viernes 30 de marzo de 2007
Bilingüe, gracias a Dios
Joan Pla
P ERMÍTANME apartarme de la gresca que todo lo invade y que antecede a las próximas elecciones de mayo y, también, permitan mi retirada de la constante y reiterativa monserga del que, al insultar al contrario, se retrata a si mismo. Hoy, si les parece, podríamos hablar del idioma con que nos entendemos y nos amamos, que es el mismo con el que nos sacamos la cresta y la mugre, como diría un chileno. Han pasado 45 años desde que escribí mi primera novela en castellano, titulada "Las antenas del caracol", donde relataba la timidez del provinciano que acaba de instalarse en la gran ciudad. Hace ya 58 años que publiqué mi primer artículo en la revista "Proa", expresando mi testimonio acerca de Cristo y del Cursillo de Cristiandad al que acababa de asistir en el santuario mallorquín de Nuestra Señora de Montesión. Era un niño, claro, pero ya me habían seducido las musas de la pintura y de la literatura. Lo digo, porque desde muy temprana edad y completamente al margen de las fechorías políticas que se han perpetrado en torno a las cuatro lenguas oficiales de España, siempre hablé en mallorquín o, mejor dicho, en el catalán que se habla en Mallorca y nunca dejé de ser bilingüe, castellano y catalán. Franco prohibió el uso público, nunca el privado, porque no pudo, del gallego, del vasco y del catalán y, en consecuencia, yo no aprendí la gramática catalana en la escuela. Soy autodidacta, como la inmensa mayoría de los mil autores que formamos la nómina de la Asociación de Escritores en Lengua Catalana (AELC) y debo subrayar que hace ya más de treinta años que publiqué mis primeros artículos en catalán, cuando el diario "Baleares" era el más difundido del archipiélago, se escribía en castellano y pertenecía al Movimiento, primero, y a los Medios de Comunicación Social del Estado, después. Cuando, el 1 de mayo de 1996, el "Baleares" se convirtió en el primer diario balear editado completamente en catalán, excepto los anuncios de putas y putos, los angelotes de mi sección habitual de opinión, siguieron hablando en su lengua vernácula y se sintieron, gracias a Dios, como el pez en el agua. Finalmente, al cambiar de periódico e instalarme entre los hondos y universales columnistas de "El Mundo-El Día de Baleares", puse mis paridas mitad en catalán y mitad en castellano, como bien puede comprobar el lector de esta publicación digital, picando –martes, jueves y sábados -en la sección de "artículos". Toda esta confesión de parte viene a cuento, porque hace ya cuarenta y tantos años que me empeño en defender apasionadamente mis dos lenguas, aunque algunos lectores me han insinuado que lo mejor sería que me decantase por una de las dos. Agradezco la sugerencia, pero todavía me quedan fuerzas para remar a dos manos, valga la metáfora marinera. Admiro a los colegas y compañeros que, habiendo remado conmigo en la misma barca del periodismo y de la literatura, ya ocupan un sillón en la Real Academia Española: Luis María Ansón, Juan Luis Cebrián, Arturo Pérez-Reverte, sin olvidar a Pere Gimferrer, a Miguel Delibes y a Antonio Mingote. Últimamente he trabajado a fondo en la traducción al castellano de dos novelas mallorquinas de extraordinaria calidad: "Les llunes i els calàpets", "Las lunas y los sapos", de Antoni Vidal Ferrando y "La rosa d'hivern", "La rosa de invierno", de Miquel Mas Ferrà. Además, he escrito en catalán dos artículos largos sobre los catedráticos Alvaro Santamaría (historiador) y Josep Font (filósofo). En ambos trabajos he procurado mantener la precisión, la belleza, la independencia y la unidad de ambos idiomas. Me empeño en defender, digo, las dos lenguas oficiales de mi Comunidad autónoma, pero me duelen en el alma algunos hechos que suceden a diario en la calle y en los medios de comunicación. Son de risa, por no decir de llanto, los que escriben o hablan en castellano y por decir "además", dicen "a más a más" o "tú mismo" por "allá tú" o "Generalitat" por "Generalidad", "president" por "presidente", "Ajuntament" por "Ayuntamiento" y mil más. De igual modo, dan risa, por no decir asco, los que escriben en catalán y para denigrar a "Joan" le llaman "Juan", para decir "Govern", si es de derechas, dicen "Gobierno". No pido que los de izquierdas hablen bien de los de derechas. Lo único que pido es que los que venturosamente sabemos y podemos expresarnos en dos idiomas no desvistamos a un santo para vestir a otro, esto es, que no mezclemos las churras con las merinas y que, por el contrario, hablemos bien en la lengua que más convenga o que mejor se ajuste a la circunstancia concreta del momento, sin prejuicios y sin la intención bastarda de predeterminar la hegemonía del castellano sobre el catalán o viceversa. Cuando los periódicos locales editados en castellano se refieren a cargos e instituciones de Cataluña, de Valencia o de Baleares, siempre catalanizan los vocablos arbitrariamente. Así, escriben en castellano, pero dicen "Consell", "Diada", "Trobada", "Institut", "Espanya", "Lleida", "Conca", "Osca", "Xile", "Mèxic", etc. Es una deficiencia cultural que, entre todos, deberíamos corregir. Si escribimos en castellano hemos de decir Huesca y no Osca, Consejería y no Consellería, Islas Baleares y no Illes Balears. Ese fallo no suelen tenerlo los que escriben en catalán y, así, cuando se refieren a Cuenca nunca dicen Cuenca, sino Conca y nunca ponen Chile, sino Xile. Así debe ser, para mantener la pureza y la unidad de un idioma. Lo malo es la manía de poner en catalán lo que se está escribiendo en castellano o en castellano lo que se está escribiendo en catalán y no hablo de catalanismos o de castellanismos. Mezclar los dos idiomas sin ningún criterio filológico, amén de un infantilismo desmesurado o de una mala leche inefable, significa un puto y simple complejo de inferioridad.
viernes, marzo 30, 2007
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