miércoles, marzo 28, 2007

Del Ulster a Quebec

miercoles 28 de marzo de 2007
Del Ulster a Quebec
EN los últimos días se han producido dos acontecimientos remarcables en ambos lados del Atlántico. Por un lado, en Irlanda del Norte se ha llegado por fin a un acuerdo entre los dos extremos de la vida política local -los «lealistas» y los republicanos- para compartir un gobierno autonómico que deberá entrar en funciones en mayo. En la otra orilla del océano, en las elecciones de la región de Quebec, los ciudadanos han dado la espalda sonoramente a los partidarios de la independencia y los han relegado al último lugar de sus preferencias. Aparentemente, en ambos hechos se diría que hay pocas cosas en común, pero lo cierto es que tanto uno como otro marcan un rumbo hacia la normalización de una excepcionalidad que hasta ahora se creía que sería más o menos permanente y muestran que puede haber una fórmula constructiva y aceptada por una mayoría que no pase necesariamente por definiciones traumáticas, independentistas o de ruptura. Al contrario de lo que sostienen constantemente los que promueven esos procesos disgregadores, lo que se ha visto en Quebec y en el Ulster demuestra que la evolución de las sociedades modernas no es siempre unidireccional.
En la provincia francófona de Quebec, el último referéndum sobre la independencia se realizó hace doce años y se mantuvo la unidad de Canadá por un escaso uno por ciento de los votos. Este fin de semana, y después de varios periodos de gobierno de los llamados «soberanistas», los ciudadanos han enviado a los partidarios de la independencia al último lugar del escalafón de sus preferencias políticas y han entregado su confianza a un nuevo partido que, si bien reclama una mayor autonomía, ha decidido abiertamente dejar de discutir la pertenencia del territorio a Canadá. Es evidente que si hoy se les volviese a preguntar sobre ello a los «quebecois», el resultado sería muchísimo más claro que el de 1995.
Igual sucede en Irlanda del Norte. Tampoco nadie hubiera creído hace diez años que se llegaría a un acuerdo para que los partidarios irredentos de la pertenencia de esta provincia al Reino Unido y quienes querían imponer a tiros su reunificación con la República de Irlanda se sentarían juntos para administrar un Gobierno autónomo sin hacerse preguntas -por ahora- sobre quién de los dos ha ganado la guerra. Si todo va bien, dentro de un tiempo se podrá responder que la ganaron los ciudadanos del Ulster, quienes es de esperar que, dentro de la UE, ya no encuentren razones para acalorarse sobre algo que hasta no hace mucho aún era causa de que se derramase sangre.
Casi todos los argumentos que tan fervientemente intervienen en la justificación de este tipo de situaciones conflictivas, incluyendo el nacionalismo excluyente de todo tipo, tienen su origen en lo que puede ser definido como sentimientos, algo que, según puede comprobarse, cambia con el tiempo. Por eso es tan importante que en política prevalezcan los principios esenciales, que no están sometidos a este tipo de mutaciones y son más útiles para el bienestar y el progreso de las sociedades. Los sentimientos son fácilmente manipulables, pero a la larga -como se está viendo en Quebec o en el Ulster- los ciudadanos acaban siendo sensibles a criterios razonables que las fuerzas disgregadoras intentan hacer pasar por caducados o superados.
Nada puede predeterminar cuáles serán las tendencias sociales dentro de diez años en el Ulster, en Quebec o en otros lugares de Europa, puesto que, por poner un ejemplo, no se sabe de qué modo influirá en ello la evolución de un caso tan específico como el de Kosovo, cuyo estatus definitivo va a ser determinado en los próximos meses. Sin embargo, sabemos ya que no hay ninguna razón para pensar que la evolución de este tipo de pensamiento identitario sólo puede discurrir en un sentido. Lo único que pasa es que sus partidarios suelen hacer mucho más ruido cuando encuentran terrenos propicios a su expansión que cuando los ciudadanos les dan la espalda. Ahora no se convocará un referéndum sobre la unidad de Canadá y eso no quiere decir que los canadienses, incluidos los de Quebec, tengan dudas sobre ello.

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