lunes, marzo 05, 2007

Richard W. Rahn, Un congreso maniroto

martes 6 de marzo de 2007
ESTADOS UNIDOS
Un Congreso manirroto
Por Richard W. Rahn
¿Sabe cuánto nos cuesta mantener a los congresistas? Según el nuevo presupuesto, cada miembro de la Cámara de Representantes (son 435) nos costará cada año 3,1 millones de dólares, y 9 cada senador (son 100). En 1963, con John F. Kennedy en la Presidencia, mantener al Legislativo costaba 192 millones de dólares; en 2008, bajo la Administración Bush, costará 4.800. Si tenemos en cuenta la inflación, el coste de mantenimiento del Congreso ha crecido tres veces por encima de los precios.
Habrá quien argumente que la población de EEUU ha crecido un 35% en los últimos 45 años. Cierto. Pero es que el mantenimiento del Congreso ha crecido el doble que la población.

Los Padres Fundadores concibieron la representación pública como una ocupación temporal. Los ciudadanos que habían sido elegidos legisladores se trasladaban a Washington cada invierno por espacio de unas pocas semanas para ocuparse de los asuntos de la patria, y luego regresaban a sus casas para seguir ocupándose de sus cosas. (Los períodos de sesiones tenían lugar en invierno, antes de la temporada de siembra, porque muchos de los legisladores eran granjeros). No tenían asistentes, se escribían los discursos e investigaban por su propia cuenta.

La figura del legislador rodeado de una legión de asistentes es propia de los tiempos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y fue en buena medida una consecuencia del Big Government, sancionado por el Congreso durante la Depresión y el mencionado conflicto bélico.

Cuatro mil ochocientos millones de dólares. Es mucho dinero. Demasiado. ¿Cómo se las apaña el Congreso para fundirse semejante cifra? Digamos, por ejemplo, que el departamento del "Arquitecto del Capitolio" se gasta al año 500 millones de dólares. Puede que usted se diga: ¿y para qué dar tanto dinero a un arquitecto, si el Capitolio se terminó hace 200 años? Bueno, es que el "Arquitecto del Capitolio" se ocupa de las labores de mantenimiento del Capitolio... y de los edificios que albergan las oficinas en que trabajan los congresistas y sus asistentes. Ah, y ahora se está construyendo un nuevo edificio, para alojar a las visitas.

La Policía del Congreso se traga otros 300 millones al año. Cuidar a cada congresista nos sale, pues, por 560.000 dólares. Y eso en una ciudad, Washington DC, que cuenta con su propio cuerpo de policía y en la que actúan el FBI, los servicios secretos, la Policía de Parques Nacionales, etcétera.

La Biblioteca del Congreso dispone de una cuenta de 949 millones de dólares. Mucha tela, especialmente si consideramos que muchos de los libros y papeles que custodia pueden consultarse gratis en internet.

El Congreso destina al año 524 millones a su oficina de auditoría interna. Aquí sí que debiera gastar un poco más. O mucho.

Si restamos las partidas reseñadas y otras que nos dejamos en el tintero al total de 4.800 millones, comprobaremos que los senadores se las tienen que apañar para salir adelante con unos miserables 903 millones de dólares, y que los pobres miembros de la Cámara de Representantes sólo pueden despilfarrar 1.350 milloncejos...

Tras la guasa, un par de preguntas pertinentes: 1) ¿quién es el responsable de que el gasto federal se haya disparado de esta manera? 2) Si, como dicen los legisladores, hoy en día se precisa más dinero porque la fiscalización de la labor gubernamental se ha hecho más compleja, ¿por qué los congresistas dedican cada vez menos tiempo a "supervisar"?

Por lo general, cuando una organización incrementa sustancialmente el gasto per cápita lo hace porque espera contar con unos empleados cada vez más productivos y mejor formados. Si el Congreso actual es mucho mejor que el de hace medio siglo, o el de hace doscientos años, ¿por qué está batiendo todos los récords negativos de aceptación? Nuestros congresistas tienen unos niveles de popularidad inferiores a los del presidente Bush.

Es muy probable que los norteamericanos vieran con mejores ojos a los congresistas si éstos contaran con verdaderos empleos y acudieran a Washington sólo unas pocas semanas al año, en calidad de ciudadanos-legisladores. En vez de ello, se encuentran con que el nuevo presidente de la Cámara de Representantes arma la de San Quintín para conseguir un jet privado más grande que el de su predecesor.

Para concluir, podríamos mandar un mensajito a los nuevos líderes del Congreso: ya soportamos más impuestos, leyes y regulaciones de lo necesario. Así que, si no van a arreglar el desaguisado que ustedes mismos han creado, lo mejor es que se queden en casa y dejen de despilfarrar nuestro dinero. Ya verán cómo entonces salen mucho mejor parados en las encuestas.


© AIPE
RICHARD W. RAHN, director general del Center for Global Economic Growth y académico asociado del Cato Institute.

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