lunes 30 de julio de 2007
Un embajador para una gran efeméride
EL regreso de una personalidad como Felipe González a la vida pública, aunque sea como embajador extraordinario para una conmemoración histórica, representa toda una novedad, una experiencia poco corriente en los usos políticos de España. Siempre ha de ser bueno que los antiguos dirigentes políticos puedan seguir poniendo a disposición del interés público sus conocimientos y experiencia, más allá del mandato de Gobierno, en grandes actividades institucionales, como en este caso es la conmemoración del bicentenario de la independencia de las repúblicas americanas. Por buena que pueda ser la elección de Felipe González, ésta se ha hecho siguiendo los usos del Gobierno de Zapatero: casi por sorpresa, sin mucho consenso -ni en España, ni en América- y dando la impresión de que en realidad puede haber otras razones, mas domésticas, para darle una ocupación institucional al ex presidente. Puesto que lo verdaderamente útil de esta efeméride es que la conmemoremos juntos, iberoamericanos y españoles, es preciso que un máximo de actividades y de celebraciones sean preparadas conjuntamente, a ser posible en el marco de las cumbres iberoamericanas.
Prácticamente todos los países de la América hispana acogieron a lo largo de este último siglo a millones de emigrantes españoles, que buscaban allí horizontes que no encontraron en España. Hoy son los hijos de aquellas naciones los que, por miles, vienen a vivir entre nosotros, de manera que contribuyen al desarrollo económico de su nuevo país de adopción y, de paso, al alivio de las carencias de las repúblicas del otro lado del Atlántico. La España de hoy es un socio fraternal y constructivo de las pronto bicentenarias repúblicas, que en muchos casos han abandonado el infierno de la crisis económica con la ayuda y las apuestas, a menudo arriesgadas, de las empresas españolas. Es ese pasado común el que nos permite ahora tejer esas nuevas relaciones, más sanas, de igual a igual y en libertad. La principal labor de Felipe González tendrá que ser, así, promover el realce de aquello que nos une, que es mucho más importante que lo que nos pudo haber separado en el pasado.
La conmemoración de las independencias americanas no tiene por qué ser ocasión de hablar de las batallas: los aspectos traumáticos de la efemérides se dieron ya por saldados hace cien años, en las conmemoraciones del primer centenario, y no tendría sentido que un siglo después todavía primasen las actitudes rijosas que insisten en la mitología indigenista. Pero es un hecho que esas tendencias existen y que hay quienes las alientan con perseverancia. No hay para Felipe González misión más necesaria -y más difícil- que la de impedir que sean estos sectores los que monopolicen una conmemoración que ha de ser un momento de reencuentro feliz entre ramas que brotan de un mismo árbol.
domingo, julio 29, 2007
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