el objetivo estrella de la política de Zapatero, secundado con sumisión y perseverancia a lo largo de todo lo que va de legislatura por sus portavoces y guardias pretorianos, de aislar al PP con el “cordón sanitario” alrededor de su pretendida soledad, ha caído por tierra a golpes de votos en las urnas. Y han sido las urnas las que han hablado para demostrar la fragilidad de los aliados circunstanciales y pedigüeños del PSOE, porque el PNV vasco, CiU y los nacionalistas radicales han pagado en sus carnes su adhesión a un proyecto que se está demostrando fallido. Precisamente estas amistades peligrosas plantean ahora a Zapatero un grave problema en Navarra, donde tiene que elegir entre dejar a la Unión del Pueblo Navarro, que es el PP navarro, que gobierne en minoría o entregar la comunidad foral a los nacionalistas anticonstitucionales cuyo último fin es unirla a la entelequia de “Euskalherría” que es lo que viene pretendiendo ETA a fuerza de derramar sangre. El dirigente socialista navarro Fernando Puras, que sí conoce la realidad de su región, se debate entre la lógica y las presiones de la Moncloa. Si se apoya en la coalición Nafarroa Bai (donde están Aralar, un partido escindido de Batasuna, pero con los mismos objetivos anticonstitucionales e independientistas, que preside el ex batasuno Patxi Zabaleta, el PNV vasco, Eusko Alkartasuna y Bazcarra Este, (un grupo nacionalista radical) sería abrir la puerta a la desaparición del régimen foral navarro y a una futura integración en el País Vasco y si llega a algún tipo de acuerdo con la Unión del Pueblo Navarro, el partido mas votado, habrá convertido Navarra en la tumba política de las aspiraciones de Zapatero. Además, Nafarroa Bai exige para llegar a un acuerdo, en el mas puro estilo nacionalista, la alcaldía de Pamplona que es imposible de conseguir si no es con la colaboración de los dos concejales que ha logrado allí la ANV, con la que el gobierno alardea de no querer pactos. En esta encrucijada pueden naufragar todos los esfuerzos de Zapatero por convertirse en “príncipe de la paz” a costa de lo que sea. Ahora, la incógnita está en cómo manejará Rajoy la nueva situación. Estas elecciones le han mostrado claramente el camino a seguir. El PP tiene líderes nuevos, que ya estaban ahí y ahora han aparecido con fuerza arrolladora, como Alberto Ruiz Gallardón, Esperanza Aguirre –que ha ganado todas las elecciones que ha disputado- Francisco Camps y Rita Barberá. Estos primeros espadas de la política de centro derecha encabezan un grupo de jóvenes valores que hasta ahora han estado en un segundo plano, pero que se perfilan como los sucesores de los que todavía sienten el peso de la derrota del 14M. Precisamente el gran mérito de Rajoy es que, tras tres años amargos, en los que ha tenido que soportar un lastre indeseable, ha sabido cohesionar y sacar a flote a un partido que, por fin, ha podido olvidarse del 11M, del 14M y de los sambenitos de conspiración que los socialistas y sus terminales mediáticas le han ido colgando día a día. Y la mejor prueba de ello está en los resultados del domingo 27, que representan la primera victoria electoral de los populares en siete años. El PP ha venido luchando desde que perdió las últimas elecciones generales contra el bien orquestado coro que repetía el estribillo de su aislamiento y de su incapacidad para lograr pactos, poniendo como meta imposible que su supuesta victoria electoral tendría que ser por mayoría absoluta si quería gobernar. La política de Rajoy de ahora en adelante es tratar de demostrar que eso no es cierto. Tiene para ello no solamente el apoyo del electorado que ahora se le muestra, sino el cambio de actitud de potenciales aliados porque los pactos entre formaciones políticas están determinados por las ventajas que puedan obtener los pactantes. El presidente del PNV, Josu Jon Imaz, hace ya meses que ha reconocido una cierta disposición a pactar con el PP si así lo requieren los resultados de las próximas elecciones. Y en la CiU catalana, que no ha salido bien parada de sus acuerdos con Zapatero, hay indicios de que está ocurriendo lo mismo. El PP ya ha tenido pactos de gobierno con CiU, el PNV y Coalición Canaria en la primera legislatura de Aznar y en ese sentido debe trabajar ahora Mariano Rajoy. El PP tiene anunciado su Congreso para el próximo octubre, en el cual los planes son el relevo de cargos y la redacción de su nueva línea programática con vistas a las elecciones generales. Lo más probable es que dicho Congreso tenga que aplazarse porque las generales tienen todos los visos de celebrarse en ese mes. Por lo tanto, Rajoy habrá de orientar sus objetivos desde ahora mismo, con la firmeza que se le ha negado, pero que indudablemente tiene, a fin de presentar a la ciudadanía un partido homogéneo, consolidado, que sabe sintonizar con la gente y ofrecerse como alternativa con soluciones a sus problemas cotidianos y con una línea coherente y clara. La tarea no es fácil, pero el primer paso está ya dado y eso es lo que espera la gente, harta de discursos grandilocuentes que tratan de encubrir y disimilar intenciones oscuras que sistemáticamente se han venido ocultando a los electores. Los resultados del 27M han demostrado la validez de un principio que es el máximo exponente de la democracia: por encima del juego político, con sus manejos limpios o sucios, está la verdad incuestionable de que el electorado es el que tiene la última palabra.
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