martes 31 de julio de 2007
José Javaloyes
El último corsario del Mediterráneo espera al fondo del golfo de Sirte a que entren incautos de las más variadas especies, atraídos todos por las luminarias de sus pozos y los petrodólares sin fin que de ellos manan sin cesar.
Pueden ser empresarios de las obras públicas, que se quedan sin percibir la mitad de los pagos, o profesionales de cualquier menester, a los que el sistema estafa, o a los que el régimen encarcela e incluso condena a muerte, como ha sido el caso del equipo sanitario (cinco enfermeras y un médico palestino) al que se tomó como chivo expiatorio ante el contagio de sida sufrido por centenares de niños libios en hospital de Bengasi, infectados a su vez por la impericia y el despilfarro chapucero en esa merienda de beduinos que es el emirato gadafiano.
El régimen de Tripoli, o deja sin blanca a los empresarios que cayeron un día en la red, o exige a la comunidad internacional el rescate de los rehenes a precios tales como los satisfechos por Francia, también codiciosa y deslumbrada por las luminarias del oro negro. Dispuesta por ello, además de por la explotación del uranio existente en el país, a suministrar los componentes de una central nuclear con que alimentar las plantas de desalación de agua del mar. Una planta de propósito inocente igual que la entregada un día a Sadam Husein y que la aviación israelí destruyó porque la dictadura del Baas se apoyaba en ella para comenzar una carrera hacia el uranio críticamente enriquecido igual a la que ahora discurre en Irán.
En ese concreto contexto, el ecologismo francés, que no tiene manera de meterle el diente al “todo nuclear” existente en su país, se carga de razón, lo mismo que el resto de la izquierda, denunciando el peligro que supone poner la energía nuclear en manos de una dictadura enloquecidamente arbitraria como la del coronel Gadafi.
Pero lo más delirante de la crónica libia en las actuales circunstancias es la iniciativa que ha tenido de acusar al Gobierno de Bulgaria de “violar el Derecho Internacional”, por haber indultado y puesto inmediatamente en libertad a las enfermeras búlgaras y el médico palestino, ocho años encarcelados y dos veces condenados a muerte por la masiva infección de niños con el virus del sida. Pretendía la demencia del régimen líbico que Bulgaria, lo mismo que la entera comunidad internacional, dieran por buena y ajustada a derecho su resolución judicial, carente de todo tipo de garantías procesales.
Sin embargo, pese a esa aberrante pretensión de que la cadena perpetua se cumpliera en el país de origen de las enfermeras, lo cierto es que con el escándalo internacional que han organizado les ha sido posible romper la costra de aislamiento internacional en que se encontraba el régimen gadafiano.
A principios del siglo XXI, es lo más cierto, la actividad corsaria en el Mediterráneo sigue existiendo como en los siglos XVI y XVII. Habrá que enviarles al capitán Alatriste para que les meta en cintura.
jose@javaloyes.net
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