jueves 29 de marzo de 2007
Dignidad
KEPA AULESTIA
Es muy probable que los activistas de ETA se estén debatiendo en estos momentos entre la dificultad que encuentran los más veteranos para dar por acabado el ciclo terrorista y la voluntad que muestran los más jóvenes de proseguir con la inercia. Es sin duda una forma excesivamente simplificada de describir la situación. Pero podría ofrecer los trazos generales de un doble atolladero. Porque si a los segundos les resulta complicado demostrar que la continuidad de la 'lucha armada' es, sencillamente, posible, cada día que pasa los primeros sienten cómo se agudiza su vértigo ante el inevitable final de ETA. Los más veteranos, muchos de ellos desactivados en la cárcel y otros más o menos orillados en un obligado seguidismo, desearían que todo acabe pero con dignidad. Salvándose del ominoso fracaso personal que representa enfrentarse al reproche directo de los ciudadanos y a una sentencia moral implacable que, condenando la sinrazón del terror, acabe condenando su propia existencia. Pero esa dignidad que reclaman en las confidencias personales sobre la inutilidad de la 'lucha armada' y sobre los perjuicios que les acarrea su persistencia representa un precio imposible de abonar, puesto que sólo puede cobrarse a costa de la dignidad de sus víctimas. Aunque la dignidad del activista puede encontrar otras fuentes para saciarse: el autoengaño, la introspección, el silencio. Pero también para eso necesitan tiempo.Los más jóvenes pueden sentirse indignados ante los veteranos, alguno de los cuales han incorporado a su cohorte. Ven cómo les llega el mensaje de que esto está a punto de acabarse cuando ellos ni siquiera han empezado. Es más, cuando ellos habían sido llamados a filas tan recientemente, para que ahora les anuncien una próxima desmovilización. Pero saben, instintivamente, que están obligados a ocultar su indignación. Porque su única garantía de continuidad es conseguir que sean ellos quienes administren la dignidad de los veteranos. Que sean ellos quienes establezcan los términos del trueque. Expuestas las condiciones que demandan «a los Estados español y francés», tampoco tienen ninguna necesidad de precisar qué están dispuestos a dar a cambio. No les conviene hacerlo. Y no sólo porque, acallando toda disposición a un eventual desarme o a una más remota autodisolución, se sienten más fuertes en el pulso que libran con «ambos Estados». También porque, instintivamente, saben que así pueden contener el desistimiento de los más veteranos: sublimando su dignidad por encima de todo.k.aulestia@diario-elcorreo.com
jueves, marzo 29, 2007
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