jueves, marzo 08, 2007

Alvaro Martinez, Un tipo en gayumbos

jueves 8 de marzo de 2007
Un tipo en gayumbos
POR ÁLVARO MARTÍNEZ
«No estamos en absoluto y bajo ningún concepto ante la primera vez que un Gobierno cede ante un chantaje de ETA». José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno. Senado. Plaza de la Marina Española. Madrid
La frase, el autor y la fecha de tan sincera autoinculpación han de quedar bien fijados en la memoria de los españoles, que no están acostumbrados a asistir a semejantes arranques de sinceridad en la confesión de una rendición. Y menos con políticos de por medio. A veces, y ésta es una de ellas, es doloroso encontrarse con la realidad, así tan de frente, tan brutal y sin ambages, y en boca del principal protagonista de la historia, que admite —en uno de los lugares donde los españoles han depositado su soberanía— que ha cedido al chantaje de una banda terrorista.
Antes de nada, y como prefacio de esta espeluznante historia, conviene no olvidar que el Ejecutivo socialista se ha rendido ante un tipo que pedía langostinos y champán francés (un cateto de tomo y lomo, vaya) en cada asesinato, crimen calificado por ese canalla como «jubilación forzosa» del muerto que lloraba toda España. Ante semejante hez se ha desplomado el Gobierno de la nación y la persona que lo preside; ante ese desperdicio humano se ha plegado un Rodríguez Zapatero que hoy, una semana después, no parece en absoluto arrepentido de haberse dejado ganar el pulso por esa escoria chusca conocida por el nombre de José Ignacio de Juana Chaos, enfermero del mal, asesino múltiple y no sé cuántas cosas (nefastas) más.
Debe ser fastidiado que un miserable de ese grosor te haga doblar la rodilla. Y peor trago aún, reconocerlo. Pero no por ello merece Rodríguez Zapatero conmiseración, pues ha sido él quien se (nos) ha metido en este laberinto infame de la negociación con los terroristas. Exigía ETA en un su último comunicado (el inmediatamente posterior a la voladura de la T-4 y los asesinatos de Estacio y Palate) la liberación de De Juana. Poco más de un mes ha tardado Zapatero en licenciarle y ponerle en su casa. Por lo tanto, algo más que lástima ha de darnos el trago que ayer pasó el presidente en el Senado.
Y lo que da es miedo, mucho miedo, que asuntos tan trascendentales como la decencia y la fortaleza de un Estado —quizás su última razón de ser— descansen sobre quien, como Rodríguez Zapatero, ha demostrado tan escasa pericia en la gobernación del país y la resolución de las tribulaciones que le inquietan. Si ha tenido en cuajo de reconocer que ha rendido el Estado de Derecho ante una piltrafa en gayumbos, qué interés nacional no habrán rendido sus emisarios en esas fantasmagóricas reuniones que sus emisarios están teniendo con el lado oscuro de la fuerza. Un vértigo casi insuperable ha de recorrer cualquier sesera sensata ante el oprobio que puede estar fraguándose en esa mesa de negociación.
Sorprende, sobre todo, el cuajo presidencial al anunciar cómo De Juana a sojuzgado al sistema. Definitivamente, parece que a Rodríguez Zapatero la visita al viejo caserón de la plaza de la Marina Española le sienta fatal. Fue allí donde profirió la simpleza de que el concepto de nación «es discutible y discutido». Seguramente, en la grada de preferencia del estadio de la Ponferradina no se habla de otra cosa. Uno escucha al presidente del Gobierno en la tribuna de las Cortes y se le viene a la cabeza la imagen de Zapatero en la tribuna del Toralín, con la bufanda del equipo local enroscada al cuello, comiendo pipas y pontificando sobre el doble pivote y los medioscentro que «caen en banda». Y el Estado, en el entretanto, incendiado, con una brecha social de cada vez más difícil sutura y con el presidente reconociendo que un tipo en calzoncillos le ha hincado de hinojos.

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