sábado, marzo 03, 2007

German Yanke, ¿Necesidad o razon?

domingo 4 de marzo de 2007
¿Necesidad o razón?
Por Germán Yanke
«No le conviertas en un héroe», dijo Juan Carlos Rodríguez Ibarra al presidente Rodríguez Zapatero demostrando lo despistado que está. Y el presidente (solo o acompañado de otros, ya que el ministro del Interior carga sobre sus hombros la decisión, como si la hubiera tomado a solas, en su gabinete privado) convierte al preso De Juana en un héroe. ¿Un héroe el asesino de veinticinco personas? ¿El condenado por amenazas? Sí, porque para el nacionalismo vasco radical, y parte del que no se denomina así, parece no importar su biografía, sino que ahora sea el símbolo de los logros que se obtienen con la lucha (Juan María Olano, portavoz de Askatasuna). El símbolo y la oportunidad. Con desvergüenza que quizá se tenga merecida el Gobierno, lo que se autodenomina Movimiento Pro Amnistía decía el viernes que no van a pasarle a Rodríguez Zapatero «la bandera de la victoria por la cara», sino animarle a que resuelva otras «injusticias» de la política penitenciaria. El Gobierno vasco, con un método de colaboración con el de la Nación que ya es habitual, añadía que el especial régimen penitenciario de De Juana resolvía un problema creado por el propio gabinete socialista.
Olano no quiere zaherir al Gobierno con lo que considera una conquista porque espera otras y, para ello, evitará dar lo que llama «argumentos a la extrema derecha». Para Batasuna y ETA el enemigo es siempre «la extrema derecha» y a eso pretende reducir cualquier adversidad para sus objetivos, la ley incluida.
A nadie se le oculta que, antes y ahora, lo que ha querido destruir la banda terrorista y sus secuaces es el régimen de libertades de la España constitucional y todo eso (Estado de Derecho y ciudadanía incluidos) es, para ellos, la «extrema derecha». Un exabrupto que, lejos de esconder, revela más claramente su entraña totalitaria.
Pero no parece que vaya a ser lo que realmente merece la denominación de extrema derecha la que se oponga y movilice contra la decisión gubernamental sobre el futuro penitenciario del terrorista. Más bien, da la impresión de que una inmensa mayoría de ciudadanos, de todas las ideologías, se han sentido consternados y vejados por lo ocurrido. El Gobierno parece consciente no sólo de esa evidencia, sino del incremento del rechazo y, si el jueves Pérez Rubalcaba aseguraba que «muchos pensarán que no merece este tipo de tratamiento», el viernes la vicepresidenta se veía obligada a aceptar, en una declaración que no deja de tener elementos paradójicos, que la decisión es «difícil de entender» hasta el punto de que el Ejecutivo comparte «el rechazo» que conlleva.
La incertidumbre y lo imprevisible no están ahora del lado de Batasuna y los amigos de De Juana Chaos, que le visitan en el hospital de San Sebastián con un desparpajo que llama la atención, sino del modo en que el Gobierno va a encarar y encajar el indudable coste político de esta decisión. El presidente Rodríguez Zapatero ha alentado el «proceso» y ha sobrevolado los efectos ya conocidos de su imprudencia (como tuvo que reconocer en el debate parlamentario de enero) con el convencimiento de que la sociedad española terminaba aceptándolo todo a cambio de la promesa de la «paz». Pero quizá ahora se vea obligado a pagar las consecuencias de una decisión que, tanto por el carácter bárbaro del personaje beneficiado como por el chantaje visible que se ha desplegado hasta ahora, ofende más que otros requiebros políticos.
El Gobierno insiste en la «legalidad» de su decisión. Pero ya no se le oculta a nadie que el problema, al margen del análisis jurídico de la misma y del auto del juez de Vigilancia Penitenciaria de la Audiencia Nacional, no es la legalidad, sino los motivos por los que se ha adoptado, entre todas las posibilidades igualmente legales, la más beneficiosa para el terrorista, la que responde al chantaje de su huelga de hambre, la que reclamaba Batasuna. La opción, además, ha servido para que la organización ilegalizada se muestre victoriosamente impertinente con el Gobierno, para que el gabinete de Ibarretxe se envalentone y para que los ciudadanos españoles se escandalicen y se enfaden con Rodríguez Zapatero y los suyos hasta el punto de que la vicepresidenta Fernández de la Vega, como hemos visto, termine reconociéndolo. ¿Por qué, entonces?
Las razones «humanitarias» aducidas están más que desacreditadas tanto en las circunstancias políticas y penitenciarias en las que se ha tomado la decisión como en las inmediatamente posteriores. Hablar de motivos humanitarios cuando un preso ha decidido libremente una huelga de hambre para retar al Estado es ridículo. Hacerlo mientras el terrorista comienza con los caldos como paso previo para volver a su casa resulta patético. Las contradicciones del ministro Pérez Rubalcaba acerca de si sabía o no que el preso iba a comenzar a ingerir alimentos, como si la política penitenciaria fuera un procedimiento médico, acrecienta el absurdo.
¿Por qué, entonces? «No busques razón a la necesidad», dice Lear para defender lo superfluo. Se podría aventurar, como ya se ha hecho, que el Gobierno pretende a toda costa retomar o sostener si se ha retomado ya el malhadado «proceso», pero los gestos o las gestiones privadas que servirían para ello quedan claramente desbordados por una decisión de esta naturaleza, tan desproporcionada como enervante para una sociedad cuyo sostén necesita el Gobierno incluso para equivocarse, como se equivocó gravemente un día antes del atentado de Barajas.
Los beneficios conseguidos por De Juana parecerían encuadrarse, más bien, en un torbellino en el que el entusiasmo por lograr el «final dialogado» previa la conformidad y el entendimiento con Batasuna no repara en condiciones. La necesidad es avanzar, aunque este turbión de acercamiento a Batasuna deje en el camino los principios, el programa socialista, las resoluciones parlamentarias y a las víctimas. Como si la estrategia no fuera ya medida y todo se hiciera por si sale, al final, bien. Pero el camino iniciado da la impresión de que lleva a otro sitio.

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