lunes 30 de julio de 2007
Diálogos con el maestro. La justicia (2)
Continúo transcribiendo algunos trechos que anoté entre 1982 y 1986 acerca de mis conversaciones con J., mi amigo y maestro en la Tradición de RAM. Decidí provocarlo citando un texto budista que habla sobre las seis dificultades de vivir en una casa: da trabajo construirla, aún más trabajo pagarla, hay que repararla constantemente, el Gobierno la puede confiscar, siempre está llena de visitas y huéspedes no deseados y sirve de escondrijo para actos reprobables. Según el mismo escrito, existen seis ventajas de vivir bajo un puente: se puede encontrar fácilmente, el río nos enseña lo pasajera que es la vida, no nos despierta una sensación de codicia, no necesita cerca, siempre pasa por allí alguien nuevo para conversar y no hace falta pagar alquiler. Acabé diciendo que se trataba de una bonita filosofía, pero que, al menos en mi país, cuando vemos personas viviendo bajo los puentes o viaductos, llegamos a la conclusión clarísima de que este texto está equivocado. J. respondió:–Es verdad que el pensamiento es bonito y también es cierto que, en nuestro contexto, está muy equivocado. Sin embargo, tampoco debemos por eso alimentar nuestra culpa. Nos llegamos a sentir culpables por todo lo que somos, incluso por nuestro salario. Todo sirve de excusa para sentir culpa: nuestras opiniones y experiencias, nuestros deseos ocultos y nuestra manera de hablar y hasta el hecho de tener determinados padres y hermanos. ¿Y cuál es el resultado? La paralización. Nos da vergüenza hacer cualquier cosa diferente a lo que los otros esperan. No exponemos nuestras ideas, tampoco pedimos ayuda. Nos justificamos diciendo: «Jesús sufrió, y el sufrimiento es necesario». No obstante, aunque Jesús pasó por muchas situaciones de sufrimiento, nunca pretendió permanecer anclado a ellas. No se debe disculpar la cobardía con argumentos de este tipo o el mundo entero se quedará bloqueado. Por eso mismo, si ves a alguien bajo un viaducto, ve a ayudarlo, porque forma parte de tu mundo.–¿Y qué se puede hacer para cambiar eso?–Ten fe. Cree que es posible, y empezará a cambiar toda la realidad que te rodea.–Nadie puede asumir esta tarea en solitario y veo que la mayoría de las personas no tiene fe suficiente.–A veces criticamos la falta de fe de los otros. No somos capaces de entender las circunstancias en las que se perdió esta fe ni intentamos aliviar la miseria de nuestro hermano, cuando justamente esta extrema pobreza genera, a su vez, cierta rebeldía contra Dios e incredulidad en el poder divino. En el siglo XIX, el humanista Robert Owen recorría el interior de Inglaterra hablando de Dios. En aquella época era muy frecuente recurrir a la mano de obra infantil en trabajos pesados, y Owen se detuvo cierta tarde en una mina en la que un chaval de 12 años, desnutrido, cargaba un pesado saco de carbón.–Estoy aquí para ayudarte a hablar con Dios –le dijo Owen.–Muchísimas gracias, pero no conozco a este señor. Debe de trabajar en otra mina –fue la respuesta del chico. ¿Cómo pretender que un niño, en estas condiciones, pudiese creer en Dios? Devuelvo la pregunta: ¿cómo podría ser esto posible?–Además de fe, debes tener paciencia. Comprende que no estás solo al desear que la justicia celeste se manifieste también en esta tierra. En la Edad Media, las catedrales góticas eran construidas por varias generaciones. Este esfuerzo prolongado ayudaba a sus participantes a organizar el pensamiento, a agradecer y a soñar. Hoy, el romanticismo ya no existe, pero el deseo de construir permanece en muchos corazones. Es cuestión apenas de mantenerse abierto para acabar encontrándose con las personas adecuadas.
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