miércoles, marzo 28, 2007

Carrion Arregui, Violencias distintas con el mismo origen

miercoles 28 de marzo de 2007
Violencias distintas con el mismo origen
VICENTE CARRIÓN ARREGUI /PROFESOR DE FILOSOFÍA

Un día sí y otro también los medios de comunicación airean las diversas propuestas, planes y proyectos que las autoridades políticas barajan tanto para atajar la violencia escolar como para sensibilizar a los jóvenes contra el terrorismo en general y contra el de ETA en particular. Quienes trabajamos en la enseñanza hemos visto tantas leyes, tantos cambios de asignaturas y tantos planes fracasados que no podemos ser sino escépticos ante esta especie de 'paracaidismo' con el que muy diversas instituciones pretenden intervenir en el ámbito educativo. Si ya fracasan las intervenciones consensuadas, por falta de planificación y de presupuesto para asegurar que en cada centro haya un responsable de dinamizar el plan de turno, ¿qué ocurrirá con las propuestas de Educación para la Paz que nacen ya dinamitadas desde el propio Gobierno vasco y cuestionadas por la oposición?Hay un aspecto francamente positivo en el hecho de que diferentes departamentos del Gobierno vasco (Justicia, Interior, Presidencia) tengan los ojos puestos en el sistema educativo porque significa que va calando la convicción de que no hay mejor tratamiento contra la violencia que el preventivo, el que se inicia conteniendo una pelea en un aula de preescolar. Pero flaco favor haremos a nuestros estudiantes si proyectamos en la escuela el clima de crispación que se cultiva ahora mismo en nuestras instituciones democráticas. Bienvenidas seas todas las propuestas de Educación para la Paz siempre que quede claro que son las autoridades educativas las que tienen la obligación de canalizarlas, estructurarlas y programarlas para que nadie confunda los escenarios educativos con los del mitin, la manifa y el proselitismo. Educar, 'educere', extraer del individuo lo mejor de sí mismo, no es tarea sometida a titulares mediáticos ni a flashes coyunturales; es un trabajo lento, sin resultados inmediatos, que asienta su eficacia en el día a día, en los conocimientos y procedimientos que facilitan la maduración del estudiante. Nada que ver con los bombardeos mediáticos. Y es que, por definición, la escuela como institución es por sí misma todo un plan contra la violencia. No hay mejor dique contra el odio y la agresividad que la cultura, la convivencia académica y la búsqueda del conocimiento. Todo maestro que se precie se ha visto explicando a los niños por qué no hay que responder a los agresores con la misma moneda, qué diferencia hay entre un insulto y una patada o qué derecho tienen los padres o profesores a sancionar los comportamientos destructivos. En Sociales como en Educación Física, en Filosofía, Música o Literatura, todo aprendizaje gravita sobre la evidencia de lo fácil que es destruir y lo difícil que es crear. En la relación con los alumnos, el impacto de las guerras, los atentados, los crímenes más repugnantes y las perplejidades que suscita la violencia, antes o después, se acaban colando en clase, se convierten en materia de discusión y reflexión que ayudan a entender mejor la historia, el arte, la ética y la política. Claro que en tiempos no tan lejanos la tarea del profesor guardaba cierta consonancia con los mensajes que los jóvenes recibían de sus familias, de su religión o de su entorno. Hoy es eso lo que ha cambiado radicalmente: hay una nueva visibilidad social de muchos tipos de violencia -maltrato infantil y femenino, acoso escolar y laboral, terrorismo islámico y etarra- hacia los cuales los medios de comunicación desempeñan una labor ambivalente: sensibilizan en su contra pero lo magnifican con su influjo hipnótico e inconsciente. La religión y la familia no saben ni contestan. En tales circunstancias parece aconsejable reforzar la intervención educativa contra la violencia, pero sin pasar por encima de los profesores, por favor, que somos quienes llevamos años haciendo dicho trabajo y de quienes depende que todo proyecto, plan o programa llegue a buen puerto. Vendrán los expertos a decirnos cómo hay que combatir tal o cual violencia específica, nos dirán unos u otros que nada tiene que ver la violencia de los palestinos con la de los invasores de Irak, habrá profesores -con buena parte de la Administración educativa de su parte- que justificarán el terrorismo de ETA o lo pondrán en el mismo plano que el de los GAL, habrá cantidad de entendidos que nos dirán cómo utilizar las unidades didácticas elaboradas en sus despachos, y pocos se acordarán de que si situamos al alumno en el centro del sistema educativo todas las violencias, por distintas que sean, remiten a un mismo origen. El deseo de mandar, de que te hagan caso, la impotencia del débil, la falta de autocontrol y autoestima, la insatisfacción sexual y vital, el sufrimiento, la revancha, los complejos de inferioridad, el miedo, la marginación, la inseguridad, el gregarismo, son muchas las palabras que remiten a lo mismo, a ese momento, a ese individuo en concreto que está legitimando la violencia. Ese alumno de carne y hueso que está justificando una agresión hoy intrascendente del mismo modo que dentro de unos años justificaría un magnicidio si antes nadie le para los pies, si no se le enseña que hay otros modos de solucionar los conflictos. En mi opinión, el modo más sólido de deslegitimar la violencia terrorista que padecemos en el País Vasco no arranca necesariamente de discutir si es más abrupto o no el testimonio presencial de las víctimas en el aula. Eso es algo episódico que, como mucho, podría realizarse una vez en la trayectoria académica de cada escolar. Lo que no es episódico es empezar deslegitimando el portazo, la mala contestación a la autoridad, el empujón por la espalda, las risas ante el daño ajeno o cualquier otra manifestación de placer o complacencia con el acto violento.Sí, está muy bien tematizar el tratamiento de la violencia en todos los ciclos educativos y en todos sus apartados sin hacer, en mi opinión, un tratamiento aparte de las víctimas del terrorismo etarra. Las distinciones sobre uso público y privado de la violencia pueden ser funcionales y operativas pero se convierten en perversas cuando admiten la legitimación ideológica del crimen, la tortura, el chantaje y la agresión. En Euskadi conocemos muy bien dicha esquizofrenia. Hay quien condena el maltrato femenino pero no condena el crimen cuando la concejala es del PP. O a quien le parece muy mal pegar un cachete a los niños y justifica los coches-bomba. Estamos sobrados de ejemplos parecidos y la propia polémica que ha surgido sobre la manera de incorporar el tema de las víctimas del terrorismo vasco al ámbito educativo no hace sino confirmar qué inmenso trabajo queda para sofocar la siniestra herencia moral que nos deja ETA. Ahora bien, si el Parlamento vasco aprobó el pasado 2 de marzo, con el apoyo de todos los partidos menos EHAK, la creación de un observatorio sobre la violencia escolar integrado en el Departamento de Educación, si la mayoría de los ciudadanos nos encontramos en la necesidad de reforzar en el sistema educativo la adquisición de habilidades personales y sociales para repudiar la agresión en todos los ámbitos de la vida, ¿no podría ser desde ahí desde donde se centralizaran todas las iniciativas para promover la educación por la paz en sus diversos aspectos?

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