martes 31 de julio de 2007
Catástrofes no naturales
POR JOSÉ MARÍA GARCÍA-HOZ
EL sábado pasado se cumplió un año del colapso en el aeropuerto barcelonés de El Prat: decenas de miles de pasajeros en tierra, centenares de vuelos anulados, caos en la mitad del espacio aéreo europeo ¿Se acuerdan? La ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, en sede parlamentaria, tuvo la caradura de asegurar que si unos trabajadores desalmados ocuparon las pistas causando daños irreparables a miles de personas, ante la pasividad de la policía nacional y autonómica, se debió a la irresponsabilidad de Iberia.
Dentro de otros doce meses se cumplirá el primer aniversario del gran apagón eléctrico de Barcelona. Aunque mis dotes proféticas son nulas, me sobra sentido común y experiencia para asegurar que ni aún entonces se habrá llegado a dilucidar la responsabilidad de fiasco tan gigantesco. Hace dos años un voraz incendi0 asoló parte significativa de la provincia de Guadalajara, y, lo que es peor, el mal funcionamiento de los servicios contra incendios provocó once víctimas mortales. En este caso, una única y vaga responsabilidad fue adjudicada a la consejera de Medio Ambiente de la Comunidad de Castilla-La Mancha: cesó en su puesto y, sin solución de continuidad, se le asignó un suculento destino de libre designación en la Administración Central del Estado; el traslado, más que un castigo, pareció un premio.
No trato de formular una relación exhaustiva de las catástrofes producidas por errores humanos de servidores públicos, sino destacar la habilidad que todos ellos demuestran para, como los malos toreros, aliviarse en cuanto ven que pueden ser responsabilizados de un error con graves consecuencias. Las sentencias populares de «el que la hace, la paga» o «el que rompe, paga» carecen de validez si se tratan de aplicar a cargos públicos a partir de un determinado nivel. Mejor para ellos y peor para los demás.
A base de tantos ejemplos de poderosos en general, y de políticos en particular, que se van de rositas, a pesar de haber incumplido las obligaciones inherentes a la responsabilidad de su puesto, seguramente la sociedad española ha llegado a asimilar ese escepticismo a partir del cual se pierde la conciencia de las obligaciones que comporta vivir en sociedad; la solidaridad, por ejemplo, es percibida como una virtud reservada a los jóvenes que quieren viajar a países pobres; el esfuerzo en el estudio o en el trabajo, el amor por la obra bien hecha, se juzga como propia de ambiciosos pringadillos que no se contentan con ir tirando, o carecen de un buen mentor que les apadrine una brillante carrera política. El panorama se muestra, desde luego, desolador, pero bastante explicable desde el momento en que resulta notorio que el que la hace no la paga y el que rompe no paga. Si actuar mal tiene consecuencias no muy diferentes a actuar bien ¿qué importa actuar bien o mal? Lo dicho: sólo los pringadillos con convicciones propias se esfuerzan por actuar bien.
Además de los políticos que rechazan cualquier responsabilidad penal, civil o política ante estas, llamémoslas así, catástrofes no naturales, hay otra característica común a todas ellas: que el dinero nunca ha faltado. La ministra de Fomento, al tiempo que denunciaba la responsabilidad de Iberia, anunciaba que AENA adelantaría las indemnizaciones; el presidente de la Generalidad, ha asegurado con voz tronante que la multa a Endesa puede ser histórica y que las indemnizaciones a los damnificados por el apagón se adecuarán a la gravedad del fallo. Según creo, las familias de las víctimas del incendio de Guadalajara también han percibido la correspondiente ayuda económica.
Pero ninguno de los políticos responsables -en este caso sería más apropiado denominarlos como «irresponsables»- que se han apresurado a soltar el dinero público ha tenido el gesto más propiamente humano de acercarse a los damnificados y compartir con ellos su angustia y su dolor. Sería impresentable que los daños no fueran paliados con indemnizaciones económicas lo más generosas posibles, pero el dinero no lo es todo. Allí donde la generalidad de los políticos solo ven electores hay personas y, aunque ellos no sean capaces de percibirlo, el anonadamiento ante la desgracia también necesita el calor del abrazo y la comprensión.
josemaria@garcia-hoz.com
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