viernes, enero 26, 2007

Felix Arbolí, Conocete a ti mismo

sabado 27 de enero de 2007
CONÓCETE A TI MISMO
Félix Arbolí

E N varios de mis artículos, con mi forma instintiva y sincera de escribir, he podido confundir a mis lectores sobre cómo pienso y soy en realidad. A veces, lo reconozco, ni yo mismo sería capaz de autoanalizarme. Si tuviera que definirme, no hallaría la fórmula precisa y certera. “Conócete a ti mismo”, decía Tales de Mileto, el antiguo filósofo en permanente actualidad y vigencia. Pero, aunque lo he intentado una y mil veces, jamás he podido saber cómo soy realmente. Para algunos, en ciertas etapas de mi vida, he sido algo calavera; para otros, un tímido en grado superlativo Para algunas mujeres excesivamente lanzado, para otras hasta posible sospechoso respecto a mi sexualidad porque no me he lanzado a la labor desde el primer instante, pensando que la chica en cuestión merecía un periodo de adaptación, mejor conocimiento de su pareja y un tiempo prudencial para que no se considerara algo casquivana . He sabido respetar al máximo a la mujer que quería con alma, corazón y vida (como dice la copla), porque era tanto mi cariño hacia esa vejeriega que hasta la respetaba celosamente no sólo en mis actos, sino incluso en el pensamiento. Jamás habrá una mujer que haya inspirado un amor tan puro, enorme, absorbente y abnegado como ese primer gran amor de mi vida. Me hizo encontrar a Dios, acercarme a misas y comuniones y sentirme agradecido a su generosidad por ofrecerme tanta suerte. Su ruptura, por parte de ella, supuso un declive tremendo, casi cercano al suicidio, porque con ello perdí la fe, increpé a ese Dios que me la había concedido y me la quitaba para entregarla al pretendiente del pueblo, que vio el camino despejado para hacerla novia y casarse al ofrecerle una vida más cómoda económicamente. Desde entonces, no lo digo como motivo de orgullo, todo lo contrario, dejé de ir a misa, confesar y comulgar, salvo en mi boda y en la de mis hijos. Y ese duro fracaso, he de reconocerlo, fue la causa de que mi vida diera un rumbo bastante equivocado, erróneo y hasta un tanto depravado, porque me sentía resentido con ese Dios que iluminó mi vida y me dio lo más valioso que había tenido hasta entonces y me dejó engañado, suplantado, abandonado y vacío de sentimientos, alicientes y hasta de ganas de vivir. Me sentía como un auténtico cretino, guardando y respetando a una mujer para que se la llevara otro. He tenido fallos garrafales en mi conducta, de los que de algunos me arrepiento y querría borrar de mi currículo y de otros, no, pues los considero experiencias necesarias para formar mi carácter y corregir mis errores. Me han servido de escarmiento y alerta para no caer en idénticos fallos. Tampoco me hubiese gustado haber sido ese ser perfecto, impoluto, de los que piensan que cualquier desvío de la más estricta moral y afán de alcanzar la santidad en la tierra, es un imperdonable resbalón que damos en nuestra vida. Las caídas y errores en los que nos vemos envueltos durante nuestro ciclo por el mundo de los vivos, son las lógicas consecuencias de nuestra fragilidad que como seres humanos, compuestos de cuerpo y alma, hemos de soportar, sufrir y superar con nuestra capacidad de raciocinio y la voz de nuestra conciencia. El pasaje del “hijo pródigo”, narrado por el mismo Jesús, nos da a entender sin la menor duda que el hombre es susceptible de tomar decisiones equivocadas, que El las perdonaba por boca del padre que lo recibía jubiloso cuando regresó al hogar que por una mala decisión había abandonado. También, en otro de sus insuperables mensajes afirmaba la alegría e importancia que tenía el pecador arrepentido en el Reino de los Cielos. Pienso y puedo estar equivocado, perdonen mi atrevimiento, que es más importante y decisivo, más positivo para nuestra religión, la conversión de Saulo, perseguidor implacable de los cristianos, en San Pablo, un ferviente defensor y propagador de nuestra fe, que el propio Pedro, Tomás, Santiago y demás apóstoles que siguieron, (¡dichosos ellos!) al Maestro durante su peregrinaje, proselitismo y horrorosa pasión y muerte. El pasaje de su caída del caballo y encuentro con la fe suponía el prodigioso cambio de encarnizado enemigo en apóstol y defensor acérrimo de una doctrina por la que aceptó el martirio y la muerte que, para él suponía, la venturosa resurrección en ese paraíso donde dicen que van los mejores y los culpables que han sabido rectificar a tiempo. Mi vida es un constante penduleo entre mi veneración y admiración hacía la figura de Cristo, al que considero un Ser irrepetible e impropio de este mundo y mis dichosas dudas ante algunas cuestiones y creencias, algunas convertidas en dogmas, que no encajan del todo en mi esquema de lo racional y comprobable. Deseo con toda mi alma hallar ese soplo, advertencia, llamada o señal, que disipe este laberíntico problema religioso en el que me hallo inmerso. Pero no la advierto en ninguno de los momentos y circunstancias que me rodean a diario. Me siento y confieso católico, respeto a nuestros santos y no pasa un solo día que al acostarme y levantarme no rece mis jaculatorias y me persigne, dando gracias a Dios por haberme regalado un día más de vida. Y antes de comer y al salir de casa. Pero no encuentro nada especial