lunes, marzo 05, 2007

Manuel de Prada, Sin fe, ni fu ni fa

lunes 5 de marzo de 2007
Sin fe, ni fu ni fa

Por Juan Manuel de Prada
CON este calambur titulaba Fernando Savater, quizá el más formidable polemista contemporáneo, un artículo aparecido como es lógico en «El País» (1-III-2007) en el que proclamaba la «evidente impropiedad de mantener una asignatura confesional en la enseñanza pública». En dicho artículo, Savater citaba otro mío, aparecido como es lógico en este periódico. Naturalmente, Savater no comulgaba con mis argumentos, reconociendo sin embargo que le parecían razonables, aunque mi «punto de vista» se le antojase «inquietante» o problemático, por contarse él entre quienes desean «una educación pública digna de tal nombre y por tanto inevitablemente laica». Usando del mismo respeto que Fernando Savater empleaba, diré que también sus razonamientos me parecen coherentes desde su perspectiva; es, precisamente, la perspectiva desde la que los pronuncia la que me suscita hondas inquietudes.
Y es que la educación que Savater postula es, simple y llanamente, inconstitucional. Pues lo que Savater defendía en aquel artículo -aunque se cuidara de expresarlo descarnadamente- es la derogación de los artículos 16.3 (donde, al amparo de la libertad religiosa y de culto, se establece que los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán relaciones de cooperación con la Iglesia católica) y 27.3 (donde se obliga a los poderes públicos a garantizar el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que este de acuerdo con sus propias convicciones) de la Constitución.
Savater, pues, propone un cambio de régimen jurídico que restrinja los derechos de los individuos y que permita a los poderes públicos arrogarse facultades que la Constitución reconoce como propias de los padres. Esta concepción estatalista y radicalmente inconstitucional de la educación que Savater defiende adolece, sin embargo, de cierta inconsistencia jurídica, manifiesta no sólo en la omisión de los preceptos constitucionales que propone derogar, sino también en las menciones erróneas que hace al acuerdo sobre materia educativa que en 1979 suscribieron el Estado español y la Santa Sede. Afirma Savater en pleno desmelene que dicho acuerdo es «una herencia de la época franquista» y que su vigencia sólo se extendía a tres años. Ignoro de dónde se ha sacado Savater tan estrafalario plazo conclusivo, pero lo invito a leer el acuerdo, para que pueda comprobar que en modo alguno le corresponde la herencia que le atribuye; por el contrario, está redactado desde el respeto más escrupuloso a la libertad de conciencia y al orden constitucional. Orden que, al parecer, Savater juzga periclitado.
Otro extremo de su artículo que quisiera rebatir es aquel que caracteriza la asignatura de religión como una paparrucha que «no está relacionada con el conocimiento, sino con la devoción». Savater, a quien tanto le gusta jugar y juzgar a un tiempo, se explaya aquí, introduciendo bromas muy ingeniosas que no replicaremos por falta de espacio con otras bromas igual de ingeniosas sobre la educación que él postula. Pero lo que nos interesa es refutar esa imagen tendenciosa y caricaturesca que Savater propone sobre la asignatura de religión, tal vez inspirada por haber sufrido en su infancia como profesor de dicha disciplina a algún epígono de fray Gerundio de Campazas. Para Savater la religión no debe tener hueco en las aulas, por no tratarse de una disciplina «científica»; los interrogantes de la religión -que son los interrogantes propiamente humanos- no tienen para Savater lugar en el espacio de la razón común descrita por la ciencia. Sobre esta aversión contra los interrogantes fundamentales de la razón que Savater muestra en su artículo, tan característica del Occidente contemporáneo, ya nos alertaba Platón. Después de haberse referido a muchas opiniones filosóficas erróneas, Sócrates se dirige a Fedón y le dice: «Podría ocurrir que alguien a quien molestaran todas estas opiniones erróneas despreciara de por vida y se burlara de toda conversación sobre el ser; pero de esta forma renunciaría a la verdad de la existencia y sufriría una gran pérdida». Pues eso.
JUAN MANUEL DE PRADA

No hay comentarios: