martes 31 de julio de 2007
INMIGRACIÓN
"Queridos norteamericanos"
Por Larry Elder
Estimados norteamericanos: Entré en vuestro país ilegalmente. Hace unos años, pagué miles de dólares a un coyote para que me pasara desde la frontera mexicana. Infringí la ley. Lo hice por desesperación. Estaba desesperado por dejar atrás un país corrupto cuyas políticas económicas socialistas hacían imposible que mantuviera a mi familia como es debido.
La mayor parte de nosotros, los ilegales, venimos a los Estados Unidos para ganarnos la vida; y somos muchos los que mandamos remesas a los países que dejamos atrás. De hecho, la economía mexicana depende de las remesas, y se vendría abajo si se quedara sin ellas.
No escribo esto, querido pueblo norteamericano, para justificar mi entrada ilegal, sino para explicarla.
Aunque yo dejé a mi esposa y a mis hijos atrás, sé que otros ilegales penetraron en los Estados Unidos con la intención de tener hijos aquí; son los denominados "bebés ancla". De acuerdo con las leyes norteamericanas, estos niños acceden automáticamente a la ciudadanía, y, por tanto, a las prestaciones sociales.
Puedo comprender que sintáis rabia por que, de esta manera, otras gentes se aprovechen de vosotros. A fin de cuentas, los extranjeros no hemos contribuido a financiar las infraestructuras y los programas sociales, los servicios sanitarios y educativos, de que tanto beneficio obtenemos.
Los estudios no se ponen de acuerdo a la hora de evaluar lo que costamos los ilegales: unos dicen que somos muy onerosos; otros, que nuestro duro trabajo alivia la carga que ha de soportar el contribuyente norteamericano, dado puede disponer de unos bienes y servicios más baratos. Sea como fuere, de lo que no cabe duda es de que la primera generación de "ilegales" recoge más de lo que cosecha. Además, nos saltamos la línea que han de cruzar quienes tratan de ingresar en el país cumpliendo los requisitos estipulados, y representamos una amenaza para los trabajadores norteamericanos no cualificados. Una vez más, entiendo que estéis furiosos.
Cuando la Cámara de Representantes aprobó la comúnmente denominada Sensenbrenner Bill, con lo que convirtió en crimen el ingreso ilegal en los Estados Unidos, muchos de mis colegas ilegales tomaron las calles. Algunos enarbolaban banderas mexicanas. Los hay que rechazan abiertamente aprender inglés –con independencia del tiempo que lleven aquí–. Los hay, incluso, que exigen que se implanten programas de "educación bilingüe" en centros donde se habla inglés. Esos ilegales que se echaron a la calle clamaban por "nuestros derechos". Y yo me pregunto: ¿qué derechos?
Esa noción de los derechos os saca de quicio, comprensiblemente. He escuchado a muchos de mis colegas ilegales decir: "Yo no crucé la frontera; la frontera me cruzó a mí". Cuando éramos niños, en la escuela nos enseñaron que los Estados Unidos "robaron" el suroeste de su actual territorio, Texas y California incluidas. Así que muchos de los ilegales creen, absurdamente, que cruzar la frontera y entrar en los Estados Unidos representa la "reconquista" de unas tierras que nos pertenecen tanto legal como moralmente hablando. En este punto, no importa que las fronteras de la mayoría de los países se hayan trazado y retrazado al albur de las guerras, las conquistas, las colonizaciones, y que Estados Unidos no haya sido una excepción...
Estimados norteamericanos:
Dado que vuestro país, al contrario de lo que hace el mío, no vigila exhaustivamente sus fronteras (México tiene el Ejército desplegado en su frontera con Guatemala), los ilegales procedentes del sur del Río Grande dejan montones de desperdicios en la frontera, violan los derechos de propiedad de los norteamericanos que residen en la zona y, a veces, amenazan a los granjeros del lugar. Por otra parte, los narcotraficantes mexicanos introducen en los Estados Unidos personas, drogas y armas, y hacen mofa de la integridad territorial de vuestro país.
Hay ilegales que cometen crímenes en vuestro país. Pesan órdenes de deportación sobre 600.000 de ellos. Otros se encuentran en prisión. Todo esto representa un gran coste para vosotros, los contribuyentes norteamericanos. No sólo pagáis con dinero; a veces pagáis con la vida. Así las cosas, quisiera deciros, de nuevo, que encuentro vuestra rabia justificada, y que lo siento.
Los Estados Unidos son un faro de libertad. Contribuyeron a la derrota del fascismo y el nazismo en la II Segunda Guerra Mundial, así como a salvar al mundo del comunismo –durante la larga y cara "Guerra Fría"–. Ahora se están dejando la piel y la cartera en la guerra contra el terrorismo islamofascista. Es por esto último, además de por cuestiones de índole económica, que los Estados Unidos deberían vigilar sus fronteras.
Por último, quisiera dar las gracias a vuestro país, los Estados Unidos de América. Lo bendigo por permitirnos entrar en su territorio y ganarnos el pan, algo que no podíamos hacer en nuestros países de origen. Lo bendigo por no habernos deportado, por permitir que nos aprovechemos de las oportunidades que nos brinda en materia de educación, sanidad y demás prestaciones sociales.
Así pues, cuando debatáis sobre inmigración, comprended, queridos norteamericanos, que nuestra intención es aceptar lo que acordéis. Esperemos, y rogamos por ello, que vuestra amabilidad y generosidad nos permita quedarnos, al menos al mayor número posible. Si me permitís quedarme, mi intención es mostraros mi gratitud trabajando duro y mostrando mi aprecio, para que un día pueda llamarme a mí mismo "norteamericano".
Os saluda atentamente,
Un inmigrante ilegal.
(Di mi conformidad a esta traducción).
NOTA DEL AUTOR: Ésta es la carta que todavía no ha escrito un solo inmigrante ilegal.
© Creators Syndicate Inc.
martes, julio 31, 2007
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