viernes, marzo 23, 2007

Francisco Perez Abellan, Avanza el sicariato

sabado 24 de marzo de 2007
CRÓNICA NEGRA
Avanza el sicariato
Por Francisco Pérez Abellán
En una semana, dos noticias sobre sicarios. La banda que presuntamente acabó con la vida del joyero José Manuel Mateo, junto a la Gran Vía de Madrid, estaba compuesta por dos "instigadores" y dos "contratados", según la investigación. El vecino de Ciempozuelos asesinado en el garaje de su casa fue víctima, presuntamente, de un "profesional". Esta coincidencia es mucho más que mero azar. No hace mucho una mujer, presuntamente maltratada, denunciaba que su ex le había mandado un sicario para darle una paliza. No sabemos si es verdad, pero es posible.
Que maten por ti es más seguro. Ya que hay que hacerlo, que lo haga otro. Y si se trata de hacerlo bien, que se encargue un profesional. Es pura teoría de mercado. Hay una gran demanda de acciones arriesgadas o ajustes de cuentas, y mucha gente se ofrece a cumplir los encargos, como se dice en los países de Sudamérica.

La banda que asesinó al joyero, según la Policía, está compuesta por extranjeros. El tipo que entró con un arma en la casa del joven de Ciempozuelos podría ser también un recién llegado. Las joyerías y los joyeros están suficientemente expuestos (y desprotegidos) como para que los indeseables venidos de fuera los acosen. En estos días otro joyero ha sido asesinado a tiros en La Almunia de Doña Godina. El río de sangre no cesa. Puede ser un extranjero que ve fácil atracar en España, pero también un grupo español que se haya sumado a esta forma despiadada de actuar. Hay que tener en cuenta que observan cómo lo hacen los otros: sin temor a la ley ni al castigo.

Es verdad que la situación está muy lejos de la registrada en otros países, donde la inseguridad ciudadana es un mal inevitable, pero lo que cuenta es que ésta era una nación segura y tranquila hasta ahora, que la falta de previsión y eficacia han empezado a transformarla en un territorio abonado para el medro de los sicarios. Y las bandas violentas ven rentable asaltar y matar.

No sólo están en peligro los joyeros –que, dicho sea de paso, confiesan un miedo creciente–, sino todo el mundo. Hay gente que ya no se siente segura ni en su casa, dada la proliferación del secuestro exprés.

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La policía lucha contra estas manifestaciones de la violencia, y lo hace con éxito. Los criminales que dieron muerte al joyero Mateo (no consiguieron botín alguno, pues José Manuel defendió su muestrario colocándoselo bajo la cabeza, a guisa de almohada) han sido capturados. También se baten el cobre las fuerzas del orden en su lucha contra el crimen organizado. Pero el gigantesco esfuerzo de los policías no es suficiente para desanimar a los malhechores, que están envalentonados y se sienten seguros en un país que todavía no ha reaccionado de forma integral contra sus agresiones.

Las elecciones están cerca, tanto las locales como las generales. Quizá es el momento de reflexionar sobre la oferta de seguridad que los políticos hacen siempre que les interesa. No es por generalizar, pero sencillamente todavía no han echado pie a tierra: la población, en general, ve cómo cada día son más frecuentes los tiroteos, cuando antes el control de armas era férreo, y cada vez son más frecuentes las cuchilladas, cuando antes se perseguía a la gente que iba armada. No es que se haya bajado la guardia; es que, simplemente, no se ha tomado conciencia de la envergadura de la acometida de los delincuentes contra las vidas y los bienes de los ciudadanos. La batalla política es el momento de la exigencia. Hay que votar a quien nos tenga en cuenta.

Las víctimas se quejan amargamente de que una muerte con una navaja se califique de homicidio y se imponga al matador una pena mínima. ¿Por qué no se considera un agravante el mero hecho de introducir una navaja en una pelea? En el manual del baratero se enseña a tirar de faca. Dar una cuchillada requiere de práctica; matar de dos pinchazos, habilidad y entrenamiento. Decir que esto es un simple homicidio es ofender al sentido común. No es más que una muestra más de la insatisfacción que genera el mal funcionamiento de las normas. La flor roja del sicariato crece y no para por entre tanta sutileza legislativa.

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Podría decirse que encargar a otro un crimen es la cumbre de la sofisticación en materia de violencia. Entre contratador y contratado no hay más vínculo que un puñado de euros. El profesional puede intentarlo varias veces, como parece que ocurrió en el caso de Ciempozuelos (la víctima fue perseguida en moto y posteriormente en coche; más tarde procedieron a asaltar, pico en mano, el portal de su vivienda; finalmente, lograron introducirse, "al descuido" en el garaje). Una vez celebrado el acuerdo –y se entiende que una vez el sicario ha percibido una cantidad a cuenta–, el encargo se cumple, por difícil que sea.

La acción suele ser fría y eficaz. Por ejemplo, un tiro en la cabeza. Las posibilidades de capturar al autor material, de no mediar una delación, la mera suerte (o sea, que se le pille in fraganti) o el arrepentimiento del criminal, será tanto más baja cuanto menor sea el contacto entre víctima y victimario. Todo es aséptico y profesional, como entregar una pizza.

Hay que tener bien claro lo que está pasando: España sufre una oleada de crímenes depurados que perpetran unos asesinos que vienen entrenados de sus países de origen y han encontrado aquí una ciudadanía desprevenida. Hasta hace poco las puertas de las joyerías estaban abiertas, detrás del mostrador atendían los hijos de los propietarios y, muy de tarde en tarde, entraba un atracador que sólo quería el botín. A veces con un arma simulada. Ahora, un viejo delincuente puede trazar el plan y encargar a otros más jóvenes la acción que se llevará a cabo sin miramientos. Ahí están los sicarios.


FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.

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