martes 31 de julio de 2007
Uruguay: ola polar Rubén Loza Aguerrebere
Mientras leía sobre lo que sucede en algunos países europeos en cuanto al sufrimiento del intenso calor y veía en TV lo ocurrido en Inglaterra y ahora en China con lluvias torrenciales, me dije que realmente lo que está sucediéndonos a nosotros, en esta alejada zona del mapa, resulta también sorprendente. Me refiero a la ola polar que está viviendo Uruguay, un hecho inusitado, que está afectando a los productores de ganado, los cultivos, y que lamentablemente ha multiplicado de manera insólita las enfermedades respiratorias, a consecuencia de lo cual los hospitales reciben —especialmente— incontable cantidad de niños, tanto que se ha solicitado el auxilio a sanatorios particulares.
Hay advertencias de nevadas en Montevideo y en la zona este del país, por ejemplo, en la ciudad de Minas, situada a 120 kilómetros de la capital, en medio de un círculo de colinas (territorio de mis ficciones literarias al que jamás imaginé nevado), así como las alertas sobre las temperaturas bajo cero, que han llegado a menos once grados, pero no un día, sino dos, tres y cuatro, siendo ahora habituales los tres grados bajo cero en los amaneceres (el de hoy, sin ir más lejos) para alcanzar una máxima de cinco o seis grados.
Sé que los lectores españoles conocen el Uruguay. No es país tropical, por cierto; baste recordar que tiene diferenciadas sus cuatro estaciones: un verano promedialmente de 30 grados, un otoño y una primavera que ronda los 20 grados y el invierno que suele situarse entre diez y doce grados.
Pero que cien kilómetros de playa (desde Rocha a Punta del Este) estén repletos de peces muertos sobre la arena es un espectáculo casi surrealista. Son de aguas tropicales, se ha dicho, aunque no sabemos bien qué hacían por esta zona.
Las autoridades, en todo el país, han tomado medidas. En Montevideo, por ejemplo, se ha dispuesto por el Ministerio correspondiente que, en las mañanas y en los anocheceres, brigadas especiales recorran zonas de la ciudad para recoger a carenciados (hay quienes no desean ser ayudados) para entregarles comida caliente y ofrecerles albergue para higienizarse, dándoles ropa limpia y cama para pasar la noche. Lo mismo ocurre en ciudades más pequeñas, estando varias de ellas en situación de crisis debido a estas sensaciones térmicas tan bajas y a las intensas heladas.
Para citar sólo un caso: el Departamento de Salto, al oeste del Uruguay, debido al frío y las heladas de junio y julio perdió 16 millones de dólares en el sector frutícola. Y los problemas derivados de la falta de forraje para alimentar el ganado se van extendiendo. La carne subió ya tres veces; lo mismo sucede con frutas y verduras.
A estos aspectos cabe agregar (y es motivo esencial de esta columna, que este escribidor había comentado personalmente a nuestro editor Germán Yanke) la sorpresa de los uruguayos —también de buena parte de argentinos, pues en Buenos Aires ha nevado— desacostumbrados como estamos a condiciones meteorológicas tan rigurosas como las que padecemos. (Mientras escribo hay cuatro grados sobre cero en Montevideo.) Esperemos que esto cambie rápidamente y podamos regresar los pesados y multiplicados abrigos, y las multicolores bufandas que adornan las calles, a sus muebles habituales.
Y es todo. Me limito a referir este cuento de invierno (hoy el país entero amaneció con temperaturas bajo cero) porque nos sorprende a todos, mientras redoblo esperanzas de que pronto a media mañana el sol comience a limpiar el cielo, dispersando nieblas y entibiándonos el cuerpo, y que entonces podamos sentir en el rostro el soplo de las antiguas brisas de doce grados centígrados de los añorados inviernos de antes.
lunes, julio 30, 2007
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