lunes 30 de julio de 2007
Buenas noches, y buena suerte
Mientras Cebrían sigue, como la monja de las llagas, enseñándonos los estigmas de su pacto de sangre con Polanco, y Pedro J. homenajea a su Carmen Iglesias para que lo haga marqués, vamos a darnos una vuelta por el salón secreto del poder, en una crónica de urgencia que muchas cosas nos puede aclarar.
No estamos en el tiempo del macartismo, pero el rasgado de vestiduras y la confusión jurídica política creadas en torno a la revista El Jueves, y a unos comentarios de Anasagasti, llaman mucho la atención porque estamos ante asuntos de escaso calado. Y a todos los que se llevan las manos a la cabeza les pondría ahora mismo una sencilla adivinanza, a ver si son capaces de dar una respuesta detallada y concreta: ¿cuál es el común denominador de los siguientes personajes, y por qué: Ruiz Mateos, De la Rosa, Conde, Prado y Alcocer? En España, los periodistas de verdad y algunos políticos —más bien pocos—, son unos santos por no haberle levantado los hábitos al gran y presunto santo de la Transición y del régimen que nació con ella, el falso santo de la partitocracia y de la gran cama redonda del poder financiero, político, policiaco y mediático. Y, si todo continúa como va, la Historia nos dirá que todo fue maravilloso aunque ésa no sea, ni mucho menos, toda la verdad. El santo de la Transición no tiene pies de carne y hueso sino peana de madera, con no pocas picaduras de las termitas de la corrupción.
Hay muchos que están en el secreto pero callan porque temen o porque están en el reparto. La ley, además, no es igual para todos, ni mucho menos, y eso ya lo decía el felipista Clemente Auger en el Café Guijón: “pero ¿sois idiotas?, la Justicia es para los ricos y para los poderosos”. Es verdad. Uno de los que estaba en el ajo, y que se fue a la tumba con esos secretos y con el riñón forrado de ambición y de poder fue Polanco, por eso le temían, y por eso Cebrián se quiere hacer con su sillón y su vara de mando, aunque lo va a tener muy difícil por más que siga pregonando su pacto de sangre con el desaparecido Jesús del Gran Poder, para imponerse al heredero Ignacio Polanco, como primus inter pares. A fin de cuentas lo que vale en todas las empresas es la propiedad, y por tanto la llave del salón de la cama redonda nacional la tienen los nuevos dueños de Prisa y no Cebrián, al que deberían echar antes de que dé un golpe de mano, que lo va a intentar con la ayuda de González, otro habitante de la cama redonda de la Transición.
De este tálamo dorado en cuyo cabecero está escrito el siguiente mensaje: “Los secretos de Estado, secretos son”. Y allí, bajo la cama donde retozan los poderosos al margen de los focos y de la ley, se guardan en un arcón los verdaderos secretos: el pacto constitucional con el franquismo, el golpe de Estado, el cese fulminante de Adolfo Suárez a punta de cañón, ciertas cuentas de la realeza, lo de los GAL, grandes líos de faldas y de pantalones gays, el pucherazo del referéndum de la OTAN, las trampas en elecciones, las negociaciones con ETA, sobre el Vaticano, el pacto de Aznar con Pujol de 1996, aquel de los editores, la guerra de Iraq, la masacre de Atocha, la boda de Letizia, la embajada americana, la relación con Marruecos, la traición del Sahara, las andanzas de nuestros espías, etcétera, etcétera.
Pedro J. lleva mucho tiempo queriendo subirse a la cama redonda del poder español pero no le dejan, no se fían de él, ni de su doble personalidad y sus extrañas aficiones, no tiene pedigrí. Quizás por eso está empeñado en ser marqués consorte de Castalldosrius (hasta se casaría) y ha conseguido que Zapatero y Rajoy, o más concretamente De la Vega y Zaplana, le aprueben en este Parlamento, de vagos y obedientes, una ley hecha a su medida, para que su santa esposa se pueda hacer con el marquesado —con grandeza de España— y un condado, a ver si así a Pedro J., con peluca rizada y vestido de petrimetre, lo admiten en la alta sociedad donde tanto le temen, pero donde nadie le quiere. Y no porque sea un gran periodista independiente, que no lo es (sólo es un activista que utiliza el periódico), sino precisamente por todo lo contrario, porque es capaz de usar el poder de la prensa para sus ambiciones y locuras. Que le pregunten, si no, a Sabino Fernández Campo, que sabe mucho, puede que demasiado (por eso lo relevaron), de lo que se cuece en la cama redonda del poder oculto español. Aznar a Pedro J. le hizo rico, le pagó en especies con el gigantesco pelotazo que le montó su entonces amigo Villalonga —con una operación triangular entre Pearson, Recoletos y Unedisa—, pero no se fiaba de él como para entregarle el gran multimedia que era de Telefónica, y ahora Zapatero le ha regalado la llave de un marquesado, que veremos si lo consigue porque la condición de ley retroactiva (para beneficiar su propio recurso) es inconstitucional.
Pero ahí está el hombre, peleando con Cebrián a ver quién de los dos se sienta en el sillón que ha dejado Polanco en la sala oculta del pretendido centro de poder español. Juan Luis enseñando sus llagas, sus estigmas del pacto de sangre que dice que tenía con Polanco; y Pedro J. contratando a Carmen Iglesias para presidenta de Unedisa, a ver si le arregla de una vez por todas a él y a su consorte las relaciones con la Casa Real. Para eso ha fichado para El Mundo a la monárquica historiadora (que habitaba ABC y cortejaba Cebrían, llevándola del brazo a la Real Academia Española), que se dejó querer por un buen puñado de dólares y que ha recabado en la presidencia de Unedisa, sin saber la doña el terreno que pisa y lo que puede suceder. Pronto la veremos en la mansión —presuntamente ilegal, por recalificación llamada rural— de Guadalajara, admirando las estrellas por la claraboya mecánica, o bañándose en la piscina —presuntamente ilegal— de Mallorca, en compañía de Zaplana, Cayetana, Acebes y otros más, a ver si consigue para todos unos pases para cenar en Marivent.
El periodismo español no existe. En realidad lo mató Polanco en pleno despegue cuando se alzó con el control de Prisa y entró en “la razón de Estado”, o en el salón de la cama redonda de los grandes secretos y repartos del Estado, porque El País fue un intento sano y con futuro para haber sido el buque insignia de ese periodismo, pero a partir de la conspiración militar para el cese de Adolfo Suárez y del golpe de Estado del 23F todo cambió. La Historia de España, de estos treinta años y la del periodismo de partido que allí habitó —con algunos, muy pocos, destellos de independencia— es mucho más compleja aunque tenga, a su pesar, un buen balance global de convivencia entre los españoles y de desarrollo económico y social.
Pero aquí, en esta crónica de urgencia, están señaladas muchas verdades y más incógnitas por desvelar. Y la muerte de Polanco no es un simple hecho más porque, tarde o temprano, permitirá abrir una puerta y muchas cosas cambiarán. Aunque de momento nos vamos camino del largo y cálido verano y a la vuelta de las vacaciones otro gallo cantará.
Así que, hasta pronto, buenas noches y buena suerte.
lunes, julio 30, 2007
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