jueves 31 de mayo de 2007
Elecciones bajo presión
FRANCISCO J. LLERA RAMO /CATEDRÁTICO DE CIENCIA POLÍTICA DE LA UPV-EHU Y DIRECTOR DEL EUSKOBARÓMETRO
Los ciudadanos vascos hemos ido a las urnas en más de una veintena de ocasiones en los últimos treinta años y ésta ha sido la octava oportunidad que hemos tenido para manifestar nuestras preferencias políticas para la gestión municipal y foral. Porque esto era lo que, formalmente, se dirimía. Sin embargo, una vez más y con síntomas de fatiga política, han sido elecciones vividas en un contexto de excepción por las presiones causadas por los violentos antisistema, por su exceso de protagonismo y por la tensión o polarización política, que los dos grandes partidos nacionales proyectan sobre la sociedad a causa de su confrontación 'urbi et orbi' en torno a la política antiterrorista, aunque no exclusivamente. Es importante recordar esta patología, que no circunstancia, porque puede parecer que en Euskadi la competición es normal o que toda la ciudadanía vasca ya está perfectamente acostumbrada y adaptada a la intimidación, al odio (cada vez parece haber menos adversarios y más enemigos), al fuego cruzado de la polarización descalificadora, a tener que decidir cada día qué es lo que somos o debemos hacer con nuestra identidad, al río revuelto y al todo vale. Pues no, además de las desigualdades o desventajas que podamos encontrar en cualquier sociedad desarrollada, en ésta una parte muy importante tiene que soportar una merma significativa de libertad de expresión, de opción, de competición y, por lo tanto, de representación. Conviene recordar, antes de hacer cualquier análisis aritmético-político, que aquí la competición política sigue produciéndose, después de treinta años, en una ciudadanía asimétricamente constituida y que esto condiciona gravemente la calidad de nuestra democracia representativa local y territorial.Por mucho que la campaña y la competición partidista hayan estado condicionadas por la patología violenta con su control social férreo y por la polarización de la política nacional en torno a este asunto, hay que huir de cualquier tentación simplificadora y no se debe perder de vista que en estos comicios se elegían los alcaldes de nuestros 251 municipios, con sus 2.597 concejales, así como los diputados generales y los 153 junteros de nuestras instituciones forales. Son elecciones, por tanto, donde cuentan mucho los candidatos, los pros y contras de la gestión local y territorial, los balances del gobierno municipal de turno y la solidez de una oposición que quiere ser alternativa, la implantación y visibilidad partidista a nivel local, las tensiones propias de las coaliciones o los ajustes de cuentas en el interior de los partidos, entre otras. En esta ocasión, a la reaparición de la vieja marca abertzale antisistema, reconvertida en bandera de conveniencia para buena parte de los feudos de la ilegalizada Batasuna, hay que añadir la ruptura de la coalición PNV-EA, con la tensión consiguiente en los segundos, la fractura interna del PNV, acrecentada por el escándalo de la Hacienda de Irun, la toma de posiciones de la nueva coalición EB-Aralar ante una eventual recomposición de la izquierda nacionalista. Todo ello contribuye a una fragmentación interna importante del nacionalismo, que se refleja con claridad en el resultado electoral. Pero también se produce un ajuste de cuentas significativo entre las dos grandes opciones nacionales en torno a la estrategia contra la violencia y, sólo en segundo plano, respecto de la gestión de ayuntamientos importantes, como Vitoria, o la Diputación Foral de Álava, por ejemplo. No se puede perder de vista que estamos ante unas elecciones locales y territoriales en pleno ciclo de la alternancia socialista iniciado hace tres años y, por lo tanto, deberá tener reflejo y proyectarse sobre el poder local. Pero, al mismo tiempo, también estamos ante un nuevo tiempo, que se abre con dificultad en la política autonómica, y que se caracteriza por el cierre del ciclo abierto por Ibarretxe tras Lizarra. El avance de este último sólo se podrá comprobar si concluye en una nueva estrategia de alianzas entre el PNV y el PSE-EE para dotar, como mínimo, de estabilidad y mayor rendimiento institucional a la mayor parte de nuestros gobiernos locales y territoriales.Si tomamos como referencia las cuatro elecciones habidas desde las anteriores locales y forales de 2003, las del domingo 27 con el 60% de participación (entre el 64 % de Álava y el 58% de Guipúzcoa) han sido las menos movilizadoras de este ciclo (unos 10 puntos menos que hace cuatro años, 16 menos que las legislativas y casi 8 menos que las autonómicas), situándose alrededor de 4 puntos por debajo de la media nacional, cuando hace cuatro años estuvimos casi dos puntos por encima. A falta de un análisis más pormenorizado y riguroso y a la vista del comportamiento diferencial de los distintos electorados, parece que hay un efecto fatiga o desgaste, que ha afectado, en mayor medida, al nacionalismo institucional y al electorado popular y sus políticas respectivas.El nacionalismo en su conjunto no sólo se fragmenta en cuatro opciones, sino que pierde capacidad de movilización y buena parte de su poder institucional, con un retroceso generalizado. A pesar de lo cual, el PNV sigue manteniendo su hegemonía con alrededor de un tercio de los votos, el control del Ayuntamiento de Bilbao y la Diputación Foral de Vizcaya, así como más de la mitad de los ayuntamientos, casi el 40% de las concejalías y algo más de un tercio de los junteros. Frente a estos retrocesos en el nacionalismo democrático, el nacionalismo antisistema se muestra reactivo y movilizador de casi todos sus efectivos en torno a ANV o el voto nulo (que se puede estimar entre unos 140.000 y 145.000 electores, muy similar al resultado obtenido por EH en las autonómicas de 2001 y ligeramente por debajo del apoyo a EHAK en las últimas), lo que le permite volver de forma muy poco significativa a las instituciones forales de Álava y Vizcaya, pero, sobre todo, recuperar el control, casi omnímodo, de buena parte de sus feudos locales tradicionales (con sus mayorías en 31 municipios y sus 337 concejales). La otra línea de competición PSE-EE/PP se salda con clara ventaja para el primero (los dos puntos que les separaban hace cuatro años se han convertido en nueve en esta ocasión), a diferencia de lo ocurrido en el conjunto nacional. Para explicar esta evolución no basta, por tanto, una pauta ya consolidada de ventaja relativa del socialismo en las elecciones locales vascas, sino también un comportamiento de mayor tensión movilizadora de éste último en este momento. Es cierto que, en parte por la inercia del ciclo socialista en el Gobierno de la nación, pero también por la política de moderación y cambio de alianzas que los actuales dirigentes locales del socialismo vasco promueven, que contrasta con el desgaste relativo que la política de firmeza o dureza del PP sufre en el País Vasco.En este pequeño país los cambios electorales no suelen ser muy llamativos, pero dada la complejidad institucional y partidista de nuestro sistema político, los pequeños cambios electorales pueden tener repercusiones políticas e institucionales en términos de políticas y de alianzas. Si ya las elecciones autonómicas de hace un año apuntaban claramente a un cambio de ciclo, las del domingo 27 ratifican esa tendencia y deberían hacer reflexionar a los tres grandes partidos democráticos del país para dar un giro a sus políticas y al rumbo político del propio país. ¿Tan difícil es conseguir un acuerdo estratégico de mínimos para encarar definitivamente el ciclo final de la violencia y el pleno arraigo del pluralismo democrático? A veces, la ceguera instrumental de los intereses partidistas nos hace olvidar que éste, más que un objetivo político, es un imperativo moral al que no se puede renunciar o postergar por más tiempo sin consecuencias serias para todos
miércoles, mayo 30, 2007
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