El país de las patadas en los huevos: esto se pone irrespirable
José Javier Esparza
Los de Ibarretxe patean los testículos del Foro de Ermua. Polanco declara la "yihad". Batasuna y Esquerra se frotan las manos. El 11-M hiede. El Rey, invocado y ausente. España en niebla.
30 de marzo de 2007. Hombre, es que a quién se le ocurre gritar Viva la libertad en un patio lleno de militantes del PNV. Cuando uno hace esas cosas, lo menos que puede esperar es una patada en los huevos, como le ha pasado a ese ciudadano del Foro de Ermua. Ermua: nos suena de algo, ¿verdad? Ya está dicho todo. Y es eso, por cierto, lo que convierte esta patada en algo que va mucho más allá de la anécdota.¿Qué le pasa al PNV? Dos cosas: una, que lleva demasiados años caciqueando, lo cual crea malos hábitos; dos, que ve con temor el protagonismo conquistado por Batasuna, que va a arrebatar a la vieja casa sabiniana el liderazgo del independentismo. Hay un juicio melancólico del pícnico Azaña, ya durante la guerra, que tiene su interés: al ver el paisaje en Cataluña, el alguacil alguacilado constata que los revolucionarios funcionan insurrectos contra la Generalitat, y que la Generalitat funciona insurreccionada contra la República. La situación actual en el País Vasco, gracias a Zapatero y al Fiscal General del Estado, es bastante parecida: las hordas batasunas funcionan insurrectas contra el sistema de poder del PNV, cuya autoridad no reconocen, y el gobierno vasco funciona a su vez insurreccionado contra el Estado, en cuya legitimidad orina cada vez que tiene ocasión. Orina o le patea los huevos, que para el caso es lo mismo. Pero lo importante es que esa patada ha levantado la cortina; tras ella aparecen cosas muy interesantes.Mientras unos patean con los pies, otros patean con la boca, que es lo que ha hecho Polanco al condenar a las tinieblas exteriores a "la derecha", entre reproches de "franquismo" –Dios, qué cuajo tienen algunos- y amenazas preventivas contra el "revanchismo" del PP. El episodio puede reconstruirse del siguiente modo: el hombre más poderoso de España, forrado con el franquismo y multiplicado con la democracia, elevado por el PSOE y confirmado por el PP; hombre cuyos periódicos tienen una responsabilidad directa en la destrucción de los consensos constitucionales y en la resurrección de la guerra civil, ese hombre viene ahora a declarar la guerra a una "derecha" cuyo delito fundamental es subirse a la ola de las banderas de España. ¿No es un poco extraño todo esto?Hasta aquí, el fuero. Ahora veamos el huevo, y nunca mejor dicho: el sistema entero ha empezado a temblar. Tiembla porque se le está cuarteando la base, que no es otra que la sumisión del público. Hasta ahora hemos vivido en un sistema extraño: un pacto no escrito que consistía en abandonar Cataluña y el País Vasco a los nacionalistas respectivos, mantener la economía capitalista y entregar la cultura y los medios a la izquierda, todo ello bajo la benevolente mirada de unos partidos que copaban la vida pública. En un momento determinado, eso empezó a cambiar. Cuando se reconstruya el camino, pasado mañana, veremos que el cambio se produjo a raíz del asesinato de Miguel Ángel Blanco, que puso a los nacionalismos frente a la cruda realidad del crimen. El hecho es que desde entonces, poco a poco, el consenso se rompió. La ruta se abre con el editorial de El País contra el pacto constitucionalista, sigue a través de Perpiñán y el Pacto del Tinell, y desemboca en la Polancada testamentaria y la patada en los huevos del espíritu de Ermua. La derecha, expulsada del sistema. Es verdad que, al cruzar una ciénaga demasiado apestosa, parte del país se ha bajado de la caravana y ha empezado a protestar (con las banderas); con eso no contaban. Pero éste ha sido el camino. En algún punto del trayecto hay que colocar el 11-M.No se hace ningún favor a nadie ocultando lo que media España –y parte de la otra media- tiene en la cabeza, a saber: que esta espesa situación es inseparable de los atentados del 11-M, quizás el crimen fundador de la segunda transición. Cualquier ciudadano que siga el juicio tiene la evidente percepción de que esto huele que apesta. ¿A qué? Nadie podría decirlo exactamente, pero es uno de esos hedores que un siglo después siguen adheridos a las columnas del Estado, preferentemente en su estancias inferiores. No seamos ingenuos: en el Eliseo todavía huele el cadáver del Príncipe De Broglie, por poner un ejemplo distinto y distante. Estas cosas pasan y todos lo sabemos, aunque nunca lleguemos a conocer el detalle exacto de los hechos. El caso es que los atentados del 11-M son, en este momento, como la cima de una colina que descuella sobre un paisaje envuelto en nieblas –el paisaje es España.Las nieblas tienen la particularidad de hacer que el caminante extravíe la ruta. Los únicos puntos de referencia que te quedan son los que ya conocías antes de que la neblina lo invadiera todo. ¿Cuáles? Perpiñán, el Tinell, la "tregua", todo eso. Lo difícil es conectar esos puntos con un trazo que haga el camino reconocible. En la niebla no se ve nada. Ni siquiera sirven de gran cosa los bocinazos; ayudan, eso sí, a saber que todavía queda alguien por los alrededores. Aplíquese el tropo al bocinazo que Sabino Fernández Campo y, vicariamente, Jiménez de Parga acaban de lanzar en dirección al Rey. En cuanto a éste, "ni está ni se le espera", por utilizar una expresión que hizo fortuna años atrás.¿Luces en la niebla? No hay. En la actual situación de España, tan posible es un recrudecimiento del sectarismo gubernamental –y entonces se pasará a mayores, quizás a través de la policía- como un crecimiento exponencial de la disidencia –pero eso sólo estallará en las urnas. La opción más probable, con todo, no es ninguna de esas dos, sino esta otra: una multiplicación de la indiferencia ciudadana, en la línea de lo que hemos visto en los referendos catalán y andaluz.La indiferencia es el arma de las masas en la era posmoderna, como sabemos desde Baudrillard. Hoy la gente ya no coge el fusil, como hacía antaño para sublevarse, sino que ahora su sublevación consiste en no coger el fusil que los poderosos nos tienden. Crecen así sistemas políticos vacíos, democracias sin demos, alimentadas tanto por la demente irresponsabilidad de unas elites indignas como por el propio egoísmo de los individuos, dispuestos a abrirle a Atila las puertas de la ciudad con tal de que no les toquen la pensión. Entre el hastío y el canguelo, la imagen de la verdadera crisis en el mundo actual no es la de las masas en la calle, sino la de las calles vacías. Es entonces cuando algunas minorías especialmente conscientes podrán intentar reconstruir, desde abajo, la democracia que se ha deshecho desde arriba.Eso es lo que debería preocupar al poder, y no las banderas de España. Pero el poder vive hoy tan encerrado en sí mismo que ya no ve España; sólo se asusta por las banderas. Mientras tanto, bajo la niebla irrespirable, los matones de los caciques seguirán dando patadas en los huevos.
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