jueves, marzo 08, 2007

Juan Urrutia, Gracias, Jose Luis Coll

viernes 9 de marzo de 2007
Gracias, José Luis Coll
Juan Urrutia
N O se volverá a reír en España como se reía antes, y ¿cómo se reía antes? Es bien sencillo, no había más que sacar, de nuestro bolsillo particular, un lindo televisor y escuchar versar sobre la importancia del sifón. No me van ustedes a creer, porque es mentira, pero les diré que los humoristas de antes no eran como los de ahora. Esos si que eran humoristas. Pero volvamos, volvamos a nuestro alegre retozar, tortolillos. José luis Coll ha muerto, ¡viva José Luis Coll! La tristeza me embarga pues aún le debo seis plazos de melancolía. Cuánto me reí coll él, ¿cuánto? Tanto que un día casi me muero de tanto llorar. Lo que más me apena es que el insigne humorista, libre ya de los influjos carpetovetónicos, parenterales y corrosivos de la vida, no pudo cumplir su sueño de estar vivo el día de su muerte para ver si a su funeral acudían sus amigos. Fueron, claro que fueron, no por los canapés de salmón, sino porque le querían. Y eso es mucho decir tratándose en su mayoría de actores y humoristas. Pero no sólo le querían los actores, también los linotipistas, los interventores del tranvía, los acomodadores del cine y los domadores de fieras. La causa de ese despilfarro amoroso no era otro que las decenas de candorosos años repletas de buen humor, humor como el de antes, con camisas y sifones, que nos regaló Coll a cambio de un merecido sueldo en Televisión Española y otras cadenas cuando las hubo. La naturaleza es sabia y, además del rabo de toro con patatas, creo a José Luis Coll y a Luis Sánchez Polack. Es inevitable hablar de uno sin hablar del otro como tantas cosas inevitables hay en la vida, véase emborracharse antes de la boda de uno o de la de dos, si me apuran. En definitiva es del fin, prominente cetáceo de tres metros de eslora, de lo que quería hablarles. No piensen por ello que podría entrarles jaqueca, que la muerte es mala o desagradable, todo depende de quien se muera. En este caso, el finado, que ya nunca volverá, es José Luis Coll, no sé si lo he nombrado antes. Habiendo sufrido el extravío de uno de los seres orgánicos portadores de bombín que, en mayor o menor medida, en su caso menor, portaban sobre su testa o en el interior subconsciente de la misma, la capacidad coadyuvante y coercitiva de lo más intrínsecamente de si mismo, no me queda más remedio que elevar a la altitud ceremonial de lo habitual en estos casos la prorrogación de mi duelo, a elegir entre florete y pistola, con el archiduque que se preste, o se regale, para tal fin. Si, dando lugar a profusa hilaridad en múltiples ocasiones, el interfecto de que es objeto este afán supiera cortar el pan en esta alejada orilla y respirando mejor dijera con buen humor se me acabo la tortilla, se haría efectiva tal cuestión en los años venideros. Toda esta retahila pretende decir, con mayúsculas: GRACIAS, JOSÉ LUIS COLL

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