lunes, julio 30, 2007

Jose Javaloyes, Cisneros, una generacion

lunes 30 de julio de 2007
Cisneros, una generación José Javaloyes

Aquello que se llamó “el espíritu del 12 de febrero”, referido al aire de cambio que llevaba el discurso de Carlos Arias Navarro ante las Cortes después del asesinato del almirante Carrero Blanco, discurso que a Gabriel Cisneros le fue dado redactar a su propio aire por expreso encargo de Antonio Carro, ministro entonces de la Presidencia, puede entenderse como algo representativo del aire mismo de una concreta generación española. La constituida por quienes nacimos entre el comienzo de nuestra Guerra Civil y el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Fue aquello un aire y un viento que, desde dentro y desde afuera del Régimen, alentaba la esperanza de que la libertad política, cicatrizadas las heridas de la Guerra Civil, levantara de una vez el vuelo. Aunque junto a la esperanza de una apertura del sistema estaba el peso de una diversa frustración entre todos compartida, ante la evidencia de que ese propio aire no bastaba para que el esperado vuelo de las libertades políticas fuera posible. El inmovilismo más recalcitrante hacía el vacío.
Mucho antes del atentado mortal contra el almirante Carrero Blanco, que determinó al cabo la llegada de Carlos Arias a la presidencia del Gobierno —porticada ante las Cortes con el discurso fabulado por Cisneros—, esa misma generación a la que éste pertenecía se había quebrado políticamente en 1956, con el estallido de la protesta estudiantil contra el Régimen. Protesta instrumentada —incluida la muerte de un estudiante— por parte de una facción del propio sistema (de lo que todavía no se ha escrito la historia). Se quiso inducir con ello una “noche de cuchillos largos”, para echar siete llaves al sepulcro de toda apertura y cualquier cambio, cargando la responsabilidad sobre los falangistas.
Si Cisneros se había aventurado a proponer un texto expresivo de lo que muchos pensábamos y esperábamos en el seno de nuestra propia generación, lo que era la parte más tronante y cerrada del Régimen no tardaría en cortar el paso a toda idea de reforma.
La unidad generacional, aun partiéndose políticamente frente al aborto del asociacionismo como transición primera hacia los partidos que vendrían al “cumplirse las previsiones sucesorias”, fue una coherencia que subsistió. Y lo hizo en términos cabría decir que existenciales, cuando tales previsiones se cumplieron a la muerte de Franco.
El tiempo consumido por el debate del proyecto de Ley para la Reforma Política, y el desarrollo de ésta, es el breve tranco histórico en el que la generación ideológicamente escindida en dos partes, como suele ocurrir a cuantas generaciones crecen en el tiempo de un populismo —sea éste de izquierdas como el que ahora cursa en Venezuela y pretende rebrotar en Argentina, o sea de derechas, como el régimen también autoritario del 18 de Julio—, fue el tiempo y la ocasión, digo, que permitió demostrar cómo la unidad generacional subsistente aportó políticamente lo necesario para que la Transición fuera posible. Y con la Transición, previamente, la Constitución de 1978, en la que Gabriel Cisneros tuvo participación tan destacada y por todos reconocida.
Ganaron al cabo quienes entendieron que la salida mejor estaba en la reforma y no en la ruptura, dentro de una apuesta en común frente a la involución y contra la revancha. Ese pacto, mecánicamente, saltó por los aires, el 11M, en el conjunto de la catástrofe.
Pero aun así, no se entiende apenas que el presidente del Gobierno haya tomado de la forma que lo ha hecho una vela en el entierro de Gabriel Cisneros, cuando la política del tomador es la más antitética de cuantas quepa concebir frente a la que éste representó, política y generacionalmente.
Y la representó no sólo en el resultado que al cabo se obtuvo en forma de Constitución, sino por el aire mismo en que germinó el esfuerzo y el mérito histórico de toda una generación de españoles que Gabriel Cisneros tan cabalmente resumía. Descanse en paz el compañero, colega y amigo.
jose@javaloyes.net

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