miércoles, marzo 28, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Independencia cervantina

miercoles 28 de marzo de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Independencia cervantina
Fue precisamente en Cervantes, en la parroquia de Donís, donde ocurrió allá por el año de 1873 un acontecimiento extraordinario. Hartos de las cargas fiscales que los abrumaban, sus vecinos proclamaron una República Independiente. En una clara contradicción con sus principios, el Gobierno de entonces, también republicano, envió a la Guardia Civil para reincorporar al Estado a los independentistas cervantinos, y ahí se acabó la efímera historia.
Una pena. De haber prosperado la aventura, ahora contaríamos con un sitio al que poder exiliarse. El que ahora es un simple alcalde hubiera sido presidente de un Estado pequeño, saludable y tolerante, ajeno a las tensiones que reinan por doquier. Basta con releer las declaraciones de Manuel Belón para darse cuenta de la oportunidad perdida con la abolición del enclave secesionista de la montaña luguesa.
Nos contaba el pasado domingo el regidor, que se retira tras cuarenta años de mandato en los que recorrió casi todas las siglas, siempre con su pueblo detrás. Ejerció con el franquismo, cogió después el tren de la UCD, se apeó en Coalición Galega y ahora descansa en el PSdeG-PSOE. Como si fuera un Moisés, los electores le siguieron sin reparar en la etiqueta. Simplemente querían a don Manuel; todo lo demás era secundario. A su manera, el señor Belón se orientaba por el mismo principio del nacionalista catalán que, al ser preguntado si quería monarquía o república, contestaba: Cataluña. En este caso, la nación es Cervantes.
Cervantes no es independiente de iure, pero sí en la práctica. No depende de ninguna crispación, ningún fiscal general tacha de falangistas a los discrepantes, nadie asesta una patada en los huevos a un manifestante, no se oyen desgarrados gritos de alarma sobre la ruptura de España. Sus escasos habitantes no temen que José Blanco o Ángel Acebes les hielen el corazón, y pueden dormir tranquilos, sin el temor de que su coqueta nación montañera se despeñe hacia el abismo de la discordia.
Su democracia sólo tiene el problema de estar sometida a un Estado tan inhóspito como éste. ¿Cuántos Cervantes habrá por España adelante? ¿En cuántos pueblos se practicará una democracia tranquila, con mandatarios como este Belón, que alaba la fidelidad de Fraga a la palabra dada y agradece los desvelos de la conselleira María Xosé Caride? ¿Cuántos alcaldes dirían, como el cervantino, que la cuestión es ser amable con todos, incluso con la oposición? Pues seguramente serán muchos, pero nadie les presta atención, ocupados como estamos en el griterío de la gran política.
Qué cantidad de tópicos se han abolido en esta República Independiente. Ni hay fronteras insalvables entre los partidos, ni el franquismo es un virus heredado en exclusiva por la derecha, ni es necesario tener un lenguaje brutal, apocalíptico y prebélico para ganar unas elecciones. No son las siglas las que imponen sus tendencias sectarias a la población, sino el vecindario quien obliga a los partidos a llevarse bien y promover sucesivamente a Manuel Belón.
En Cervantes, y en muchos otros pueblos de Galicia y de España, se cumple el estribillo de Grândola, y es el pueblo el que más ordena y marca la pauta. Fuera de sus fronteras están empezando a mandar sectas encerradas en sus dogmas y prejuicios. Trasladado a Santiago o Madrid, Belón sería un extraterrestre, sospechoso de traición para ambas partes. Por eso habría que pedirle un gran favor antes de que se vaya: que proclame otra vez la independencia.

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