martes, mayo 29, 2007

PSOE, fracaso sin paliativos

martes 29 de mayo de 2007
PSOE, fracaso sin paliativos
CADA uno es muy libre de buscar consuelo como prefiera, pero es evidente que el PSOE ha sido el gran perdedor en las elecciones del domingo. En democracia, lo que cuentan son los votos: los socialistas obtuvieron en 2003 124.000 sufragios más que el PP, y ahora se sitúan casi 160.000 por detrás. De nada sirve apelar al número de concejales, ni siquiera a los pactos postelectorales que ayuden a minimizar los daños o incluso a obtener algún premio inmerecido. Rodríguez Zapatero se equivocó al plantear estas elecciones como unas «primarias». Pierde buena parte de la confianza depositada en él por los ciudadanos en las dramáticas circunstancias del 14-M y contribuye a reforzar la moral de su adversario después de una legislatura orientada, sin pudor alguno, a buscar el aislamiento de los populares. La falacia de la «derecha extrema» aplicada al PP pasa factura al presidente del Gobierno, porque no tiene sentido acusar al partido más votado de España de situarse en los márgenes del sistema. Una vez más, Zapatero ha reaccionado mal ante la adversidad, ya que fue incapaz de dar la talla en la noche electoral para asumir los resultados en una campaña en la que ejerció un protagonismo absorbente. Al menos debería levantar el ánimo de los suyos y hacerse cargo del fracaso estrepitoso de su amigo Miguel Sebastián, una apuesta personal que impuso sin contemplaciones a un desconcertado socialismo madrileño. Mientras Fernández de la Vega echaba balones fuera, Blanco demostró una vez más su limitado sentido de la oportunidad, al culpar a la capital de la derrota socialista y asegurar con énfasis inadecuado que «Madrid no es España».
Si Zapatero es capaz de reflexionar en serio, será consciente de que ha sido víctima de un problema creado por él mismo. La ausencia de política nacional, de sentido de Estado y de un proyecto común para todos los españoles pasa una factura todavía limitada, pero sin duda evidente. La deriva errática del mal llamado «proceso» vasco, la vuelta de ETA a las instituciones, los paseos de De Juana y la ambigüedad calculada sobre Navarra son factores que apuntan todos en la misma dirección. Millones de ciudadanos, incluidos muchos de ideología socialista, no están dispuestos a contemplar pasivamente el atropello de los principios constitucionales de unidad, autonomía y solidaridad. Así se explica —lisa y llanamente— la caída del PSOE ante un PP que, con más o menos acierto estratégico, ha sabido mantener sin fisuras la idea de la nación española frente a la irresponsabilidad de Zapatero para defender la España constitucional de unos enemigos que no se esconden. El caso de Navarra se convierte ahora en el punto de encuentro de todas sus contradicciones. Una nueva huida hacia delante, incluyendo pactos con un nacionalismo que reclama gestos inequívocos, podría tener en el resto de España un coste electoral inasumible. A la inversa, si mantiene el sentido común en los confusos tiempos que se avecinan en la comunidad foral, el Gobierno tendría que dar por liquidado el sedicente «proceso» que puso en marcha sin saber adónde quería llegar. Vista la gravedad de la situación, buscar consuelo en Baleares —donde todavía queda mucho por negociar— o en el resultado alcanzado en Canarias por López Aguilar no pasa de ser un ejercicio de voluntarismo. Lo mismo ocurre con la eventual recuperación de algunas alcaldías hasta ahora en manos del PP gracias a acuerdos con otras fuerzas políticas que, en algunos casos, desvirtúan la voluntad de los ciudadanos e invitan a considerar a fondo la propuesta de Rajoy para que gobierne la lista más votada, una propuesta formulada —no se olvide— mucho antes de conocer los resultados. La paliza propinada en Madrid y en Valencia a los candidatos socialistas al ayuntamiento y a la comunidad autónoma es fiel reflejo de una política que ha perdido el sentido común, enfrascada en estrategias de corto alcance y siempre a la búsqueda del favor de partidos antisistema, como ERC y algunos otros. En Cataluña, mientras el estatuto aguarda su turno ante el TC, los socios del PSC reciben un fuerte varapalo en el marco de una abstención preocupante. Queda por saber si Zapatero tiene tiempo y voluntad para rectificar o prefiere ponerse de nuevo al frente de la manifestación y despertar el fantasma de Irak, a ver si sirve de algo.

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