viernes 30 de marzo de 2007
¿Por qué? ¿Para qué?
Ignacio San Miguel
P REGUNTADO Ignacio Astarloa si las acciones del Gobierno son innecesarias y erróneas o bien obedecen a un plan, contestó con su acuidad acostumbrada que ambas opciones se solapan, no son excluyentes. Porque el plan, que en efecto parece existir, es ya de por sí innecesario y erróneo, y las acciones, al obedecer correctamente al mismo, han de participar obligadamente de su falta de necesidad y de su condición errónea. Si el plan de Rodríguez consiste en un cambio de régimen, con el resultado de una especie de confederación de Estados ibéricos cuasi independientes, su promoción del Estatuto catalán resulta coherente, no disparatada, no absurda. Pero las preguntas que se levantan no versan entonces sobre la coherencia de sus acciones, sino sobre el mismo plan. ¿Por qué esa confederación? ¿Para qué? ¿Qué necesidad tenía España de tal cambio de régimen si el vigente funcionaba lo suficientemente bien? Si de lo que se trata también es de puentear la Historia y enlazar con la II República, el desenterramiento de cadáveres de las fosas comunes resulta menos lúgubre, grotesco y sin sentido de lo que parece a primera vista. Pero ¿qué necesidad tenía España de rehacer su historia si marchaba razonablemente bien y pacíficamente, habiéndose cicatrizado las heridas de la guerra civil? ¿Por qué? ¿Para qué? No convence del todo que Rodríguez necesite mantener el apoyo de los partidos nacionalistas periféricos. Eso es verdad, pero también es verdad que vive en un sueño de utopías inconsistentes. Hace unos años, cuando se dirimía en la Unión Europea el poder de decisión que iba a tener cada Estado en el Consejo de Ministros, volvió de las reuniones sin apenas haber discutido nada de lo que le ofrecieron, y una de sus declaraciones fue: “Me divertí mucho viendo cómo las naciones defendían sus intereses.” Genial. Una persona con ese tipo de pensamiento ¿puede gobernar debidamente una nación? Una periodista contó hace unos días que una colega extranjera le había dicho que había entrevistado a Rodríguez Zapatero, y que éste, en un momento dado, le espetó: “Yo estoy aquí para provocar un cambio en el mundo.” No sé si de puede dar por fidedigna esta noticia, pero, por muy disparatada que parezca, no desentona del tipo de personaje sumido en un sueño de utopías de adolescente. Sobre todo si hubiera alguna organización de envergadura internacional que le respaldase; ya que resulta un poco fuerte eso de “cambiar el mundo” en solitario, por muy enloquecido que esté el caballero. En el último Consejo de Europa, un periodista que cubría el evento escribió que se le veía a Rodríguez aislado y “muy tímido”. No creo que esta situación se explique únicamente por su falta de conocimiento de idiomas. Schroëder no habla más que alemán. Rodríguez no encaja entre políticos internacionales. Por un lado, éstos le desdeñan, pues no están de acuerdo con su política internacional (ni con la nacional); por otro lado, él mismo se siente coartado, pues no está debidamente impuesto (ni se molesta, ni quiere estarlo) en los temas comunes de que tratan los gobernantes europeos. Ellos hablan de cosas concretas, prácticas y mensurables, de intereses nacionales, y esto no tiene nada que ver con utopías revolucionarias de pacotilla. Por supuesto, no entra entre sus proyectos desintegrar sus naciones. Pero en España la acción política de Rodríguez Zapatero no causa más que problemas y desasosiego generalizados. La política de reforzamiento a ultranza de las autonomías está conduciendo a una exacerbación del espíritu localista, tribal. Es decir, España se está aldeanizando. O aburrando, que es palabra aceptada por la Academia, a diferencia de la anterior. El odio a la idea de España es evidente en una parte muy considerable de la población, y no digamos entre los intelectuales de rebaño. Éstos desearían la desaparición del país mediante su fragmentación. Pero, de nuevo, se revela patente la inepcia de esta actitud, pues el resultado de esa fragmentación sería muchísimo más despreciable que el conjunto desintegrado. No sería nada estimulante, absolutamente nada estimulante, una Confederación de Estados Ibéricos Aldeanos. El mejor ejemplo premonitorio de este resultado nefasto, nos lo muestra Cataluña, que ha perdido a ojos vistas el brillo cultural de antaño y está siendo gobernada por personas de escaso nivel intelectual, habiendo establecido un régimen oscuro, opresivo y excluyente. Produce melancolía considerar las pretensiones europeas de los catalanes. En conclusión: si España es algo despreciable, según estos intelectuales de rebaño ¿qué pueden llegar a ser los fragmentos de ese ente despreciable sino algo infinitamente peor? (Nos llega ahora la noticia de la agresión de matones nacionalistas al político Antonio Aguirre en el País Vasco. Es muestra de una sociedad desarbolada culturalmente, cada vez más embrutecida). Es digno de notarse que el desarrollo económico considerable y la buena situación de la economía en general, no han servido para estabilizar el país social y políticamente. Mentes inquietas, impacientes, han comparecido para desbaratarlo todo. Si hubiera sido mínimamente razonable, Rodríguez podría haber administrado el legado de Aznar, manteniendo la estabilidad, y con grandes probabilidades de repetir mandato. Pero una inquietud de azogue le lleva a sumirse en parajes oscuros y chapotear en charcas fangosas. ¿Que existe una línea directriz? Sí, es posible. Es hasta más aceptable admitir esto que no el pensar que anda trompicando sin orden ni concierto, sin rumbo, sin plan, sin nada. De acuerdo. Tiene una línea directriz, un plan general, posiblemente el citado al comienzo. Pero, aunque así sea, las preguntas saltan imparables, necesariamente: ¿Por qué? ¿Para qué? Se puede recurrir a conjuras internacionales de fuerzas ocultas, a la masonería, a la CIA, a los judíos, a cualesquiera. Y aún en el supuesto de que hubiera algo de cierto en ello (he apuntado la posibilidad de la pertenencia de Rodríguez alguna organización de este pelaje), las preguntas siguen vigentes para algunos. Para algunos a quienes se nos podrá achacar que vemos la realidad a través de cristales ahumados, con lo que las cosas adquieren contornos borrosos y equívocos; aunque a nosotros nos parece que vemos con ojos claros una realidad a la vez caótica y evanescente. Porque lo cierto es que no nos abandona la impresión de la inanidad política de España, consecuencia de la inanidad de sus gobernantes actuales.
viernes, marzo 30, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario