martes, julio 31, 2007

La memoria historica de los hijos de Ignacio de Loyola

La memoria histórica de los hijos de Ignacio de Loyola
31.07.2007 -
BORJA VIVANCO DÍAZ

Hace 75 años la II República decretó la expulsión de los jesuitas de todo el territorio nacional. Hoy, en la fiesta de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, es oportuno recordarlo. La propia Constitución de la II República consagraba en uno de sus artículos el exilio de la Compañía de Jesús: «Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado». Que, a diferencia del resto de congregaciones religiosas, los jesuitas pudiesen optar a un cuarto voto de obediencia al Papa, que además de ser cabeza de la Iglesia católica es el jefe de un Estado soberano extranjero (El Vaticano), sirvió de pretexto para justificar su expulsión, al inicio de la turbulenta II República.Hoy nos parecería inverosímil que un grupo de alrededor de cuatro mil españoles, en razón de su afiliación a una organización religiosa determinada -en este caso la Compañía de Jesús-, fueran obligados a marchar al exilio y que sus bienes fueran nacionalizados. Pero cuando la II República se proclamó, todo hizo entrever que los jesuitas iban a ser, de inmediato, las primeras víctimas de la marea anticlerical que la izquierda política española promovía desde mucho tiempo atrás. Desde luego, no fue la primera vez que los jesuitas eran obligados a abandonar España, por decisión del gobierno de turno. El siglo XIX fue un ir y venir de jesuitas, como resultado de consecutivas expulsiones y readmisiones, a ritmo básicamente de la muy española alternancia de ejecutivos liberales y conservadores.En 1932, la Compañía de Jesús y la jerarquía eclesiástica acataron el decreto de la II República que enrareció, aún más si cabe, el clima político. Ahora bien, ni mucho menos todos los jesuitas se exiliaron, ya que la mitad de ellos permanecieron de forma semiclandestina dentro de España y, por lo general, vestidos con hábito religioso. Muchas veces, como era común por ejemplo en el País Vasco, estos jesuitas contaron con la complicidad de las autoridades civiles o de las fuerzas de orden público, a pesar de que su permanencia en España era ilegal. Puntualmente, eso sí, la Compañía de Jesús envió camino de la frontera a sus novicios y estudiantes, acompañados por sus formadores. Todavía se cuenta, entre nosotros, un pequeño grupo de jesuitas vascos nonagenarios y retirados hace ya unos cuantos años que, siendo jóvenes, debieron continuar sus estudios fuera de España, como consecuencia del decreto de expulsión de la II República.Lo cierto es que el hecho de que un buen número de jesuitas marchasen fuera de España o que otros muchos continuaran residiendo en nuestro país casi de incógnito evitó que la cifra de miembros de la Compañía de Jesús víctimas de la persecución religiosa, durante la Guerra Civil, fuera más elevada. Así y todo, se contabilizan 118 jesuitas asesinados por el bando republicano. Ninguno de ellos será beatificado en la macro ceremonia que se celebrará en Roma en el mes de octubre. La Compañía de Jesús ha sido una de las congregaciones religiosas que no ha fomentado los procesos de beatificación.Los debates en el Congreso de los Diputados, previos al decreto de expulsión de los jesuitas, fueron acalorados y elocuentes, como era habitual entonces y como pocas veces ocurre en nuestros días. Los diputados vascos y navarros, que pertenecían a las filas nacionalistas y carlistas, sobresalieron por su pertinaz defensa de la orden religiosa que su paisano Ignacio de Loyola fundó en la primera mitad del siglo XVI. En el transcurso de los siglos, no dejaron de circular leyendas negras acerca de la Compañía de Jesús. Incomprensiblemente, en el siglo XVII los jansenistas y su respetado representante Blas Pascal -todos ellos católicos- no cejaron de calumniar a los jesuitas, con quienes en realidad sólo divergían a nivel filosófico o de teología moral. Poco después, los ilustrados se empecinaron en que los jesuitas fueran expulsados de los reinos borbones, hasta lograrlo. Los ilustrados querían sustituir la influencia jesuita en el terreno educativo e intelectual por la suya propia. Llegaron a conseguir, incluso, que el débil Papa Clemente XIV disolviera la Compañía de Jesús, aunque volvió a resurgir unas pocas décadas más tarde. En el siglo XVIII, los liberales contemplaban en la Compañía de Jesús uno de los pilares del absolutismo del Antiguo Régimen. En España concretamente, los liberales percibían a los jesuitas, casi siempre, del lado carlista. Y llegado el siglo XX, como cabría esperar, el anticlericalismo de la izquierda vertió todo su odio, en primer lugar, contra la Compañía de Jesús. Con estas palabras el parlamentario vasco Marcelino Oreja, poco después asesinado, se enfrentaba en el Congreso de los Diputados a quienes postulaban el exilio de los jesuitas: «Esto es lo que tenéis: odio a la Iglesia, a la que veis representada en la Compañía de Jesús (...). Vosotros veis en la Compañía de Jesús (...) esa formación de carácter, de hombres viriles y enérgicos, de hombres llenos de convicciones y amantes del estudio y de la cultura».Algunos de quienes defendieron la expulsión de la Compañía de Jesús justificaban su actitud, entre bastidores, como un mal menor para evitar el exilio de todas las congregaciones religiosas. Hubo republicanos que abogaban, abiertamente, por la disolución de todas las órdenes de la Iglesia católica, aunque jamás se detenían a explicar, por ejemplo, cómo habría podido sustituirse la ingente labor asistencial de muchas de ellas en toda España, a través de los hospicios y hospitales que regentaban, casi siempre con pocos fondos y mucho esmero.La política antirreligiosa -no sólo anticlerical- de la II República abrió una brecha insuperable entre los españoles. Millones de cristianos, de muy diversas condiciones, que veían en la II República una oportunidad para la modernización y democratización de España quedaron pronto desengañados por su insistencia en enfrentarse a la Iglesia católica. El mismo Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la II República, fue uno de ellos. La II República no buscó una sana separación entre el Estado y la Iglesia católica, sino que injustamente fue más allá, al poner en cuestionamiento la propia libertad religiosa. La expulsión de los jesuitas, tipificada en el propio articulado de la Constitución republicana, representó uno de los exponentes más claros de esta situación. La II República se condenó a sí misma cuando no quiso respetar las creencias religiosas que la mayoría de los españoles, de manera tibia o ferviente, continuaban profesando. Quien más quien menos, casi todos los líderes republicanos consideraban a la Iglesia católica como enemiga de sus intereses. En aquellos tiempos, creo honestamente que tiende a ocurrir también ahora, la izquierda política española era, de toda Europa, la que revelaba el discurso más laicista y anticlerical.En 1938, en plena Guerra Civil, la Compañía de Jesús fue restituida oficialmente en el territorio controlado por las tropas nacionales. No faltaron los superiores jesuitas que loaron a Francisco Franco por tomar esta decisión. Nada más terminar la guerra, la Compañía de Jesús se brindó a ofrecer misas por Franco, incluso cuando llegase la hora de su muerte. Hubo algún jesuita que se apresuró a recordarlo en 1975, cuando Franco falleció. Pero la Compañía de Jesús de los años 70 era muy distinta de aquella otra, que acababa de retornar del exilio o de abandonar la clandestinidad. La Compañía de Jesús, llevada desde el final del Concilio Vaticano II (1962-65) de la mano de uno de los jesuitas expulsos en la II República, el vasco Pedro Arrupe, apostaba desde muchos de sus colegios o parroquias, desde sus universidades y más aún desde su Misión Obrera, por la democratización del país.Al igual que en los albores de la II República, durante los últimos años del franquismo cada vez más jesuitas trabajaban en la clandestinidad. Pero esta vez lo hicieron voluntariamente para movilizarse por el cambio político, junto a sindicalistas y políticos de todos los tintes. El recordado José María Llanos, que pasó de capellán de Falange a militante del Partido Comunista de España, se desveló como arquetipo exagerado de la evolución de los jesuitas durante el franquismo. Paradojas de la historia, de las que tienden a ser protagonistas con mayor facilidad las organizaciones que, como la orden religiosa creada por Ignacio de Loyola, llevan ya unos cuantos siglos de recorrido.

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