miércoles, mayo 30, 2007

Jose Luis Restan, Basta de silencio

jueves 31 de mayo de 2007
LA ODISEA DE LOS CRISTIANOS EN IRAK
Basta de silencio
Por José Luis Restán
El pasado 6 de mayo, el Patriarca de los Caldeos Emmanuel III Delly, lanzó desde la iglesia de Mar Qardagh, en Irbil, una dramática petición de auxilio al Gobierno de Bagdad y a la comunidad internacional, para que frenen la terrible sangría que sufre la población cristiana de Irak, antaño una comunidad robusta y floreciente que gozaba de una cierta tolerancia, al menos en comparación con las situaciones de otros cristianos en países de mayoría musulmana.
El grito del Patriarca trata de romper la espesa cortina de silencio que rodea a esta "tragedia dentro de la tragedia" que sufren los cristianos de la antigua Mesopotamia. Para ello el jefe de la comunidad caldea, la más numerosa de las confesiones cristianas de Irak, eligió significativamente una ciudad del Kurdistán. No en vano esa región se ha convertido en una especie de "zona segura" para los cristianos, por lo que se han desplazado allí instituciones esenciales como el Seminario caldeo y el Colegio Babel, cuya existencia en Bagdad se había vuelto sencillamente insoportable.
"Los cristianos son asesinados y sacados de sus casas, ante la mirada de quienes son responsables de su seguridad", ha tronado el Patriarca Delly, prestando su voz al rosario de interminables denuncias que llegan desde todos los puntos del país. Como respuesta a esa petición y a las duras críticas formuladas, el gobierno iraquí prometió el pasado 24 de mayo que ofrecería protección a las familias cristianas amenazadas por los islamistas, pero nadie se hace ilusiones.
Evidentemente toda la población iraquí sufre la demencia del terrorismo en sus carnes, pero en el caso de las poblaciones cristianas se trata de una verdadera "caza del hombre" organizada contra ellas con vistas a su absorción o eliminación física. A los atentados contra las iglesias se suman los secuestros de sacerdotes (seis se encuentran actualmente en esa situación) y las extorsiones de todo tipo a las familias, a las que se exige entregar al menos una hija, para que sea desposada por un musulmán. También se prohíben (siempre con la amenaza latente de la violencia) la visibilidad de los signos cristianos: fuera las cruces de las cúpulas y fachadas de las iglesias, pero también fuera de los cuellos, so pena de sufrir las iras de estos guardianes de la pureza islámica.
Por si esto fuera poco, en el barrio de Dora, en Bagdad, donde los cristianos eran tradicionalmente mayoría, los grupos islamistas han impuesto de facto la jiza, un tributo que históricamente imponían los musulmanes a las minorías cristiana y hebrea como signo de sumisión. La tasa fijada se sitúa entre 150 y 200 dólares al año, cantidad que necesita mensualmente una familia para sobrevivir. Pero esta asfixiante situación no afecta sólo a la capital, de la que según fuentes de Asia News ya han salido la mitad de los cristianos que vivían allí antes del estallido de la violencia, sino también a la ciudad sureña de Basora y a Mosul, en cuya región se encuentran algunas de las huellas más antiguas del cristianismo.
Ante la incapacidad de frenar esta espiral sectaria que cuenta con el apoyo tácito de no pocos imanes (algunos predican que asesinar cristianos no es pecado), hay quien propone como solución crear una provincia cristiana, en el fondo una especie de reserva india donde recoger a la población cristiana para protegerla con mayores garantías. Pero el Patriarca Delly ha recordado que los cristianos viven desde siempre en Irak, y siempre han contribuido al desarrollo del país junto a sus hermanos musulmanes, al tiempo que exigía al Gobierno el respeto de cuanto señala la nueva Constitución, que tantas esperanzas había hecho concebir. Pero como ha denunciado otra autoridad cristiana relevante, el Patriarca asirio Gregorios Ibrahim, "está en marcha un plan violento para cambiar la estructura social del país".
Y el hecho incontestable es que, fruto de la irrefrenable violencia, del millón y medio de cristianos que vivían el año 2000 en Irak apenas medio millón permanece en el país. El resto se ha desparramado por Siria, Jordania, Líbano y Egipto, en condiciones penosas en la mayoría de los casos. Se trata de un éxodo profundamente doloroso, para el que no se vislumbra esperanza alguna de solución a corto plazo. En la geoestrategia de las potencias occidentales, la "pequeña" comunidad cristiana de Irak apenas es un resto a despreciar; para la mayoría de los gobiernos árabes (incluso los que se tildan de moderados), es poco más que una anomalía de la historia, tal vez como la que suponían los armenios en el corazón del imperio otomano o la que aún representan hoy los maronitas en el martirizado Líbano. Corren malos tiempos para los cristianos del Medio Oriente, y con ellos puede esfumarse, además, la esperanza de un futuro de libertad y armonía para toda la región.

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