martes 31 de julio de 2007
YO ME CONFIESO A VOS
Félix Arbolí
Y O me confieso a vosotros, porque no me hace falta hacerlo a Dios, ya que Él conoce mejor que yo mismo todas mis luchas e interioridades, que soy un tipo raro y difícil de comprender. Lo confieso humildemente. Un hombre inconstante en muchas cuestiones, en las que debería ser como una roca, impulsivo como ese joven que se inicia en sus devaneos amorosos y con la sinceridad de un ingenuo mortal que no cree que está en un mundo de lobos, donde la mentira, la hipocresía, el excesivo halago y la sonrisa estereotipada son el pan nuestro de cada día, como se rezaba en el antiguo “Padrenuestro”. Ignoro si continuará así en el moderno. Aclaro que para mí escribir no es un arte, (¡qué más quisiera!), pero tampoco un simple divertimento, sino auténtica necesidad de desahogo. Desde pequeño, en esos cuadernos de 10 céntimos que comprábamos para el “cole” y los borradores de nuestras cartas amorosas, me ha gustado, mejor dicho, me he sentido impulsado a reflejar mis pensamientos, opiniones y sucedidos de cada día. No sé donde andarán esas reflexiones y consideraciones que tanto me agradaría poder releer ahora y comprobar en que he acertado, me he equivocado, he logrado y he fracasado. Posiblemente, en un balance provisional, a vuela pluma, serían más abundantes las decepciones que logros. De siempre, también, me ha gustado la poesía. Pero la tradicional y clásica, con sus rimas, medidas y versos contados. No este batiburrillo que existe ahora y premian con los máximos honores y que uno ni sabe interpretar, ni encuentra medidas, ni tienen a mi entender el lirismo indispensable. Todo cambia y volvemos al filósofo. Aunque bajo mi prisma de sinceridad a peor. Hasta los más portentosos inventos de la Ciencia y la Humanidad, salvo honrosas y muy dignas excepciones, tienen más de destructivos y catastróficos, que de beneficiosa influencia para el ser humano. No me detengo a señalarlos, ya que haría innecesariamente largo y alarmante este artículo. Me figuro que será empeño fácil para el avispado lector hacer un breve recorrido por los mismos. Siempre he sido una persona tremendamente sensible y susceptible. Ese ha sido y es mi gran defecto. Lo recuerdo desde que tuve uso de razón y empecé a darme cuenta de que muchas cosas que ocurrían en mi entorno, a pesar de mi corta edad, me herían y mortificaban, aunque fuera ajeno a sus posibles circunstancias. Especialmente, cuando mi existencia cambió al dejar de ser un niño feliz y de familia acomodada, lleno de caprichos, a convertirme en un pequeño carente en ocasiones hasta casi de lo necesario. La muerte de mi padre y su acendrada honradez e inocente postura ante la vida, nos dejó en la ruina y nuestra desahogada posición familiar, pasó a convertirse en inesperada y desconocida pesadilla. Y ese cambio, tan brusco en un niño que sólo tenía cuatro años, marcó el resto de mi vida. Más aún, teniendo que frecuentar y alternar en un ambiente que, desgraciada o afortunadamente, vaya usted a saber, ya no era el que nos pertenecía. He sufrido muchos desplantes, miradas humillantes, (los críos son crueles), envidias ante el lujo y la prosperidad del compañero de pupitre y toda esa retahíla que te endurece, te hace rebelde y te dan ganas de no haber nacido. Antes de los catorce años, la idea del suicidio me había rondado en varias ocasiones. Sólo me detenía mis convicciones religiosas. Estoy hablando de un Félix que pocos conocen, ni aún siquiera mi familia se percataba de ese duro trance que estaba padeciendo, porque dada mi edad creían que no era consciente de la verdadera situación. Y siguen ignorándolo, a excepción de mi mujer e hijos, ya que no son muy dados a ordenadores y chateos y los que lo hacen buscan páginas especializadas en sus respectivas profesiones. El título de mi artículo justifica estas confidencias que hoy, pasados los años en los que pudieran repercutirme o afectarme, no tengo reparo en reconocer. He sido un hombre superactivo en grado sumo que, posiblemente en otra época, con otro tipo de carácter más dado al cobeo y a la trepa, me hubiese servido para algo más. En el fondo, he de reconocer que no estoy satisfecho con mi vida y sus logros. Aparte del aspecto familiar, donde me encuentro perfectamente realizado y satisfecho, no me siento a gusto con ser el cuarto o quinto anillo del gusano, y que no acierta a distinguir la cabeza que le precede. He tenido momentos gozosos, amigos abundantes, - que huyeron como las ratas del barco que va a naufragar, cuando dejé de tener influencias en los “papeles impresos”-, y hasta homenajes populares de mi barrio. Como el Tenorio, a los cielos subí y a los infiernos bajé. Pero mis luchas, horas robadas a la familia y al sueño, empeños en ayudar a los que iniciaban su andadura profesional, la honestidad de no aceptar sobres por un trabajo que nunca debe ser objeto de soborno y todo ese amor y entusiasmo que puse en la apasionante aventura de escribir, no me ha compensado en alcanzar los niveles sociales y económicos que otros, con menos bagaje y más escasa dedicación, han alcanzado y hoy lo disfrutan. Puede, y así lo he pensado más de una vez, que el fallo esté en mi, en mis posibles y escasas habilidades literarias y en ese puñetero afán de llamar a las cosas por su nombre, sin darme cuenta de que un poco de genuflexión ante el poderoso, sobarle delicadamente la espalda y reírle sus chistes malos, tiene más eficacia y mejores resultados que el de andar siempre sin salirse de la línea, aunque éste no nos lleve a ninguna parte. Me duele enormemente sentirme aislado o tratado con indiferencia. Soy animal social y deseo sentirme conectado con el ambiente y con los amigos de una forma constante y verdadera. Me remuerde la conciencia cuando de forma involuntaria, debido a mi defectuoso afán impulsivo, digo algo que posteriormente me doy cuenta que ha podido herir a alguien, incluso al considerado enemigo o adversario. Huyo de los enfrentamientos y las controversias, no por cobardía que no me asustan contiendas limpias y justificadas, sino por evitar que compañeros, amigos o simplemente conocidos, el prójimo en general, pierda un tiempo que tenemos limitado en absurdas peleas, malas interpretaciones o afanes de enemistad que a nada bueno conducen y en la mayoría de los casos pueden afectar negativamente al más inocente. Por eso no puedo soportar que una frase, palabra o comentario hecho en un momento de ofuscación, dañen algo tan bonito y grato como la lealtad, el buen entendimiento y la amistad con persona determinada y apreciada. Con este artículo quisiera borrar los males u ofensas que he podido causar y que me temo, dado lo expuesto, seguiré causando con algunos de mis artículos o comentarios del foro. Gracias amigos y perdonen que un asunto tan meramente personal e íntimo, ocupe un espacio que pertenece a temas de verdadera actualidad.
martes, julio 31, 2007
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