en asistir a la misa dominical y seguir una ceremonia que no me ofrece una particular atención. Soy sincero. Me ofenden y agreden en mis más íntimos sentimientos las críticas a nuestra religión, las mofas de sus símbolos sagrados y hasta faltar el debido respeto a la figura del Papa, no por ser fulano o mengano, sino por lo que representa y significa en nuestra Iglesia. Sería incapaz de apostatar de mi religión, me ofrezcan lo que me ofrezcan en otras creencias y me enerva y siento cierta desazón, no exenta de contrariedad, el que haya personas españolas y católicas que cambien de Dios, como si se tratara de la cosa más natural del mundo. Cual si fuera una simple mudanza a otra ciudad. Pienso que es más fácil comprender a un ateo, que no ha tenido ninguna creencia, ni ha practicado doctrina alguna, que a un apóstata, que abandona la luz del sol que ha sido la constante en su vida, por entregarse a unas normas, ritos y signos que les son desconocidos y no le ofrecen evidencias de mejoras en su vivir cotidiano. Políticamente, también soy un poco desconcertante. Por educación, ambiente familiar, respeto a las creencias religiosas y otros detalles, me considero escorado hacia la diestra, pero sin extremismos, ni exaltados entusiasmos que me hagan blandir con espíritu bélico y revanchista las espadas de la intolerancia y el rencor hacia el adversario. Los extremismos no me agradan bajo ningún concepto. Respeto al contrario y sus ideas, igual que pido respeten las mías. Tengo amigos en ambos bandos y muy buenos por cierto. Nunca he creído que la maldad y la crueldad humana sean privativas de una determinada ideología, sino del individuo en particular que puede ser militante o seguidor de uno y otro bando. La guerra civil fue un claro exponente del odio, las torturas y la falta de humanidad y sensibilidad tanto en la izquierda como en la derecha. Nadie está libre de pecado en este aspecto. Y lo digo por experiencias familiares. Para mi, la solución sería un centro equidistante de ambas posturas. Algo muy difícil, por no decir imposible en política. Por cierto, me presentaron en las listas electorales como único candidato a Senador por la provincia de Guadalajara, por el partido CDS, cuyo Secretario General en esos años era Ortega. No salí elegido, ya que fue el PP el que se llevó el gato al agua. Aunque sin haber dado un solo mitin, haber editado ningún programa electoral, ni haber realizado ninguna campaña, ni siquiera conocer esa bonita capital castellana, obtuve cerca de cuatrocientos votos. Hubo quienes sacaron menos y los que no sacaron ninguno. Guardo una de las papeletas como recuerdo anecdótico de esa experiencia. Me hubiera gustado salir elegido y creo que no hubiera hecho mal mi trabajo, ni hubiera perjudicado lo más mínimo a mi provincia. Todo lo contrario, me hubiera volcado en sus problemas y en luchar con tesón para defender sus derechos y prioridades. Lo que políticos más avezados y conocidos a lo mejor no fueron capaces o no quisieron hacer. Considero el Centro como el espacio ideal para una buena política que armonice con el resto de los partidos. Sin inclinaciones, pactos, ni claudicaciones que no se ajusten al perfil y manera de pensar del votante que ha depositado su confianza en él. Centro tirando un poco a la izquierda en los asuntos sociales, donde no priven privilegios de cuna, dinero e influencias (aunque cada vez son tan frecuentes los casos de corrupción en una y otra banda), y centro derecha en otras cuestiones no menos fundamentales donde la izquierda parece haber descuidado su tarea. Nada de pactos que pongan en peligro la desmembración de España y que no persigan con todo su poder, eficacia y severidad el final del terrorismo. Que dignifiquen a nuestras Fuerzas Armadas y reconozcan su importante misión dentro y fuera de nuestras fronteras y guarden el debido respeto y consideración a las Fuerzas de Seguridad, al objeto de que no vean su labor carente de efectividad, al comprobar que el delincuente que acaban de detener, exponiendo incluso sus vidas, entra por una puerta y sale tranquilamente por otra, para volver a las malas andadas. Así evitaríamos la crítica generalizada a algunos de nuestros jueces que liberan a un individuo, sin tener en cuenta el amplio historial delictivo que han acumulado en unos meses escasos, con el consiguiente y lógico cabreo del policía que lo ha detenido y que ante esos resultados terminará viendo al delincuente y dando media vuelta para no hacer el canelo una vez más . Y termino mi intención de poder conocerme a mi mismo, con la apreciación de que soy amigo leal y sincero de mis amigos, correcto y afable con mis conocidos, solidario con mis compañeros y, aunque me resulte raro confesarlo, no me consta en estos momentos ningún enemigo. Al menos que yo sepa. Eso sí, soy bastante sensible, me duelen mucho las ofensas y críticas no necesarias, ni constructivas y el hecho de que al leer algún artículo mío, no sepan encontrar la verdad de mi aspiración y sentimiento, sino esas frases un tanto ambiguas que dan lugar a tergiversaciones y protestas innecesarias, ya que si se lee con detenimiento, si se pone atención en cada frase, pueden descubrir sin lugar a dudas que escritor y lector somos amigables pasajeros del mismo barco e idéntico destino.

No hay comentarios: